Sucesos de las islas Filipinas (edición de José Rizal)/Capítulo primero

Sucesos de las islas Filipinas (1890) de Antonio de Morga
Capítulo primero
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPÍTULO PRIMERO


De los primeros descubrimientos de las islas Orientales, y del viaje que hizo á ellas el Adelantado Miguel López de Legazpi, conquista y pacificación de las Filipinas en tiempo de su gobierno, y de Guido de Lavazarris, que sirvió después el cargo.


Según los cosmógrafos antiguos y modernos, la parte del mundo llamada Asia tiene adyacentes grandísima copia de islas mayores y menores, habitadas por diversas naciones y gentes; enriquecidas, así de piedras preciosas, oro, plata, y otros minerales, como abundantes de frutos y semillas, ganados y animales; y algunas dellas, en que se cría todo género de especería, que se lleva y reparte por todo el universo. Llámanlas de ordinario en sus libros, y descripciones y cartas de marear, el grande Archipiélago de San Lázaro, que son en el mar océano oriental; de las cuales, entre otras mas famosas, son las islas del Maluco, Célebes, Tendaya[1], Luzon, Mindanao y Borneo, que ahora se llaman las Filipinas.

Habiendo el Papa Alejandro VI repartido las conquistas del nuevo Mundo, á los Reyes de Castilla y Portugal, hizieron de acuerdo la particion por una línea que Cosmógrafos echaron al mundo; para que, el uno á la parte del Occidente[2], y el otro, á la del Oriente, siguiesen sus descubrimientos y conquistas, pacificando lo que cada uno ganase dentro de su demarcacion.

Despues que por la corona de Portugal se ganó la Ciudad de Malaca, en la tierra firme de la Asia, en el Reyno de Ior[3], llamada por los antiguos Aureachersoneso, el año de mil y quinientos y once, á las nuevas de las islas que caen cerca, especialmente las del Maluco y Banda, donde se coge el clavo y la nuez moscada; salió una armada de Portugueses á su descubrimiento, que habiendo estado en Banda, fueron de allí llevados á la isla de Terrenate, una de las del Maluco, por el Rey della, en defensa, suya, contra el de Tidore su vecino, con quien tenía guerra, que fué principio del asiento que los Portugueses hicieron en el Maluco.

Francisco Serrano (que volvió á Malaca con este descubrimiento, y pasó á la India para ir á Portugal á dar cuenta de él) murió antes de hacer este viaje[4], habiendo comunicado por cartas á su amigo Fernando de Magallanes (que se habían hallado juntos en la toma de Malaca y estaba en Portugal) lo que había visto, con cuyas relaciones, entendió lo que convenía del descubrimiento y navegacion á estas islas.

Magallanes en este tiempo se pasó al servicio del Rey de Castilla, por causas que le movieron[5], y trató con el Emperador Carlos V, nuestro señor, que las islas del Maluco caían dentro de la demarcacion de su Corona de Castilla, y que su conquista le pertenecía conforme á la concesion del Papa Alejandro[6], y que se ofrecía hacer la jornada y navegacion á ellas en su nombre, descubriendo el viaje, por parte de la demarcacion que á Castilla le pertenecía, valiéndose de un famoso Astrólogo y Cosmógrafo, llamado Ruyfarelo que consigo tenía[7].

El Emperador (por la importancia del negocio) dió á Fernando de Magallanes este viaje y descubrimiento, con los navíos y recaudo que para ello convino, con los cuales salió y descubrió el Estrecho á que puso su nombre; por donde pasó á la mar del Sur, y navegó á las islas de Tendaya y Sebú, donde fué muerto por los Naturales de Matan[8], que es una de ellas, pasaron sus navíos al Maluco, donde la gente dellos tuvieron debates y diferencias con los Portugueses que se hallaron en la isla de Terrenate; y últimamente, no pudiéndose sustentar allí, en una Nao que á los Castellanos había quedado en su armada, nombrada la Victoria, salieron del Maluco, llevando por cabeza y capitan á Juan Sebastian del Caño, que hizo su viaje á Castilla, por el de la India, donde llegó con poca gente, y dió á su Magestad cuenta del descubrimiento de las islas del grande Archipiélago y su navegacion.

