Su vida (Santa Teresa de Jesús)/Capítulo XXIV

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPITULO XXIV

Prosigue lo comenzado, y dice cómo fué aprovechándose su alma, despues que comenzó á obedecer, y lo poco que le aprovechaba el resistir las mercedes de Dios, y cómo su Majestad se las iba dando mas cumplidas.

Quedó mi alma de esta confesion tan blanda, que me parecia no hubiera cosa á que no me dispusiera; y ansí comencé á hacer mudanza en muchas cosas, aunque el confesor no me apretaba, antes parecia hacia poco caso de todo: y esto me movia mas, porque lo llevaba por modo de amar á Dios, y como que dejaba libertad y no premio, si yo no me lo pusiese por amor. Estuve ansí casi dos meses, haciendo todo mi poder en resistir los regalos y mercedes de Dios. Cuanto á lo exterior víase la mudanza, porque ya el Señor me comenzaba á dar ánimo para pasar por algunas cosas, que decian personas que me conocian, pareciéndoles extremos, y aun en la mesma casa: y de lo que antes hacia, razon tenian, que era extremo; mas de lo que era obligada al hábito y profision que hacia quedaba corta. Gané de este resistir gustos y regalos de Dios, enseñarme su Majestad, porque antes me parecia, que para darme regalos en la oracion, era menester mucho arrinconamiento, y casi no me osaba bullir: despues ví lo poco que hacia al caso, porque cuando mas procuraba divertirme, mas me cubria el Señor de aquella suavidad y gloria, que me parecia toda me rodeaba, y que por ninguna parte podia huir, y ansí era.

Yo traia tanto cuidado, que me daba pena. El Señor le traia mayor á hacer mercedes, y á señalarse mucho mas que solia en estos dos meses, para que yo mijor entendiese, que no era mas en mi mano. Comencé á tomar de nuevo amor á la sacratísima Humanidad: comenzóse á asentar la oracion, como edificio que ya llevaba cimiento, y aficionarme á mas penitencia, de que yo estaba descuidada, por ser tan grandes mis enfermedades. Díjome aquel varon santo, que me confesó, que algunas cosas no me podrian dañar, que por ventura me daba Dios tanto mal, porque yo no hacia penitencia me la querria dar su Majestad.

Mandábame hacer algunas mortificaciones no muy sabrosas para mí. Todo lo hacia, porque parecíame que me lo mandaba el Señor, y dábale gracia para que me lo mandase, de manera que yo le obedeciese. Iba ya sintiendo mi alma cualquiera ofensa que hiciese á Dios, por pequeña que fuese, de manera, que si alguna cosa supérflua traia, no podia recogerme hasta que me la quitaba. Hacia mucha oracion, porque el Señor me tuviese de su mano, pues trataba con sus siervos no permitiese tornase atrás, que me parecia fuera gran delito, y que habian ellos de perder crédito por mí.

En este tiempo vino el padre Francisco[1], que era duque de Gandía, y habia algunos años, que dejándolo todo, habia entrado en la Compañía de Jesus. Procuró mi confesor, y el caballero que he dicho tambien vino á mí, para que le hablase, y diese cuenta de la oracion que tenia, porque sabia iba muy adelante en ser muy favorecido y regalado de Dios; que como quien habia mucho dejado por El, aun en esta vida le pagaba. Pues, despues que me hubo oido, díjome que era espíritu de Dios, y que le parecia que no era bien ya resistirle mas: que hasta entonces estaba bien hecho, sino que siempre comenzase la oracion en un paso de la Pasion; y que si despues el Señor me llevase el espíritu, que no lo resistiese, sino que dejase llevarle á su Majestad, no lo procurando yo. Como quien iba bien adelante dió la medicina y consejo; que hace mucho en esto la expiriencia: dijo, que era yerro resistir ya mas. Yo quedé muy consolada y el caballero tambien: holgábase mucho que dijese era de Dios, y siempre me ayudaba, y daba avisos en lo que podia, que era mucho.

