Influencia británica en el Río de la Plata y especialmente en el Uruguay

Estudios históricos e internacionales
Influencia británica en el Río de la Plata y especialmente en el Uruguay (1946)
INFLUENCIA BRITANICA EN EL RIO DE LA PLATA Y ESPECIALMENTE EN EL URUGUAY

Recopilado en "Estudios Históricos e Internacionales", de Felipe Ferreiro, Edición del Ministerio de Relaciones Exteriores, Montevideo, 1989

El material histórico contenido en este volumen concuerda estrictamente con el título que luce si se considera como corresponde el vocablo “influencia” en su sentido amplio y comprensivo que es el más adecuado para poder elaborar a su tiempo las grandes síntesis.

No se mide sino parcialmente – y por ende con error – la posible influencia de una cultura sobre otra mirando solamente al aspecto militar o al político de sus acuerdos y desacuerdos a través de los años.

Existe siempre una multitud de pequeños hechos significativos, de los cuales apenas quedan, a veces, débiles vestigios que, sin embargo, son fuerzas que han gravitado e impreso sus sellos indelebles en las costumbres, hábitos, usos, etc.

He aquí una sencilla prueba de aplicación en el caso concreto. Tienen fama tradicional y ya centenaria, las Quintas montevideanas del Miguelete por la riqueza y depurado gusto de sus enjardinados. Pues bien: hay motivo para poder atribuir si no la iniciativa, al trabajo y habilidad de un inglés, horticultor acaso improvisado por la necesidad y la “saudade” de su lejano país – quizá la dulce Escocia – esa característica refinada que tanto placer causa y tantas ponderaciones ha ganado para nuestro viejo Paso del Molino.

Dice en efecto “Dom Pernetty” en la Historia de su viaje a las Malvinas (1763 – 1764) que en Montevideo se encuentran pocos jardines cultivados y agrega (textual): “Yo no he visto más que uno solo, bastante bien dispuesto, sin duda porque el jardinero era un inglés”…

¡Quién sabe cuántas otras buenas expresiones de civilización y cultura (y también cuántas malas) vinieron hasta el Plata y aquí se adoptaron y adaptaron traídas por “truchimans” y marineros británicos “acriollados” por su propio gusto!

Muchos – muchísimos – fueron de seguro los que sentaron sus reales en estas tierras durante el transcurso de los tres siglos de población anteriores a nuestra Independencia. Duarte, Addiego y Pérez, merced a exámenes prolijos en los Libros de algunos Archivos Parroquiales y a minuciosas pesquisas en la Biblioteca Nacional y dos o tres particulares han podido identificar, como se verá a su tiempo, algunas decenas de ellos.

Pero es preciso tener por cierto que mucho más grande aún debe ser el número de aquellos desaparecidos sin dejar vestigio.

El razonamiento lógico conduce a tal conclusión firme. Desde la época del descubrimiento hasta los primeros años del siglo XVIII, los ingleses venían a estas regiones, o por la vía de España, como soldados y marineros “registrados” muchas veces con sus nombres y apellidos ya castellanizados o traducidos, o directamente bajando en cualquier caleta de nuestras costas y desde la fundación de Colonia haciendo pie en ella y quedándose allí hasta poder pasar de contrabando al dominio Indiano.

Establecido a raíz del Tratado de Utrecht, el “asiento” de Buenos Aires, agregóse a los modos anteriores de entrar con derecho, otro nuevo que vino a permitirles la posesión de una factoría en la capital porteña y, por ende, una gran libertad de movimientos dentro de la zona.

En aparte sobre este punto concreto, observo que para entender cabalmente un período de la Guerra de las Comunidades en el Paraguay, será conveniente y hasta preciso que la atención se fije, como no lo ha hecho hasta ahora, sobre aquella olvidada “factoría”, de cuya actuación en el terreno de la política se advierten, en mi concepto, claros síntomas a través de estos párrafos del Padre Lozano (Historia de las Revoluciones de la Provincia del Paraguay): “El mismo bando que se publicó en Córdoba contra la vida de Antequera se pregonó también en la ciudad y puerto de Buenos Aires, y por tanto, causa admiración cómo los ingleses residentes en el Asiento o factoría que para el comercio de los negros se le permite allí a su nación confundiesen tanto las materias que tomando ocasión del retraimiento de don José de Antequera, en San Francisco de Córdoba del Tucumán, escribiesen a Inglaterra se hallaba alterado el Reyno del Perú y refugiado en el Convento de San Francisco de Lima el virrey don José Armendariz”, etc.

Y en otra parte adelante, en concepto de transcripción textual de una carta escrita de Buenos Aires a la Asunción:

“En todo caso procura tener amistad con los Padres de la Compañía”, etc. … ”…harto he sentido que el Padre Provincial (Ignacio de Arteaga) que es un santo, me dijese con gran modestia que había sido uno de los que se habían opuesto a su restitución a ese colegio, porque te aseguro ha sido muy sensible para todos la expulsión de una religión tan santa, pues aunque hubieran cooperado en todas esas quimeras que yo no me meto en especularlo, no debieran haber hecho semejante acción, por tener tan malos dejos, mayormente a vista de tantos herejes como hay en esta ciudad ingleses, que observan cualquier movimiento", etc.

No existe publicada relación nominal de los “tantos herejes” avecindados en Buenos Aires a que refiere el texto de Lozano, pero pienso que todavía ella pueda hallarse en los Archivos británicos o en los españoles porque, por razones funcionales y de presupuesto, el hecho necesariamente se documentó en su oportunidad.