Intentóse otras veces la misma empresa, y se puso en ejecución por Juan Sebastian del Caño, y por el Comendador Loaisa, y los Saoneses, y Obispo de Plasencia, sin tener el efecto que se pretendio, por los trabajos y riesgos de tan larga navegacion y contiendas que se les ofrecieron con los Portugueses en el Maluco, á los que allá llegaron.

Tras de todos estos sucesos, pareciendo que aqueste descubrimiento se haría más breve y mejor por la Nueva España, se despachó por aquella parte una Armada en el año de mil y quinientos y cuarenta y cinco, á cargo de Rui Lopez de Villalobos, que pasó por Sebú, y llegó al Maluco, donde tuvo con los Portugueses diferencias, infortunios y trabajos, por los cuales no tuvo el fin que se pretendía, ni la Armada pudo volver á la Nueva España de do había salido, y se deshizo, y algunos de los Castellanos que quedaron, salieron del Maluco por la India de Portugal, y fueron á Castilla: donde dieron relación de lo sucedido en su viaje, calidad y sustancia de las islas del Maluco, y de las otras que habían visto.

Pareciendo despues al Rey don Felipe II nuestro señor, le convenía no alzar mano de la misma empresa, y siendo informado por don Luis de Velasco, Virrey de la Nueva España, y por Fr. Andrés de Urdaneta de la orden de San Agustín (que siendo seglar, había estado en el Maluco con la Armada del comendador Loaisa) que desde la Nueva España se haría mejor y mas breve aqueste viaje, lo cometió al Virrey. Salió de la Corte Fr. Andrés de Urdaneta, para la Nueva España[9], que como tan práctico y buen Cosmógrafo, se ofreció iría en la Armada, y descubriría la vuelta. El Virrey aparejó Armada y gente con lo mas necesario, en el Puerto de la Navidad, en la mar del Sur, á cargo de Miguel López de Legazpi, vecino de Méjico, natural de la Provincia de Guipuzcoa, persona de calidad y confianza; por haber fallecido el Virrey, la Audiencia que en su falta gobernaba, acabó de despachar á Legazpi, dándole instrucciones de la parte á donde debía de ir, con orden que no la abriese hasta estar trescientas leguas á la mar; por diferencias que hubo entre los de la Armada, sobre decir unos, que sería mejor ir á la Nueva Guinea, y otros á los Luzones, y algunos al Maluco. Partió Miguel López de Legazpi, el año de mil y quinientos y sesenta y cuatro del puerto de la Navidad, con cinco navíos y quinientos hombres, y Fr. Andrés de Urdaneta, y otros cuatro religiosos de la Orden de San Agustin en su compañía, y habiendo navegado algunos días al Occidente, abrió las instrucciones, y vió que se le ordenaba fuese á las islas de los Luzones, donde, procurase pacificarlas y reducirlas a la obediencia de su Magestad, y que recibiesen la santa Fé Católica. Prosiguió su viaje hasta llegar á la isla de Sebú, donde por la comodidad que halló del buen puerto y disposicion de la tierra, surgió en él, siendo primero recibido de paz de los Naturales, y de su principal Tupas. Despues le quisieron matar, y á los de su compañía, porque habiéndoles alzado los bastimentos, tomaron contra ellos las armas, que sucedió al reves de como lo pensaron, porque los Españoles los vencieron y sugetaron. Viendo lo que había pasado en Sebú, los naturales de otras islas circunvecinas vinieron de paz al Adelantado, dándole la obediencia, y proveyeron el campo de algunos bastimentos, y se hizo la primera población de los Españoles en aquel Puerto, á quien llamaron la ciudad del Santísimo nombre de JESVS[10], por haberse hallado en una de las casas de los Naturales, cuando los vencieron, una imagen de JESVS hecho de bulto, que se creyó haber quedado allí de la Armada de Magallanes[11], que los Naturales tenían en mucha veneracion, y les hacía en sus necesidades efectos milagrosos; el cual pusieron en el monasterio de San Agustin que se fabricó en aquella ciudad.

