Una traducción del Quijote: 36

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


II.

Un día, al principio de sus relaciones, y cuando la franqueza del amor se habia establecido entre ellos, después de que punto por punto se contaron la historia de sus corazones, que comenzó en el Retiro de Madrid, María no pudo menos de confesar á su amante el inocente abuso de confianza de que había sido cómplice con Madlle. Guené leyendo la carta copiada por ésta. Al llegar á este punto de sus confidencias, la Princesa pidió á Miguel que la explicase el sentido de las siguientes palabras, consignadas en su carta: entre el amor de María y el mio, media un obstáculo superior á su mismo desden.

Miguel se inmutó. Evidentemente la pregunta de María le produjo una gran impresión; pero no hallando tal vez una explicación satisfactoria, y temiendo quizá la curiosidad femenina, tan insistente cuando se la oculta un secreto, se limitó á decir afectando indiferencia:

«No recuerdo esas palabras, ni el motivo de haberlas escrito: será una de las mil frases exaltadas que entónces me arrancaba la desesperación.»

La Princesa se satisfizo ó se resignó á satisfacerse con esta explicación, y no volvió á hablar sobre el particular.

Las cosas siguieron en el mismo ser y estado. El cielo de ambos amantes estaba despejado, al menos en la apariencia, y ellos continuaron envueltos en ese primer limbo del amor en que el éxtasis mútuo basta para la vida y la felicidad.

Ningún desencanto, ninguna contrariedad turbaba aquella vida del alma. El Príncipe seguía benévolo, el aya corta de vista, y otra persona, que hubiera podido incomodarles, y que en un principio molestaba á María, tuvo á bien dejarles completamente en paz.

Nos referimos al Barón de Pratasoff, que cansado de sufrir los desdenes de su prima, y obrando con una cordura muy superior á su edad, determinó, para consolarse, hacer un viaje á Paris.

Para que nada faltase á la satisfacción de los amantes, contribuyó á ésta la naturaleza misma, adelantando la Primavera de un modo fenomenal en Rusia.

Ántes de terminar el mes de Marzo cesaron los rigores del frio, comenzaron á florecer los campos y los jardines, desaparecieron las pieles, los trineos y los patines, y la corte de Rusia ofreció un aspecto casi meridional.

Pero aunque la Princesa continuó estando alegre, Miguel se iba poniendo triste.

Dígase lo que se quiera, la mujer es más delicada, más ideal que el hombre en sus sensaciones, tal vez porque las siente con menos intensidad que éste. El tipo de la Julia de Lamartine y de la amada del Petrarca, pueden quizá existir en la vida real; pero la castidad de pensamiento de Rafael y del poeta de Valclusa, son de todo punto imposibles. Las grandes pasiones no reconocen límites; y el corazon del hombre, para llegar á la plenitud del amor, necesita la posesión material, juntamente con la moral, del objeto amado.

Miguel se iba poniendo triste, doblemente triste, porque era un amante excepcional. La esperanza es la base fundamental del amor como lo es de todas las cosas de la vida, y el pobre jóven apenas se atrevía á esperar el logro de su pasión. La Princesa, que aunque niña é inexperta, comprendía la causa de la tristeza de su amante, le dijo un día bajando pudorosamente los ojos.

— Mi padre me adora: hará lo que yo quiera, ó mejor dicho, lo que tú quieras, ¿por qué no le hablas?

— Ya verémos, —contestó Miguel, en un tono que llenó de inquietud á la Princesa.