UNA MAÑANA...


Una mañana ardiente y calurosa
Envuelta en el sopor del mes de Enero,
El mar yo contemplaba;
Que en calma y ceniciento parecía
Sentir el peso del caldeado ambiente.


A largos intervalos, una ola
Subiendo, se agrandaba, hasta que inmensa
Rompía con estruendo;
Que a mí se me antojaba
El enorme sollozo contenido
De un pecho varonil, que al fin se ensancha.


Al mar, así tranquilo, así sereno,
Le temo más que cuando está agitado;
Las corrientes internas son las peores,
Las que se ven se esquivan...

En tanto que diversas reflexiones
Pasaban por mi mente,
Distraída jugaba
Con una cruz pequeña entre las manos...
Un falso movimiento, y en la arena
Cayó, cayó; volvíme con presteza,
Quise alzarla del suelo, pero en vano;
La ola que moría en ese instante,
Con avaricia la arrastró a su seno...


...Inmóvil de estupor quedé un momento,
Con la vaga impresión de aquellas cosas
Que se van para siempre, que no vuelven...
Después la reacción, corrí ligero
Por ver si la encontraba todavía...
...Una montaña de agua levantóse,
Y al tiempo de romper en mil pedazos,
Sus fauces, ahuecó, como una boca
Que se riera, burlona, a carcajadas...


¡Oh mar, oh mar inmenso,
Viejo avaro cargado de riquezas
Con el blanco cabello enmarañado!
¡Acaso no te bastan,
Los mil tesoros que arrancaste al hombre,
Que con la proa del bajel osara
Rasgar tu manto de color de cielo?...


Oh, crucesita amada, yo he sentido
Tanta pena al perderte,

Como si «un algo» de mi ser, se fuera
Junto contigo a la región ignota!
Un algo de mi ser, sí, porque estando
Siempre junto a mi pecho,
Ya conocías el variado ritmo
Del corazón, que es el reloj del alma...
¡Oh, cuántas veces en la noche oscura
Con sus vagos temores,
Te ha buscado mi mano temerosa!
¡Qué consuelo al hallarte! Te estrechaba
Entre mis dedos, y al instante mismo
Yo ya sentía que no estaba sola...
Oh, crucesita, de mis noches largas,
Oh, crucesita de mis bellos días,
Amiga verdadera, ¡cuánta pena,
Cuánta pena he sentido!


¡Vaga en las ondas, compañera buena,
Porque son tus dominios, aparente
Tan sólo es tu pequeñez gloriosa!
¡Que el misterio que encierras
Es más grande que el mar, es más sublime
Que en su esplendor el Universo entero!
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Asi dejé que el corazón se abriera
Un instante tan sólo; continuaba
El mar en tanto su vaivén incierto,
Monótono, incesante;
Y así impasible, imaginé que fuera
Una muda ironía, respondiendo
A mi amargo reproche...
Una ola a mis plantas,
Deslizóse y murió sin hacer ruido...

No sé si en son de burla
O con indigna sumisión de esclava.


...Cual fiero desafío,
Compleja unión de indignación y pena,
Llené de arena el hueco de mi mano,
Y con dolientes bríos.
¡Alcé mi brazo, y la arrojé a la onda!...