Un fiscal Catoniano: 3

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

III

Singularidad semejante impresionó vivamente mi imaginación de niño, y díme á investigar antecedentes de virtud tan plausible en aquella, como en toda época. Entonces vino á mi conocimiento que el Fiscal Ferrera había nacido en tiempo del Virrey de las gallinas, y que era el mismo personaje de quien el General Paz en sus «Memorias» refiere más de una excentricidad.

Emigrado, como la mayor parte de las ilustraciones de su época, tildado de salvaje unitario, diez años atrás de la mañana aquella en que le encontrara barriendo el único patio de su estrecha casa, había caído en el campamento que á la sazón se organizaba en la provincia de Corrientes.

Hombre pacífico y poco experto en las armas, en su vida había esgrimido otra que la pluma de la justicia, y se clasificaba á sí mismo de boca inútil en el campamento.

Pero, hombre á la vez de ilustración y consejo, el Jefe de esa otra expedición libertadora, deseaba no alejarlo de su Cuartel general.

— Desígneme usted algún trabajo, decía el Doctor, pues de otro modo no me considero con derecho á la ración de soldado.

Y el austero General, reconociendo los quilates de aquel brillante sin engarzar, «que cosa rara fué siempre hallar un hombre honrado á carta cabal», valióse de mil ingeniosidades para retenerle.

Muy pobre y necesitado andaba por entonces, como todo emigrado, sin patria y sin hogar, y sólo los colores de la bandera celeste y blanca, imán irresistible, le atraían allí donde flameaba.

Llegó en cierta ocasión el General Paz á preguntarle «qué hora tenía» y como le viera sacar un viejo tacho de plata, gemelo sin duda del que señalaba la hora que le conocí, se fingió prendido de tan bella prenda.

Aunque desde el primer momento se lo ofreció con toda espontaneidad, el General Paz le dijo, que bien lo necesitaba; pero que sólo le admitiría, aceptando por él las seis onzas que en su mano puso.

— Pero esto es tres veces más de su valor, contestó el Doctor.

—Tres veces más de su valor intrínseco tiene este recuerdo de familia — replicó el General — pues, como usted dice, ha señalado la hora de su casamiento, de su destierro y tantas horas solemnes en su vida.

Y disimulando así el medio indirecto de hacerle aceptar algún socorro en su necesidad que era extrema, contaba después muy satisfecho el General cordobés, cómo le había buscado la vuelta á la austeridad del Abogado porteño.

Tan raro el General como el Doctor, no siempre hicieron buenas migas desde el primer día, pues en algún chiste de campamento llegó runrún, que bien podía haber sido mandado por la Comisión de Montevideo para que, introduciéndose en sus Consejos, dirigiera al General.

Disipadas las desconfianzas que rodean á un recién venido, se le dió la Auditoria de guerra del ejército, en el campamento de Villanueva (Corrientes).

Entonces solía frecuentar la mesa del General, tan frugal, que los avispados Ayudantes evitaban siempre que el ayuno no era obligatorio.