El mismo año despachó el Adelantado la Capitana de su Armada, á la Nueva España; con relación y aviso de lo sucedido en el viaje, y asiento en Sebú, pidiendo gente y socorro para continuar la pacificacion de las islas, en que se embarcó Fr. Andres de Urdaneta con Fr. Andres de Aguirre, su compañero.

Uno de los navíos que salió del Puerto de la Navidad en conserva de la Armada, á cargo de don Alonso de Arellano, llevaba por piloto á Lope Martin, mulato buen marinero, aunque inquieto, que hallándose ya cerca de las islas, dejando su armada, se adelantó y entró por ellas, y rescatados algunos bastimentos, no esperando á el Adelantado, dió vuelta á la Nueva España por la parte del Norte; ó por el poco gusto que llevaba de haber hecho el viaje á las islas, ó por ganar el premio de haber descubierto la vuelta. Llegó con brevedad, y dió nueva de haber visto las islas y descubierto el viaje, diciendo algunas cosas á propósito de su venida, sin recaudo del Adelantado, ni aviso de lo que le había sucedido. Don Alonso de Arellano fué bien recibido de la Audiencia que gobernaba, donde se trató de premiarle, y á su piloto; como se hiciera, si la Capitana del Adelantado no llegara también á este tiempo[12], habiendo hecho la misma navegacion, con relacion cierta de lo sucedido, y estado en que las cosas quedaban y poblacion de Sebú; y dando cuenta como don Alonso de Arellano con su navío, sin tener orden, ó necesidad para ello, se había adelantado de la Armada á la entrada de las islas, y nunca más había parecido; y que de mas de las islas que quedaban de paz, y en la obediencia de su Magestad, había otras muchas grandes y ricas, pobladas de gente, bastimentos y oro, que esperaban pacificar, y reducir, con el socorro que se pedía, que á todas había puesto por nombre el Adelantado (por contemplación de su Magestad) las islas Filipinas[13]. El socorro se le envió luego, y se ha ido continuando todos los años conforme á las necesidades que se han ofrecido con que se ha ganado y sustentado la tierra.

Teniendo noticia el Adelantado de otras islas que estaban en contorno de Sebú, abundantes de bastimentos, envió á ellas algunos Españoles, que trujesen los Naturales de paz, y arroz para el campo, con que se entretuvo y sustentó lo mejor que pudo, hasta que habiendo pasado á la isla de Panay, envió de allí á Martin de Goiti su Maese de Campo, y otros capitanes con la gente que le pareció bastante á la isla de Luzon, guiándolos un principal, natural della, nombrado Maomat, para que la procurasen pacificar y traer á la obediencia de su Magestad. Llegados á la bahía de Manila, hallaron su poblazon á la orilla del mar, junto á un río grande, poseida y fortificada de un principal que llamaban Rajamora[14]: y en frente, pasado el río, había otra poblazon grande, nombrada Tondo, que tambien la tenía otro principal Rajamatanda[15], hechos fuertes, de palmas y arigues[16] gruesos, terraplenados, con mucha cantidad de versos de bronce y otras piezas mayores de cámara.

Venido Martin de Goití á pláticas con los principales y su gente, sobre la paz y obediencia que pretendía, le fué necesario venir á las manos con ellos: y los Españoles, por fuerza de las armas, entraron la tierra y la ganaron, con los fuertes y artillería; día de santa Potenciana, diez y nueve de mayo, año de mil y quinientos y setenta y uno[17], con que los Naturales y sus principales vinieron de paz, y dieron la obediencia, y otros muchos de la misma isla de Luzon hicieron lo mismo[18].

