Un buen negocio: 02


Acto primero

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La escena representa una habitación modesta con los siguientes muebles: en el rincán de la derecha una cama de dos plazas, otra de una en el de la izquierda y al respaldo de ésta o donde cuadre mejor, una camita de fierro plegadiza y un colchón cuidadosamente arrollado. Cómoda antigua al frente. Sobre ésta una imagen de la virgen, algunos bibelots y la reducida loza y cristalería del Merze. En el centro una mesa dispuesta para el planchado, una máquina de coser con costura puesta y un sillón de ruedas para el uso que se indicará. En la cama de la derecha la niñita enferma y en la de la izquierda la abuelita anciana paralítica. Al levantarse el telón el médico termina el examen de la niña enferma.


Escena I

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DOCTOR, MARCELINA, ANA MARÍA, NENA y ANCIANA


MARCELINA.- (Consolando a la niña que solloza.) ¿Ves? Ya terminó. No llores más. Toda una señorita como tú, no debe asustarse del médico.

ANA MARÍA.- (Ofreciéndole al doctor una palangana que sostiene después con sus manos.) ¡Usted perdonará, doctor, pero tenemos tan pocas comodidades!

EL DOCTOR.- (Sin responder se lava las manos.)

ANA MARÍA.- (Al darle una toalla.) ¿Cómo la encuentra, doctor?

EL DOCTOR.- (Saca el recetario y escribe una fórmula.) De esto primero le aplican unas fricciones; esto de más abajo es un tónico. Hay que cuidar mucho la alimentación de esa niña.

ANA MARÍA.- ¿Y no será peligroso lo que tiene?

EL DOCTOR.- Volveré dentro de dos o tres días. (Al ir a tomar su sombrero advierte a la anciana.) ¿Otro enfermo?

ANA MARÍA.- No. Es abuelita. Hace tres años que está paralítica. Se impresionó mucho con la muerte de papá y...

EL DOCTOR.- Adiós... buenas tardes. (Mutis.)

ANA MARÍA.- Adiós, doctor.

MARCELINA.- Servir a usted, doctor. (A ANA MARÍA.) ¿Te dijo algo?

ANA MARÍA.- Que volverá dentro de unos días. (Besa a la nena.) ¿Se te pasó el susto? Es muy poca cosa lo que tienes; dentro de unos días podrás levantarte y corretear a tu gusto por el patio. Y ahora a atender a esta otra nena. (Lleva el sillón de ruedas a la cama de abuelita.) Ven, mamá; ayúdame. (Entre las dos transportan a la anciana al sillón y la conducen a la ventana.) Señora, a tomar aire y curiosear lo que pasa en la calle. ¡Pero, cuidadito con mirar mucho a los mozos! (La besa en la frente y se sienta a la máquina, reanudando la costura: una pausa; se oye el ruido de la máquina. De repente, sobresaltada.) ¡Ay, Dios mío!

MARCELINA.- (Que se ha sentado en cualquier parte, pensativa, con inquietud.) ¿Qué te ocurre?

ANA MARÍA.- (Sin responder corre al patio y vuelve con la jaula del canario.) Me había olvidado de este otro hijo. Asolándose, el pobrecito. Miralo con su piquito abierto, casi asfixiado. (Cuelga la jaula, haciéndole mimos al canario y se pone de nuevo a coser.)

MARCELINA.- Me asustaste, muchacha. ¿Cuándo dejarás de ser una criatura?

ANA MARÍA.- ¿Por qué soy una criatura? ¿Porque no me paso el día suspirando en los rincones? A mal tiempo buena cara, señora mía.

MARCELINA.- Si pudiéramos alimentarnos con refranes y dicharachos, no tendríamos de qué quejarnos.

ANA MARÍA.- ¿Volvemos, mamá? Ya te he dicho que no quiero oírte hablar así. Me ofendes y cometes una injusticia.

MARCELINA.- ¿Y tú no me ofendes diciéndome que me paso el día suspirando en los rincones?

ANA MARÍA.- (Dejando la costura, muy afectuosa.) ¡Por Dios, mamá! No hay razón para tanta susceptibilidad. Decía eso por decir algo... por decir... no sé cómo explicarme; por decir... ¿acaso por conservar un poco de jovialidad en mis maneras, dejo de atender nuestras necesidades, no trabajo, no cuido de los chicos?...

