Su vida (Santa Teresa de Jesús)/Capítulo XVIII

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPITULO XVIII

En que trata del cuarto grado de oracion; comienza á declarar por ecelente manera la gran dinidad que el Señor pone á el alma que está en este estado, es para animar mucho á los que tratan oracion, para que se esfuercen de llegar á tan alto estado, pues se puede alcanzar en la tierra; aunque no por merecerlo, sino por la bondad del Señor, Léase con advertencia; porque se declara por muy delicado modo, y tiene cosas mucho de notar.

El Señor me enseñe palabras como se pueda decir algo de la cuarta agua; bien es menester su favor, aun mas que para pasada; porque en ella aun siente el alma no está muerta del todo, que ansí lo podemos decir, pues lo está al mundo. Mas como dije, tiene sentido para entender que está en él, y sentir su soledad, y aprovéchase de lo exterior para dar á entender lo que siente, siquiera por señas. En toda la oracion y modos de ella, que queda dicho, alguna cosa trabaja el hortolano; aunque en estas postreras va el trabajo acompañado de tanta gloria y consuelo del alma, que jamás querria salir dél; y ansí no se siente por trabajo, sino por gloria. Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza: entiéndese que se goza un bien, adonde juntos se encierran todos los bienes, mas no se conprende este bien. Ocúpanse todos los sentidos en este gozo, de manera, que no queda ninguno desocupado para poder en otra cosa interior, ni exteriormente. Antes dábaseles licencia, para que como digo hagan algunas muestras del gran gozo que sienten; acá el alma goza mas sin conparacion, y puédese dar á entender muy menos; porque no queda poder en el cuerpo, ni el alma le tiene para poder comunicar aquel gozo.

En aquel tienpo todo le sería gran embarazo y tormento, y estorbo de su descanso; y digo, que si es union de todas las potencias, que aunque quiera (estando en ella digo) no puede, y si puede ya no es union. El cómo es esta que llaman union, y lo que es, yo no lo sé dar á entender: en la mística teulogía se declara, que yo los vocablos no sabré nombrarlos; ni sé entender, qué es mente, ni qué diferencia tenga del alma ú espíritu tampoco: todo me parece una cosa; bien que el alma alguna vez sale de sí mesma á manera de un fuego que está ardiendo y hecho llama, y algunas veces crece este fuego con ímpetu. Esta llama sube muy arriba del fuego, mas no por eso es cosa diferente, sino la mesma llama que está en el fuego. Esto vuesas mercedes lo entenderán, que yo no lo sé mas decir con sus letras.

Lo que yo pretendo declarar es, qué siente el alma cuando está en esta divina union. Lo que es union, ya se está entendido, que es, dos cosas divisas hacerse una. ¡Oh Señor mio, qué bueno sois!

Bendito seais para siempre; alaben os, Dios mio, todas las cosas, que ansí nos amastes de manera, que con verdad podamos hablar de esta comunicacion, que aun en este destierro teneis con las almas; y aun con las que son buenas es gran largueza y mananimidad: en fin, vuestra, Señor mio, que dais como quien sois. ¡Oh largueza infinita, cuán maníficas son vuestras obras! Espanta á quien no tiene ocupado el entendimiento en cosas de la tierra, que no tenga ninguno para entender verdades. ¡Pues qué hagais á almas, que tanto os han ofendido, mercedes tan soberanas? Cierto á mí me acaba el entendimiento, y cuando llego á pensar en esto, no puedo ir adelante. ¿Dónde ha de ir que no sea tornar atrás? Pues daros gracias por tan grandes mercedes, no sabe cómo. Con decir disbarates me remedio algunas veces. Acaéceme muchas, cuando acabo de recibir estas mercedes, ú me las comienza Dios á hacer (que estando en ellas, ya he dicho, que no hay poder hacer nada) decir: Señor, mirá lo que haceis, no olvideis tan presto tan grandes males mios, ya que para perdonarme los hayais olvidado, para poner tasa en las mercedes os suplico se os acuerde. No pongais, Criador mio, tan precioso licor en vaso tan quebrado, pues habeis ya visto de otras veces, que lo torno á derramar. No pongais tesoro semejante, adonde aun no está, como ha de estar, perdida del todo la codicia de consolaciones de la vida, que lo gastará mal gastado. ¿Cómo dais la fuerza de esta ciudad, y llaves de la fortaleza de ella á tan cobarde alcaide, que al primer conbate de los enemigos los deja entrar dentro? No sea tanto el amor oh Rey eterno, que pongais en aventura joyas tan preciosas. Parece, Señor mio, se da ocasion para que se tengan en poco, pues las poneis en poder de cosa tan ruin, tan baja, tan flaca y miserable, y de tan poco tomo; que ya que trabaje para no las perder con vuestro favor (y no es menester pequeño, sigun yo soy) no puede dar con ellas á ganar á nadie. En fin, mujer y no buena, sino ruin. Parece, que no solo se esconden los talentos, sino que se entierran en ponerlos en tierra tan astrosa. No soleis vos, Señor, hacer semejantes grandezas y mercedes á un alma, sino para que aproceche á muchas. Ya sabeis, Dios mio, que de toda voluntad y corazon os lo suplico y ho suplicado algunas veces, y tengo por bien de perder el mayor bien que se poseo en la tierra, porque las hagais vos á quien con este bien mas aproveche, porque crezca vuestra gloria. Estas y otras cosas me ha acaecido decir muchas veces. Via despues mi necedad y poca humildad; porque bien sabe el Señor lo que conviene y que no habia fuerzas en mi alma para salvarse, si su Majestad con tantas mercedes no se las pusiera.