Con la nueva que el Adelantado Legazpi tuvo en Panay de la toma de Manila, y asiento de los Españoles en ella, dejadas puestas en orden las cosas de Sebú, y otras islas que tenía pacificadas, y encomendados los naturales dellas á los soldados mas beneméritos, ordenado lo que mas le pareció, para el gobierno de aquellas Provincias, que comunmente se llaman de Bisayas de los Pintados[19], porque los naturales de ellas traen todo el cuerpo labrado de fuego, se vino á Manila con el resto de la demas gente que tenía, donde fué bien recibido, y asentó de nuevo con los Naturales y sus Principales la paz, amistad y obediencia que á su Magestad tenían dada, y en el mismo sitio de Manila (de que Rajamora hizo donacion á los Españoles para su poblazon) la fundó y asentó el Adelantado, por ser fuerte y en comarca de bastimentos y en medio de todas las islas (dejándole su nombre de Manila que de los Naturales tenía[20], tomó lo que bastó del terreno para la ciudad, en que hizo el Gobernador su asiento y morada, fortificándose mas de propósito; teniendo mas consideracion á lo dicho, para hacer cabeza del gobierno á esta nueva poblazon, que al temple y anchura del sitio, que es caluroso y estrecho, por tener el río de una banda de la ciudad, y por la otra la bahía, y á las espaldas, grandes pantanos y ciénagas, que la hacen muy mas fuerte.

Desde este puesto se fué prosiguiendo la pacificacion de las demás provincias de esta grande isla de Luzon y de las cosas que están en su contorno, viniendo las unas de paz á la obediencia, y otras conquistándolas con las armas y con la industria de los religiosos que han sembrado por ellas el santo Evangelio, en que unos y otros han trabajado valerosamente, así en el tiempo y gobierno del Adelantado Miguel Lopez de Legazpi, como de los demás gobernadores que le han sucedido. Encomendóse[21] la tierra á los que la han pacificado, y poblado, poniendo en la real corona cabeceras de provincias, puertos y poblazones de las Ciudades y Villas que se han fundado, con otras encomiendas particulares, para las necesidades que se ofrecen, y gastos de la real hazienda, tratando las cosas de gobierno y conversion de los Naturales como era necesario, teniendo cada año navíos que hacen el viaje á la Nueva España, y vuelven con los socorros ordinarios, con que el estado de las islas Filipinas tiene hoy el buen punto en lo espiritual y temporal que se sabe.

El Adelantado Miguel Lopez de Legazpi, como está dicho, descubrió las islas, y hizo asiento en ellas y dió buen principio á su pacificacion y obediencia. Fundó[22] la ciudad del santísimo nombre de JESVS en las provincias de Pintados, y despues la ciudad de Manila en la isla de Luzon. Conquistó en ella la provincia de Ilocos, en cuya población y puerto llamado Vigan, fundó una poblazon de Españoles, que le puso por nombre la villa Fernandina[23]. Asimismo pacificó la provincia de Pangasinan, y la isla de Mindoro, tasó los tributos que los Naturales habían de pagar en todas las islas[24], y ordenó otras muchas cosas tocantes al gobierno y conversion de ellas, hasta que murió, año de mil y quinientos y setenta y cuatro en Manila, donde está enterrado su cuerpo en el monasterio de San Agustín.

Muerto el Adelantado, se halló entre sus papeles un despacho cerrado de la Audiencia de Méjico, que gobernaba cuando la armada salió de la Nueva España, nombrando (en caso que el Adelantado faltase) sucesor al Gobierno, en virtud del cual, entró y fué obedecido Guido de Labazarris, Oficial real que era; el cual, con mucha prudencia, valor y maña, continuó la conversion y pacificacion de las islas, y las gobernó.

En su tiempo vino el corsario Limahon, de China, con setenta navíos gruesos de armada y mucha gente de guerra sobre Manila, y entró en la ciudad, y matando en su casa al Maese de campo Martin de Goití, con otros Españoles que se hallaban en ella, pasó al fuerte en que los Españoles se recogieron, siendo muy pocos, con fin de tomar la tierra y señorearse de ella. Los Españoles, con un socorro que les trajo de Vigan el capitán Ioan de Salzedo, de la gente que consigo tenía (que vió pasar á este corsario por la costa, vino con él á Manila) se defendieron tan valerosamente, que matándole mucha gente, le hicieron embarcar y salir huyendo de la bahía y meterse en el río de Pangasinan, á donde los Españoles le fueron á buscar[25] y le quemaron la armada, y le tuvieron cercado en tierra muchos días á este corsario, que en embarcaciones pequeñas que hizo allí ocultamente, huyendo se salió á la mar y dejó las islas[26].