La lista que ya no debe esperarse encontrar más porque no es posible que se haya formado dada la misma índole desordenada y subrepticia de entrada de cada uno de los que hubieran sido sus integrantes, es la que de haberse efectuado nos daría el mayor aporte de nombres. Refiero en primer lugar a los llegados como náufragos y que, en definitiva, resolvieron quedarse en estas regiones; comenzando en tal caso por los trece compañeros de aventuras de Francis Drake, cuya estancia entre nuestros charrúas, con alguna de sus fatales consecuencias emergentes, comentó con fino ingenio alguna vez el Dr. Buenaventura Caviglia (h.).

En segundo y último término, cuento a los soldados y marineros desertores que, en número creciente, sobre todo desde los comienzos del último cuarto del siglo XVIII como consecuencia del establecimiento del libre tráfico marítimo comercial, quedaron en los puertos platenses y obedeciendo al impulso de aventuras se internaron, muy luego, en “la tierra” para ejercer toda clase de oficios y habilidades útiles, algunas de ellas hasta su entrada no conocidas en el medio.

Escribía en 1824, frente a Valparaíso en su “Diario” de viajero a bordo de la fragata de guerra “Cambridge” el capellán Hillman Haviland: “Hay muchos ingleses en Valparaíso, desertores de buques ingleses y se ganan la vida como pulperos y con el contrabando de mercancías europeas.” Y en otra parte: “Hay una lavandera inglesa en ésta y a ella entregué mi ropa servida”.

Si este último insignificante detalle muestra sin embargo hasta qué alto punto llegaba ya entonces la compenetración entre los pueblos Británico y Sudamericanos, el anterior comprueba lo aseverado por mí más arriba, aunque por lo que respecta a un puerto del Pacífico.

Pero en los del Atlántico tenía que ocurrir lo mismo. La lógica lo dice y puesto que el tráfico marítimo era con nosotros mucho más intenso además de más antiguo, corresponde suponer que la anotación del buen Capellán también pudo referirse a Montevideo o Buenos Aires y para época por cierto anterior a 1810.

Quizá algo de ello pueda ya vislumbrarse a través de esta otra anotación intrascendente que encuentro en el “Diario” llevado desde 1789 a 1793 por nuestro ilustre compatriota Francisco Xavier de Viana, en su viaje científico a bordo de la fragata “Descubierta” (año 1790): “Enero 7” – el marinero inglés Loftus falleció al día siguiente de haberle administrado a S.M. por viático… ¡Qué equívoca es la suerte del hombre y cómo se precipita para perecer en ella misma! Este marinero desertó en Montevideo queriendo persuadir al mismo hecho a un amigo y paisano suyo, que por casualidad y precipitación de nuestra salida no pudo verificar su fuga aunque la intentase: sin duda tenían ambos tratado algún partido que no pudiendo ponerlo en práctica trató de nuevo el venirle a buscar: con efecto a los pocos días de nuestra salida se le proporcionó hacer viaje a Lima (entiéndase Callao) en la fragata “Perla” del comercio del Perú que llegó estando ya dispuestos para dar a la vela y como no estuviésemos aún completos de gente, se le admitió, dándole nuevamente la plaza que antes había servido en esta corbeta; en donde vino a dar fin a sus días por un círculo de casualidades”.

Aceptadas aunque sea todavía con alguna reserva las conclusiones que vengo sentando rápidamente pero sobre vestigios documentales y adoptada en consecuencia la opinión de que un número no determinable pero sí desde luego abultado de británicos penetró al interior del ámbito platense, recorriendo algunos todos sus caminos con larga anterioridad al año 1810 y fijándose otros de inmediato allí, donde pareció mejor a sus intenciones y ventajas: ¡Cuántas nuevas y sugestivas posibilidades se abren para la inducción de hechos de nuestra historia todavía no explicados en forma plenamente satisfactoria! ¡Cuántas interpretaciones antiguas y que por parecer forzadas se han ido descartando como inaceptables, podrían volver a ser nuevamente consideradas y tomadas en cuenta!

Recuerdo, a propósito, que pertenece a un inglés, E. Vidal (“Picturesque Illustrations of Buenos Aires and Monte Video”, Londres, 1820) la primera tentativa de interpretación etimológica del vocablo “gaucho”, atracción y tortura de muchos estudiosos y de otros tantos que no lo son… Vidal hace derivar aquella voz del término inglés gawk o gawky y explica que se empezó a aplicar en el Río de la Plata durante las invasiones de 1806. Eso no podía ser y no fue nunca admitido puesto que había prueba de que la palabra de cuño platense y origen todavía desconocido ya venía usándose desde antes del episodio de referencia. Pero si por ello mismo hasta ahora se descartaba sin más trámite toda la hipótesis, considerándola una más, entre las muchas posibles etimologías que el Maestro Groussac llamaba graciosamente “de sonsonete”, después de lo que aquí queda establecido ¿por qué no pensar que lo evidentemente equivocado de la explicación de Vidal es el dato relativo a las “Invasiones” y volver en consecuencia a examinar con más cuidado las posibilidades de su etimo, sentenciado a olvido por un motivo puramente extrínseco?

IV

Caigo en la cuenta - ¡ya era tiempo, dirá el lector! – de que llevado por el entusiasmo abandoné en cierto modo mi papel de prologuista para situarme indebidamente, aunque sea por momentos, en terreno que no me pertenece. Por ello pido excusas tanto al lector, como a los autores que me honraron con la solicitud de estas páginas. Y como pienso que si me fuera a referir uno a uno a los demás tópicos desarrollados en este volumen de Addiego, Pérez y Duarte, es muy probable que incurriese en grave reincidencia, prefiero cortar aquí mismo – y corto sin vacilar – una exposición cuyo objetivo central creo – por lo demás - que ya dejé llenado.



Del prólogo al libro del mismo título de Leopoldo Pérez, Wáshington Duarte y Rafael Addiego publicado en Montevideo el 14 de mayo de 1946