Tambien pretendo decir las gracias y efetos, que quedan en el alma, y qué es lo que puede de suyo hacer, ó si es parte para llegar á tan grande estado. Acaece venir este levantamiento de espíritu ú juntamiento con el amor celestial; que, á mi entender, es diferente la union del levantamiento en esta mesma union. A quien no lo hubiere probado lo postrero, parecerle ha que no; y á mi parecer, que con ser todo uno, obra el Señor de diferente manera, y en el crecimiento de desasir el alma de las criaturas, mas mucho en el vuelo del espíritu. Yo he visto claro ser particular merced, aunque, como digo, sea todo uno, ú lo parezca; mas un fuego pequeño tambien es fuego como un grande, y ya se ve la diferencia que hay de lo uno á lo otro.

En un fuego pequeño, primero que un hierro pequeño se hace ascua, pasa mucho espacio; mas si el fuego es grande, aunque sea mayor el hierro, en muy poquito pierde del todo su ser al parecer.

Ansí me parece es en estas dos maneras de mercedes del Señor; y sé que quien hubiere llegado á arrobamientos lo entenderá bien: si no lo ha probado, parecerle ha desatino, y ya puede ser; porque querer una como yo hablar en una cosa tal y dar á entender algo de lo que parece inposible aun haber palabras con que lo comenzar, no es mucho que desatine.

Mas creo esto del Señor (que sabe su Majestad que despues de obedecer, es mi intencion engolosinar las almas de un bien tan alto) que me ha en ello de ayudar. No diré cosa que no la haya expirimentado mucho; y es ansí que cuando comencé esta postrer agua á escribir que me parecia inposible saber tratar cosa, mas que hablar en griego, que ansí es ello dificultoso; con esto lo dejé y fuí á comulgar. Bendito sea el Señor que ansí favorece á los inorantes. ¡Oh virtud de obedecer, que todo lo puedes! Aclaró Dios mi entendimiento, unas veces con palabras, y otras poniéndome delante cómo lo habia de decir, que (como hizo en la oracion pasada) su Majestad parece quiere decir lo que yo no puedo ni sé. Esto que digo es entera verdad, y ansi lo que fuere bueno, es suya la doctrina; lo malo, está claro. es del piélago de los males, que soy yo: y ansí digo, que si hubiere personas, que hayan llegado á las cosas de oracion, que el Señor ha hecho merced á esta miserable (que debe haber muchas) y quisiesen tratar estas cosas conmigo, pareciéndoles descaminadas, que ayudaria el Señor á su sierva, para que saliese con su verdad adelante.

Ahora hablando de esta agua, que viene del cielo, para con su abundancia henchir y hartar todo este huerto de agua, si nunca dejara, cuando la hubiera menester, de darla el Señor, ya se ve que descanso tuviera el hortolano; y á no haber ivierno, sino ser siempre el tiempo templado, nunca faltaran flores y frutas: ya se ve que deleite tuviera; mas, mientras vivimos, es imposible. Siempre ha de haber cuidado de, cuando faltare la una agua, procurar la otra. Esta del cielo viene muchas veces, cuando mas descuidado está el hortolano. Verdad es que á los principios casi siempre es despues de larga oracion mental; que de un grado en otro viene el Señor á tomar esta avecita, y ponerla en el nido, para que descanse:

como la ha visto volar mucho rato, procurando con el entendimiento y voluntad, y con todas sus fuerzas buscar á Dios, y contentarle, quiérela dar el premio, aun en esta vida; ¡y qué gran premio, que basta un momento para quedar pagados todos los trabajos que en ella puede haber!