En el Gobierno del mismo Guido de Labazarris, se asentó el trato y comercio de la gran China con Manila, viniendo navíos con mercaderías cada año, haciéndoles el Gobernador buen acogimiento, con que cada año se ha ido engrosando más el comercio.

Este mismo Gobernador encomendó todo lo pacificado en la isla de Luzon, y en las circunvecinas, entre los conquistadores y pobladores que había; encomendó en sí mismo los pueblos de Betis y Lubao, en la provincia de Pampanga y otros de consideracion, de los cuales le desposeyó el Gobernador que le sucedió, y despues su Magestad, por sus buenos servicios, le hizo merced de todos ellos y los gozó con el oficio de maese de campo de las islas el tiempo que vivió.

Notas de José Rizal
  1. Acerca de esa isla, véase lo que en el cap. VIII se dice.
  2. Versus occidentem et meridiem, dice el original; al Occidente y al Sur.
  3. Johore en Inglés; pron. Dschohor.
  4. Serrano y Magallanes murieron con pocos días de intervalo (Navarrete, Stanley). partición en el meridiano distante 100 leguas (de 17 1/2 al grado) al occidente y al sur de cualquiera de las islas de Cabo Verde (quæ linea distet a qualibet insularum, quæ vulgariter nuncupantur de los Azores et Cabo Verde centum leucis versus Occidentem et Meridiem); según el arreglo del 20 de junio de 1494 en que alejaban dicho meridiano hasta 370 leguas al O. de las mismas islas, y según la cesión que hizo Carlos V de todos sus derechos con respecto á las islas del Poniente en favor de la corona de Portugal, Filipinas no debería pertenecer á España. En efecto, aun tomando por punto de partida São Antão, la isla más occidental del grupo, la línea de partición caería á los 47°30′ long O, Green., y las conquistas de España sólo podrían extenderse hasta los 132°30′ long E., ó sea hasta las islas Palaos. Esta Bula, lejos de prevenir conflictos, como algunos pretenden, los fomentó hasta cierto punto, pues, apoyándose en ella y en los pocos conocimientos geográficos de entonces, cada nación pretendía estar en su derecho para la posesión de las ricas islas del Maluco y de las Filipinas, suscitándose aquellas tristes luchas que se registran en los viajes de Magallanes, Del Cano, Loaysa, Álvaro de Saavedra, Villalobos y hasta en el del mismo Legazpi, en los que por medio siglo se ensangrentaron aquellos mares, arrastrando en sus luchas fratricidas á los habitantes de los Archipiélagos; todo lo cual acaso se hubiera evitado, si hubiese existido el derecho primi occupantis. Esta Bula tuvo la suerte de las otras; naciones protestantes poseen ahora la India y el Maluco, y el Papado, que incitaba á los Príncipes católicos para que despojasen de sus dominios y de su libertad á reyes y pueblos extraños y desconocidos, por el mero hecho de ser infieles, sin ser obligado ni solicitado por nadie (de nostra mera liberalitate), ahora se encuentra despojado por Príncipes, también católicos, y reducido su dominio á un dominio de nombre, como los reyezuelos de las islas conquistadas. Justicia de la Historia: ¡también hay Dios para los Papas!
  5. Según documentos históricos, por no haberle concedido el Rey de Portugal un aumento de sueldo que pedía.
  6. Ahora, todos saben que Magallanes estaba en un error; pero gracias á esto y á la imperfección de los instrumentos náuticos de entonces, Filipinas no cayó en manos de los Portugueses. Pues, según esta célebre Bula del 4 de mayo de 1493, que ponía la línea de
  7. Ruy Falero no pudo ir en el viaje.
  8. Maktan ó Mactan. Habiéndose dicho cosas tan raras acerca de la muerte de Magallanes, y habiéndose atribuido su muerte hasta á la traición y al veneno, sin dejar de exagerar el número de sus enemigos, creemos deber traer aquí el pasaje en que Pigafetta, un testigo ocular, describe la batalla de Maktan y la muerte de Magallanes:
