Una santa argentina: 2
— Paz y concordia entre los príncipes cristianos, que los cielos son muy espaciosos y todos caben. Nos preocupamos tan poco de lo de casa, aunque la caridad bien entendida empieza por casa, que, de puertas adentro, ni de santos sabemos — decía. — Miren ustedes: yo no la he alcanzado, pero, viejos vecinos de este barrio cuentan, que la fundadora de esa Casa á la otra cuadra, santa era, y tan altas virtudes y tan buenas obras reunía, que escalera para ascender á lo más alto se formó sin duda. Sembrándolas á puñados, vino recorriendo ciudades y villorrios, en Silípica, Soconcho, Salavina, Aneaste, Jujuy, Salta y Tucumán, La Rioja, Santiago y Catamarca, Córdoba, Buenos Aires y luego Montevideo, donde fundó casa de esta sucursal.
Bella, joven, de ingenio y espíritu de bondad infinita, ¡sí la rodearían seducciones antes de abandonar las comodidades del hogar paterno! El número de sus loables acciones podían contarse por el de sus días, y de méritos propios basta y sobra con los alcanzados en ese refugio, para decir en verdad: ¡Era una santa! Cuántas almas se abrieron ó se fortificaron en la fe, allí donde ejemplos y palabras, imágenes y pláticas, todo inspiraba devoción y recogimiento. De Santiago salió, y de la celda misma en que á San Francisco Solano se recuerda, rogando la hiciera digna de seguir descalza, la huella de sus sandalias, llegando casi exánime á la iglesia, donde reposan hoy sus restos, reconocidos por el trozo de algarrobo, su báculo y única almohada.
Muchos años se oía desde el alba el chirrido de la carretita limosnera que ella misma guiaba, rodando entre pantanos y arenales de suburbios, y en las afueras, por quintas, chacras y estancias, recogiendo donaciones en especie, de pobres gentes del campo, tan generosas. Se había impuesto ir en busca del humilde gaucho desheredado, y edificar refugio, para que lugar y ocasión hubiere de oír palabras de verdad y consuelo que confortan en los sufrimientos. Jamás desanimó, y en idas y venidas, al través de contratiempos sin fin, logró levantar esa casa, donde hace ciento veinte años se dan ejercicios espirituales. Impulsada por la más viva fe y amor al prójimo, enseñó con su ejemplo lecciones vivas de caridad, practicándola á vista de todos.
Desde 1772 se preocupaba de aquellos que quisieren recogerse (en un estreacto á las faenas cotidianas), meditando sobre los remedios del alma. Cuando el Obispo Malvar le concedió licencia para formar la comunidad de Hermanas del Divino Salvador, en la esquina Independencia y Chacabuco, abrió allí el primer retiro.
Requiriéndose muy luego mayor espacio, benefactores que nunca faltaron en la ciudad de las beneficencias, como Pavón, Albertín, Rodríguez, secundaron sus propósitos, donando el terreno, y con la limosna día á día recolectada, en quince años, pudo el de 1795, inaugurar edificio propio, donde abren sus puertas á cuantos en sus pacíficos claustros buscan un consuelo, nunca negado al alma del creyente...