MARCELINA.- No digo eso; pero tenemos que pensar muy seriamente en el porvenir.

ANA MARÍA.- (Con suave ironía.) ¡Oh! ¡Sí! ¡Para pensar seriamente en las cosas tristes que nos pasan; que nos pueden pasar, tenemos que poner la cara lúgubre, cerrar las persianas para que no entre la luz, suspirar hondo tres veces por minuto, lamentarse, sobre todo eso, lamentarse una barbaridad, con los vecinos, con los proveedores, con las amistades, con la Virgen de los Desamparados y con todos los santos protectores del Almanaque, y si se da el caso de que un pobre canario se está muriendo de insolación, dejarlo que se achicharre! ¿A eso le llaman pensar seriamente?...

MARCELINA.- Olvidas que tus pobres hermanitos se han ido al colegio sin almorzar otra cosa que un pedazo de pan.

ANA MARÍA.- Pues sí yo me pasara el tiempo lloriqueando, ni eso comen hoy. Y basta, mamá, basta ya; un beso y a poner mejor semblante. (Vuelve a la tarea.)

MARCELINA.- Es que tú no sabes que hoy o mañana nos piden el desalojo.

ANA MARÍA.- Bah, ¿no tienes noticias más frescas?

MARCELINA.- ¿Y qué vamos a hacer sin un centavo, sin nada más de qué sacarlo, con tanta familia, con esa pobre vieja inútil y para peor de los males la nena también enferma? Nos arrojarán a la calle, tendremos que vivir de limosna. Si al menos pudiéramos contar con alguno de los muchos amigos de tu padre; pero tú sabes que aquellos que más le debían fueron los primeros en volvernos las espaldas.

ANA MARÍA.- Sí; la eterna historia.

MARCELINA.- Antes siquiera lo teníamos a don Rogelio, pero...

ANA MARÍA.- (Brusca.) ¡Por favor, mamá, no lo nombres; no lo nombres!

MARCELINA.- Bastante nos ayudó.

ANA MARÍA.- No lo nombres, te he dicho. No quiero oír hablar de semejante persona.

MARCELINA.- Es un capricho el tuyo.

ANA MARÍA.- Como te parezca. Pero te pido que respetes mi capricho. Cada vez que la miseria nos aprieta un poco se te aparece ese hombre como la única tabla de salvación. ¡Don Rogelio, don Rogelio y don Rogelio! ¡Y se acabó el mundo!

MARCELINA.- Y no te equívocas. No tenemos otro a quien acudir.

ANA MARÍA.- Y yo, ¿qué soy en esta casa? No precisamos de nadie.

MARCELINA.- ¡Tú, tú, pobrecita! Aunque trabajaras diez veces más de lo que trabajas, y bien que te estropeas con esa máquina, no llegarías a cubrir la mitad de nuestras necesidades. Demasiado lo estás viendo. Hace tres meses con tu trabajo y con el mío apenas si ganamos para comer mal y eso que embrollamos el alquiler. Imagínate ahora con el desalojo encima y la enfermedad de la nena, que sabe Dios lo que el porvenir nos guarda. Los enfermos al hospital, los chicos al asilo y nosotras...

ANA MARÍA.- ¿Sabes, mamá, que estoy observando una cosa?

MARCELINA.- ¿Qué cosa?

ANA MARÍA.- Que hoy no estás tan triste...

MARCELINA.- ¿Qué quieres decir? ¿Por qué?...

ANA MARÍA.- Regañas demasiado.

MARCELINA.- No te entiendo.

ANA MARÍA.- Pero me entiendo yo. ¿Quieres hacerme el favor de pedirle a la vecina una plancha caliente para asentar esta costura?

MARCELINA.- No, yo no voy. Bien sabes que las presta de mala gana.

ANA MARÍA.- Con tal de que las preste, ¿qué nos importa el gesto?

MARCELINA.- ¿Ahora piensas así?

ANA MARÍA.- ¡Oh! sin tanta necesidad las gentes toleran cosas peores.