    «Viernes, 26 de Abril. Zula, que era uno de los dos principales, ó sea cabezas de la isla de Matan, envió al Capitán General [Magallanes] uno de sus hijos con dos cabras para hacerle un regalo: y le mandó decir que si no hacía cuanto había prometido, era por causa del otro principal, llamado Si Lapulapu, quien se lo había impedido, por no querer obedecer en ninguna manera al Rey de España. Pero, que si el Capitán quisiese solamente enviarle en la noche siguiente una barca llena de hombres que le ayudasen, vencería y sojuzgaría á su rival. Oído este mensaje, el Capitán se decidió á ir él mismo con tres embarcaciones. Nosotros le suplicamos encarecidamente á que no fuese en persona á esta empresa, pero él, como buen pastor, no quiso abandonar á su grey.
    »Partimos de Zubu á media noche. Éramos sesenta hombres armados de corseletes y celadas. Venían con nosotros el Rey cristiano, el Príncipe, algunos de los jefes y muchos otros, divididos en 20 ó 30 balangai (sic). Llegamos á Matan á las 3 de la mañana. El Capitán, antes de dar el asalto, quiso aun usar de la dulzura y en vió á tierra al comerciante moro para que dijese á los isleños del partido de Si Lapulapu que si al rey cristiano quisiesen reconocer por señor, obedecer al rey de España y pagarnos el tributo exigido, nuestro Capitán sería su amigo; y que de lo contrario probarían como herían nuestras lanzas. Los isleños no se amedrentaron: respondieron que si lanzas teníamos nosotros, lanzas tenían ellos también, de caña y palo, endurecidos al fuego. Nos quisieron, sin embargo, dar á entender que deseaban mucho no les diésemos el asalto de noche sino que se esperase el día, puesto que aguardaban refuerzos y estarían en mayoría, y esto nos lo hicieron entender maliciosamente para de esta manera animarnos á atacarlos de noche, suponiéndoles menos preparados; pero era su ardiente deseo porque entre la ribera y sus casas habían cavado fosas, en las cuales esperaban que cayésemos gracias á la oscuridad.
    »Por eso, esperamos el día. En número de 49 saltamos y entramos en el agua hasta la cintura, porque por el bajo fondo y por los escollos, los barcos no podían acercarse á la orilla, y así tuvimos que recorrer en el agua dos buenos tiros de ballesta, antes de arribar. Los otros 11 quedaron á guardar los barcos. Cuando llegamos en tierra, los isleños, en número de 1500, se formaron en tres cuerpos, y vinieron hacia nosotros con terrible clamoreo, atacándonos dos á los flancos y el otro de frente. Entonces el capitán dividió á su gente en dos secciones. Nuestros mosqueteros y ballesteros tiraron de lejos durante media hora, pero nada consiguieron, puesto que las balas y las flechas, si bien atravesaban sus escudos hechos de tablas finas, les herían solamente en los brazos, cosa que no les detenía. El Capitán ordenaba á gritos que no tirasen, pero no era escuchado. Viendo los isleños que les hacían poco ó ningún daño los golpes de nuestros mosquetes, no quisieron ya retirarse y gritando entonces con más fuerzas y saltando de aquí para allá para evitar nuestros tiros, se acercaban á nosotros arrojándonos flechas, lanzas de caña, palos aguzados al fuego, piedras y hasta fango, de tal suerte que apenas podíamos defendernos. Algunos arrojaron al Capitán general lanzas con puntas de hierro.