En este tiempo mudaron á mi confesor de este lugar á otro, lo que yo sentí muy mucho, porque pensé me habia de tornar á ser ruin, y no me parecia posible hallar otro como él. Quedó mi alma como en un desierto, muy desconsolada y temerosa:

no sabia que hacer de mi. Procuróme llevar una parienta mia á su casa, y yo procuré ir luego á procurar otro confesor en los de la Compañía.

Fué el Señor servido, que comencé á tomar amistad con una señora viuda de mucha calidad y oracion, que trataba con ellos mucho[2]. Hizome confesar á su confesor[3], y estuve en su casa muchos dias: vivia cerca. Yo me holgaba por tratar mucho con ellos, que, de solo entender la santidad de su trato, era grande el provecho que mi alma sentia. Este padre me comenzó á poner en mas perfecion. Decíame, que para del todo contentar á Dios, no habia de dejar nada por hacer: tambien con harta maña y blandura, porque no estaba aun mi alma nada fuerte, sino muy tierna, en especial en dejar algunas amistades que tenia, aunque no ofendia á Dios con ellas, era mucha aficion, y parecíame á mí era ingratitud dejarlas; y ansí le decia, que, pues no ofendia á Dios, que ¿por qué habia de ser desagradecida? El me dijo, que lo encomendase á Dios unos dias, y que rezase el himno de Veni Creator, porque me diese luz de cual era lo mijor. Habiendo estado un dia mucho en oracion, y suplicando al Señor me ayudase á contentarle en todo, comencé el himno, y estándole diciendo, vínome un arrebatamiento tan súpito, que casi me sacó de mí, cosa que yo no pude dudar, porque fué muy conocido. Fué la primera vez que el Señor me hizo esta merced de arrobamiento. Entendí estas palabras: Ya no quiero que tengas conversacion con hombres, sino con ángeles. A mí me hizo mucho espanto, porque el movimiento del ánima fué grande, y muy en el espíritu se me dijeron estas palabras. Ansí me hizo temor, aunque por otra parte gran consuelo, que en quitándoseme el temor (que á mi parecer causó la novedad) me quedó.

Ello se ha cumplido bien, que nunca mas yo he podido asentar en amistad, ni tener consolacion ni' amor particular, sino á personas, que entiendo le tienen á Dios, y le procuran servir; ni ha sido en mi mano, ni me hace al caso ser deudos ni amigos. Sino entiendo esto, ó es persona que trata de oracion, esme cruz penosa tratar con nadie: esto es ansí á todo mi parecer, sin ninguna falta. Desde aquel dia yo quedé tan animosa para dejarlo todo por Dios, como quien habia querido en aquel momento (que no me parece fué mas) dejar otra a su sierva. Ansí que no fué menester mandármelo mas, que como me via el confesor tan asida en esto, no habia osado determinadamente decir, que lo hiciese. Debia yo aguardar á que el Señor obrase, como lo hizo, ni yo pensé salir con ello: porque ya yo mesma lo habia procurado, y era tanta la pena que me daba, que como cosa, que me parecia no era inconveniente, lo dejaba; y aquí me dió el Señor libertad y fuerza para ponerla por obra. Ansí se lo dije al confesor, y lo dejé todo conforme á como me lo mandó. Hizo harto provecho a quien yo trataba, ver en mí esta determinacion.

Sea Dios bendito por siempre, que en un punto me dió la libertad, que yo, con todas cuantas diligencias había hecho muchos años habia, no pude alcanzar conmigo, haciendo hartas veces tan gran fuerza, que me costaba harto de mi salud. Como fué hecho de quien es poderoso y Señor verdadero de todo, ninguna pena me dió.


  1. San Francisco de Borja. Es cosa notable que en todo el llbro de su vida solo designa Santa Teresa de Jesus por sus nombres a san Francisco de Borja y a san Pedro Alcántara, La venida de san Francisco de Borja a Avila fué en 1557.
  2. Doña Guiomar de Ulloa.
  3. Se duda quien fuera este confesor: los padres bolandistas conjeturan que fuera el padre Araoz.