A una hermana espiritual
Nuestra infancia recuerdas, cuando nada expresaba
La afición por la Musa, que nos une a las dos;
Cuando oculta en el alma, con paciencia esperaba
La hora y el momento que le indicara Dios.
Tú sabes que la nieve, la hermana inmaculada,
Cuando cae a la Tierra, le conserva el calor;
Que la ceniza a veces, al parecer helada,
La llama tiene oculta del fuego abrasador;
También, también sucede lo mismo con el alma,
Con la apariencia fría, con el semblante en calma,
Adentro bulle el mundo de la vida interior;
Aparta tus cenizas, yo apartaré las mías;
Y en la barca celeste de suaves armonías,
Bogarán nuestras almas, en el «mar superior».
El por qué me lo dices, en realidad ignoro;
Tu «brin de jalousie» no tiene por qué ser;
Somos voces distintas de un solo, inmenso coro,
El coro de las almas hacia el Supremo Ser.
Somos cuerdas distintas en un arpa de oro;
Las ramas diferentes de un árbol al crecer,
De una savia bebemos el líquido tesoro,
Somos dos arreboles de un mismo amanecer.
Y el árbol que nos une, se levanta hasta el cielo;
Tú subes por un lado, yo por otro mi vuelo
Tiendo al azul divino, de límpido fulgor;
Y un día no lejano, se juntarán las ramas;
Tus hojas y mis hojas, cual plateadas escamas
Flotarán en las aguas de ese «mar superior».