    »Él, viendo esto, para alejar tanta muchedumbre y aterrorizarla, mandó á algunos de los nuestros á incendiar las casas, lo cual los enfureció más. Acudieron algunos al incendio, que quemó de veinte á treinta casas y allí mataron á dos de los nuestros. Los otros se nos vinieron encima con mayor furor. Se percibieron que nuestros cuerpos estaban defendidos, pero que nuestras piernas estaban descubiertas, y á ellas se dirigieron principalmente. En efecto, una flecha envenenada atravesó la pierna derecha del Capitán, por lo cual mandó que nos retirásemos poco á poco; pero casi todos los nuestros se dieron á la fuga precipitadamente, de tal manera que apenas siete ú ocho nos quedamos con él. Nos abrumaban las lanzas y las piedras que blandían los enemigos y no podíamos resistir más. La bombardas que teníamos en las embarcaciones no nos socorrían porque la poca marea las tenía demasiado lejos de tierra. Por lo tanto, nos fuimos retirando poco á poco, combatiendo siempre, y solamente nos separaba de la orilla un tiro de ballesta, metidos en el agua hasta las rodillas; los isleños nos seguían y recogiendo las lanzas ya arrojadas, nos las tiraban hasta cinco y seis veces. Sus tiros se dirigían especialmente al Capitán á quien conocían; pero él con algunos pocos de los nuestros permanecía en su puesto como buen caballero, sin quererse retirar más que los demás. Así combatimos por más de una hora, hasta que un indio consiguió arrojarle una lanza de caña en la cara; él entonces, irritado, le arrojó su misma asta en el pecho y allí la dejó; pero al querer desenvainar la espada, no consiguió desnudarla más que á medias, á causa de una herida de caña recibida en el brazo derecho. Viendo esto los enemigos, se le volvieron todos encima, y uno de ellos con un gran terzado (kampilan) que equivale á una gran cimitarra, le dió en la pierna izquierda un gran tajo que le hizo caer de bruces. Entonces los indios con lanzas de caña con punta de hierro, con cimitarras y con otras armas que tenían, se le arrojaron encima y le hirieron hasta que privaron de la vida al espejo, á la luz, al consuelo y á nuestra verdadera guía. Mientras los indios le apretaban de tal suerte, más de una vez se volvió hacia atrás para mirarnos si todos estábamos en salvo; ya que su obstinada resistencia no tenía otro objeto que cubrir la retirada de los suyos. Los que hasta el fin peleamos al lado suyo, y estábamos cubiertos de heridas, viéndole muerto, nos dirigimos también hacia las embarcaciones que ya estaban para partir. Esta funesta batalla se dió el 27 de Abril (28) de 1521 día de sábado (domingo), día escogido por el mismo Capitán por tenerle una devoción particular. Murieron con él ocho de los nuestros y cuatro indios de aquellos que se bautizaron: tuvimos también muchos heridos, entre los cuales me debo contar. Los enemigos no perdieron más que 15 hombres…
    » El Rey cristiano hubiera podido á la verdad prestarnos socorro y lo habría hecho, pero nuestro Capitán, lejos de prever lo que sucedió, al bajar en tierra con su gente, le había encargado no salir del balangai, queriendo que desde allí presenciase como combatíamos. Cuando supo la muerte del Capitán, lo lloró amargamente.» (Pigafetta, Primo Viaggio intorno al Mondo, lib. II.)
  9. Fr. Andrés de Urdaneta recibió la orden de Felipe II, estando en Méjico, y fué él quien designó á Legazpi para jefe de la expedición, pero su intención no era ir á las Filipinas, sino á Nueva Guinea, según el P. Gaspar de San Agustín.
  10. Al principio llamóse Villa de S. Miguel, según el Padre Gaspar de San Agustín.
  11. En efecto, esta imagen que muchos religiosos, entre ellos el P. Gaspar de S. Agustín, creen llevada allí por los ángeles, fué regalo del sobresaliente Antonio Pigafetta, de la expedición de Magallanes, á la reina de Sebú. «Io feci vedere alla Regina un'immagine di Nostra Signora, una statuetta di legno rappresentante il Bambin Gesù, ed una croce… La Regina mi chiese il Bambino, per tenerlo in luogo de' suoi idoli, e a lei lo diedi…. Il Capitano in quell' occasione approvó il dono che io aveva fatto alla Regina della statuetta del Bambin Gesù, raccomandandole di metterla al luogo de' suoi idoli, perché era una memoria del Figliuolo di Dio; ed ella tutto promise di fare, e molto caro sel tenne.» (Pigafetta, da Carlo Amoretti, Primo Viaggio intorno al Mondo, lib. II.)