Estando ansí el alma buscando á Dios, siente con un deleite grandísimo y suave, casi desfallecer toda con una manera de desmayo, que le va faltando el huelgo y todas las fuerzas corporales; de manera que, si no es con mucha pena, no puede aun menear las manos; los ojos se le cierran sin quererlos cerrar; y si los tiene abiertos, no ve casi nada; ni si lee, acierta á decir letra, ni casi atina á conocerla bien: ve que hay letra, mas, como el entendimiento no ayuda, no sabe leer, aunque quiera; oye, mas no entiende lo que oye. Ansí que de los sentidos no se aprovecha nada, sino es para no la acabar de dejar a su placer, y ansí antes la dañan. Hablar es por demás, que no atina a formar palabra, ni hay fuerza ya que atinase para poderla pronunciar; porque toda la fuerza exterior se pierde, y se aumenta en las del alma, para mijor poder gozar de su gloria. El deleite exterior que se siente es grande, y muy conocido. Esta oración no hace daño por larga que sea; al menos a mí nunca me le hizo, ni me acuerdo hacerme el Señor ninguna vez esta merced por mala que estuviese, que sintiese mal, antes quedaba con gran mejoria. Mas ¿qué mal puede hacer tan gran bien? Es cosa tan conocida las operaciones exteriores, que no se puede dudar, que hubo gran ocasión, pues ansí quitó las fuerzas con tanto deleite, para dejarlas mayores.

Verdad es, que á los principios pasa en tan breve tiempo (al menos a mí ansí me acaecia), que en estas señales exteriores, ni en la falta de los sentidos, no se da tanto a entender, cuando pasa con brevedad; mas bien se entiende en la sobra de las mercedes, que ha sido grande la claridad del sol que ha estado allí, pues ansí la ha derretido. Y nótese esto, que á mi parecer, por largo que sea el espacio de estar el alma en esta suspension de todas las potencias, es bien breve; cuando estuviese media hora, es muy mucho: yo nunca á mi parecer, estuve tanto. Verdad es, que se puede mal sentir lo que se está, pues no se siente; mas digo, que de una vez es muy poco espacio sin tornar alguna potencia en sí. La voluntad es la que mantiene la tela, mas las otras dos potencias presto tornan a importunar; como la voluntad está queda, tórnalas a suspender, y están otro poco y tornan a vivir. En esto se pueden pasar algunas horas de oracion y se pasan; porque comenzadas las dos potencias a emborrachar, y gustar de aquel vino divino, con facilidad se tornan a perder de sí, para estar muy más ganadas; y acompañan a la voluntad, y se gozan todas tres. Mas este estar perdidas del todo, y sin ninguna imaginacion en nada (que a mi entender tambien se pierde del todo) digo que es breve espacio; aunque no tan del todo tornan en sí, que no puedan estar algunas horas como desatinadas, tornando de poco en poco á cogerlas Dios consigo.

Ahora vengamos a lo interior de lo que el alma aquí siente; dígalo quien lo sabe, que no se puede entender, cuanto mas decir. Estaba yo pensando cuando quise escribir esto (acabando de comulgar, y de estar en esta mesma oracion que escribo) qué hacia el alma en aquel tiempo. Díjome el Señor estas palabras: Deshácese toda, hija, para ponerse más en mí; ya no es ella la que vive, sino yo; como no puede comprender lo que entiende, es no entender entendiendo. Quien lo hubiere probado entenderá algo desto, porque no se puede decir mas claro, por ser tan escuro lo que allí pasa. Solo podré decir, que se representa estar junto con Dios, y queda una certidumbre, que en ninguna manera se puede dejar de creer. Aquí faltan todas las potencias, y se suspenden de manera, que en ninguna manera (como he dicho) se entiende que obran. Si estaba pensando en un paso, ansí se pierde de la memoria, como si nunca la hubiere habido dél: si lee, en lo que leia no hay acuerdo ni parar; si rezar, tampoco. Ansí que a esta mariposilla importuna de la memoria, aquí se le queman las alas, ya no puede más bullir. La voluntad debe estar bien ocupada en amar, mas no entiende cómo ama; el entendimiento, si entiende, no se entiende cómo entiende, al menos no puede comprender nada de lo que entiende: á mí no me parece que entiende; porque, como digo, no se entiende: yo no acabo de entender esto.

Acaecióme a mí una inorancia al principio, que no sabia que estaba Dios en todas las cosas; y, como me parecía estar tan presente, pareciame imposible: dejar de creer que estaba allí no podia, por parecerme casi claro había entendido estar allí su mesma presencia. Los que no tenian letras, me decian que estaba solo por gracia; yo no lo podia creer; porque, como digo, parecíame estar presente, y ansí, andaba con pena. Un gran letrado de la órden del glorioso patriarca Santo Domingo me quitó de esta duda; que me dijo estar presente, y cómo se comunicaba con nosotros, que me consoló harto. Es de notar y entender, que siempre esta agua del cielo, este grandísimo favor del Señor, deja el alma con grandísimas ganancias, como ahora diré.