Un buen negocio: 03


Escena II editar

ENCARGADA, ANA MARÍA y MARCELINA


ENCARGADA.- Buenas tardes, vecinas; siempre trabajando, ¿eh?

ANA MARÍA.- Buenas, señora.

ENCARGADA.- ¿Cómo sigue la niña? He visto salir al doctor y...

ANA MARÍA.- Está lo mismo. Tome asiento.

ENCARGADA.- Han hecho bien en llamarlo. (Gesto de extrañeza de Ana María.) Esas cosas son peligrosas. La vez pasada tuvimos una inquilina que tenía una niña de la misma edad que ésta, un año, más o menos, y a la pobrecita le apareció un bulto así, en la rodilla. ¿Y saben lo que era? Un tumor frío, y ahora la infeliz está, que Dios nos libre y guarde, con una piernita seca en el hospital. (Marcelina suspira impresionada.) Yo no digo que ésta tenga lo mismo; pero siempre es bueno atender los males con tiempo. Bien; ustedes me perdonarán, vecinas, pero yo vengo a traerles una mala noticia: hoy se debe haber presentado el procurador a pedir el desalojo. Ustedes tendrán un plazo para irse, si es que no pueden arreglar las cosas antes y continuar en esta casa, lo que ojalá sucediese; porque inquilinos como ustedes, difícilmente se ofrecen. Iguales, tal vez; pero mejores, eso no. Se lo decía esta mañana al mismo dueño de casa, la pieza bien cuidada, el piso como un espejo, unas criaturas limpias y bien enseñaditas, y gente toda que nunca ha tenido una cuestión con los vecinos. Una verdadera lástima.

ANA MARÍA.- Muchas gracias.

ENCARGADA.- Pero el dueño, es claro, dice que él lo lamenta mucho, pero que con el buen corazón no se tiene propiedades. Y por un lado su razón no le falta. Eso sí, agregó que si ustedes pudieran entregar aunque fuera dos meses justos, ya que yo ponía tanto empeño, no tendría inconveniente en que se quedaran.

ANA MARÍA.- Sí, hemos de arreglar eso.

ENCARGADA.- ¡Al fin y al cabo no es mucho y ustedes que tienen buenas relaciones!... A propósito... ¿y aquel pariente de ustedes que antes venía a visitarlos tan a menudo, no está aquí?

ANA MARÍA.- No era pariente.

ENCARGADA.- Siempre lo tuve por tal.

MARCELINA.- No señora. Fue socio de mi marido cuando tenía casa de comercio.

ENCARGADA.- ¡Ah, sí!... ¿Y también le fue mal al pobre en los negocios?

ANA MARÍA.- Sí, señora; tan mal que se quedó con cuánto tenía mi padre, con todo lo nuestro.

ENCARGADA.- ¡Jesús! ¡Y parecía tan bueno!...

MARCELINA.- (A ANA MARÍA.) ¿Por qué hablas así, muchacha? Les fue mal a los dos. Luego Rogelio trabajó y se repuso como se hubiera repuesto tu padre, si Dios le conserva la vida.

ANA MARÍA.- Si no le matan los disgustos. Esa es la verdad. Y doblemos la hoja.

ENCARGADA.- (Cohibida.) Yo, vecinas, no pensé que pudieron molestarse...

ANA MARÍA.- No se preocupe usted, señora.

ENCARGADA.- Bien, será hasta luego. ¡Siento mucho haberles traído tan mala noticia! Si dependiera de mí... Que se alivie la enfermita. (Medio mutis.)

ANA MARÍA.- Gracias. ¡Ah! Y gracias también por el otro servicio.

ENCARGADA.- ¿Cuál?

ANA MARÍA.- Habernos mandado al médico para la nena.

ENCARGADA.- Déjese usted de cosas. Estaba en el patio, entró el médico, me preguntó donde quedaba el cuarto de ustedes y yo se lo dije, ¡valiente servicio!

ANA MARÍA.- Siempre es de agradecer... Adiós. (ENCARGADA, mutis.)