Una traducción del Quijote: 29

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


VII.

A la mañana siguiente, Miguel se hallaba, efectivamente, en un estado de delirante exaltación.

Habia pasado la noche sin acostarse, dando vueltas por su cuarto, como un león calenturiento en su jaula.

Madlle. Guené, avisada por Damian, subió á la habitación de su huésped, á quien halló con el semblante descompuesto y la mirada extraviada.

Apénas reparó en ella, ni la contestó cuando le dirigió la palabra; sino que, viendo que Damian iba á salir, para avisar al médico dé Madlle. Guené, le detuvo cogiéndole suavemente por un brazo y diciendo:

— ¿Tú también te vas, Damian? ¿también me dejas? ¿qué te he hecho yo para que huyas de mi? ¿No te he amado siempre? ¿Cuando niño no he sido dócil á tus consejos? ¿En qué he podido disgustarte? ¿Por qué me abandonas, precisamente hoy, en que he de revelarte un gran secreto? Pero no, —prosiguió el desdichado con voz cada vez más animada,— tú eres bueno, me quieres mucho, me has seguido á Rusia, quizá para morirte de frio, y vas á alegrarte de mi felicidad; pues aunque hoy estoy triste, no sé por qué, soy feliz, mi buen Damian. ¡Oh! muy feliz. —Y al pronunciar estas palabras, Miguel sonreía; pero con una risa tan extraña, que hizo estremecerse á Madlle. Guené, que se dejó caer en una silla.

— Mira, —continuó aquel acercándose cada vez más á su viejo criado, que le oia con doloroso estupor, y hablándole casi al oido.— No digas á nadie lo que ahora vas á saber; aún no es tiempo de descubrirlo, y además ella me ha mandado que se lo oculte á todo el mundo; pero yo quiero decírtelo á tí, porque tú me quieres mucho, me has cuidado cuando era niño y me contabas cuentos para que me durmiese pronto... ¡Oh! ya lo sabe ella yo la hablo de tí continuamente, y me ha prometido que nunca te separarás de nosotros.

—Sabe, pues, mi buen Damian, —prosiguió Miguel en el mismo tono de misterio,— que aun cuando vinimos á Rusia, pobres, muy pobres: ya te acuerdas: tuvimos que vender al pobre Rustan en el mercado, como si hubiese sido el caballo de un chalan, y vendimos también la sortija de mi madre y el bastón de mi padre: todo, todo; ¿qué habiamos de hacer? era preciso seguirla, verla, adorarla... ¡Ah! ¿Qué te decia yo?... ¡Ah! sí, te decia que soy rico, muy rico... pero no es este el sitió á propósito para hacerte partícipe de mi secreto. Ven conmigo, —prosiguió tomando de la mano á Damian y llevándole á su dormitorio,— prefiero enseñarte mi tesoro para que te admires y comprendas en toda su extensión mi felicidad.

La modista siguió á ambos, llena de dolorosa curiosidad.