  12. Alonso de Arellano se había ido ya á la Corte para solicitar el premio.
  13. No fué Legazpi el primero que dió el nombre de Filipinas al Archipiélago; en la armada de Villalobos, según Juan Gaetan, se amó á Tendaya, Filipina (Tendaya chiamata Filipina) (Ramusio).
  14. Raja Soliman. Rahang murā en oposición á Rahang matandā.
  15. Acerca de estos Rajas, y de la confusión que hay en los historiadores de Filipinas, véase el excelente folleto del filipino D. Isabelo de los Reyes, titulado: Los Régulos de Manila. (Artículos varios.)
  16. Del Tagalo haligi poste de madera grueso para sostener el armazón de una casa ó edificio.
  17. Morga confunde aquí evidentemente la fecha de la venida pacífica de Legazpi con la del asalto de Goiti y Salcedo, en que se quemó Manila y una gran fábrica de artillería, hecho que fué en 1570, según los otros historiadores. Goití no se posesionó de ella sino que se retiró á Cavite y después á Panay, lo cual nos hace dudar un poco de su victoria. Por lo demás, los Españoles entonces, por haber venido siguiendo la dirección del sol, estaban, en cuestión de fechas, en un atraso de 16 horas, con respecto á Europa; estado que duró hasta el 31 de diciembre de 1844. De modo que la venida de Legazpi no fué el 19, sino el 20 de mayo, y por consiguiente no fué día de santa Potenciana, sino de S. Baudelio. El traductor de Morga, lord Stanley, dice que por este motivo se suprimió esta fiesta, lo cual no es del todo exacto, pues aún subsiste en los calendarios oficiales filipinos. Lo mismo habría que hacer con la de S. Andrés, y con otras fechas más, á ser esto cierto.
  18. Ayudaron á los Españoles en esta expedición los Sebuanos, por cuya razón estuvieron mucho tiempo exentos de tributo.
  19. ¿No habría aquí una falta de imprenta debiendo ser: de Bisayas ó de los Pintados?
  20. Los Tagalos la llaman Maynila.
  21. Esto es, repartióse. Esta palabra encomendar como la de pacificar, tuvo después una significación irónica: encomendar una provincia, era como decir: entregarla al saqueo, á la crueldad y á la codicia de alguien, según después se portaron los Encomenderos.
  22. La fundó con todos los derechos y privilegios de las ciudades y comunidades españolas políticas.
  23. Mejor dicho, fué su nieto Salcedo. Este héroe, llamado el Hernán Cortés de Filipinas, fué verdaderamente el brazo inteligente de Legazpi, y el que por su astucia, por sus bellas cualidades, por su talento y valor personal se captó las simpatías de los Filipinos, sometió á los enemigos, y los inclinó á la paz y amistad de los Españoles; él fué también quien salvó á Manila de Limahón. Murió á los 27 años, y es el único de quien sabemos que hizo herederos de una gran parte de su haber á los Indios de su encomienda de Bigan. (G. de S. Agustín).
  24. «Señaló el tributo que los Naturales habían de dar á sus Encomenderos, dice el P. San Agustín (pág. 245), y fué una manta de algodón, en las provincias donde se tejía ropa, que su valor es de cuatro reales, cantidad de dos fanegas de arroz y una gallina, y esto cada año una vez; y que los que no tuviesen mantas diesen su valor en especie de otra cosa que fuese de propia cosecha en aquel pueblo, y donde no se cogiese arroz diesen dos reales, y medio real por la gallina conmutada en dinero.»
  25. «Acompañábanles tambien mil y quinientos Indios amigos de las islas de Zebu, Bohol, Leyte y Panay, sin otros muchos Indios de servicio, para gastadores y para equipajes de los navíos…» Fué también Lacandola con sus hijos y parientes, además 200 Bisayas y otros muchos Indios que en Pangasinan se incorporaron. (Gaspar de San Agustín).
  26. Consúltese el folleto Li-Ma-hong de D. Isabelo de los Reyes.