Sonrojo comprometedor: 3
En una de las fronteras de la hermosa región, donde el suave algodonero y la dulce caña florecen, y también sentimientos tan suaves y dulces, fué donde se produjo el suceso que tradicionamos.
Ya los más atolondrados hablaban de solicitar separación del sindicato, con la única razón del porque sí, cuando un buen día le llamó reservadamente el Jefe á su alojamiento, diciéndole:
— Usted no ha tomado la cigarrera...?
— Señor Comandante, lo he afirmado bajo palabra...
— ¿Tiene usted inconveniente en decirme por qué no siguió el movimiento de sus compañeros, que tan espontáneamente dieron vuelta sus bolsillos?
— Lo que de modo alguno demostraba no pudieran ocultar la cigarrera en otra parte. ¡Si bien líbreme Dios sospechar de mis compañeros! — ¡Perspicaz es el subteniente! No lo he llamado para reconvenirle, menos para que delate á nadie. La cigarrera apareció. Hablo á usted como lo haría un padre. ¿Quiere usted decir por qué no imitó el ejemplo de sus compañeros?
— Ante todo por decoro propio, y también por otra causa. Si se me interroga particularmente, no como Jefe, diré á usted lo que no hubiera declarado ante sumario alguno.
Y mirando á todos lados como abochornado, agregó en voz baja y entrecortada, temblorosa por la emoción:
— Tengo una madre muy pobre, que llegó á empeñar hasta sus vestidos para que yo, su único hijo, siguiera en la Escuela militar. Aunque la asisto con mi escaso sueldo, desde que empecé á ganar doce pesos en el Colegio, muchos días falta pan en su rancho. Consiguiendo hacerla venir creca del campamento, guardo la mitad de mi ración y yo mismo se la llevo. Día feliz para usted fué el en que recibió tan delicado recuerdo de un leal amigo, fecha fatal para mí, pues desde entonces no me ha quedado un amigo. Todos se me alejan. Pero el día antes la vi comer con tal ansiedad el pan más blando que reservaba a mi pobre viejecita, que me parecía no quedaba satisfecha, por lo que, entre dos rabanadas, agregué otra de carne fría que abultaba más mi bolsillo. Ya ve usted, señor Comandante, que para mis propios camaradas habría sido bochornoso sacar la cena así escondida: hubiera preferido sacar el sable antes que dejarme registrar.
El Comandante que recordaba haber debido socorrer en sus penurias una anciana madre en la indigencia, se levantó conmovido á estrechar las dos manos del joven, volviéndose con prontitud para no dejar percibir dos gruesas lágrimas descendiendo á perdrese entre sus blancas barbas.
En época ya lejana fuí soldado; no recuerdo si la Ordenanza que castiga al que se agacha al paso de las silbadoras, prohibe á un jefe emocionarse ante el subalterno.
Fué otro bolsillo ocultador el que sindicó sospechoso al honrado hijo, ejemplo de amor filial. Descosido un forro interior en el capote militar del Jefe, cayó la cigarrera al fondo. Inmediata investigación justificó la sinceridad del hijo bien amado, como la situación afligente de la anciana madre, y que el bultito denunciante del que se retiraba precipitadamente de sus compañeros, alimento era para el ranchito blanco y limpio que á lo lejos se divisaba.
Comprobados los hechos, el Comandante volvió á llamar ante su presencia al pundonoroso joven, le hizo un obsequio, y desde entonces asignó ración diaria á la madre.
Agregaba el Comisario pagador algo que honra el noble corazón del soldado argentino, tan exaltado en general, si irreflexivo en ocasiones. Los que más le vituperaron fueron los primeros en pedir disculpa. Desde entonces, cuando llegaba la valija, y su deseada venida era esperada como la del Mesías, cada dos meses, cuando no tres, llevando paga de uno, entregaba treinta pesos á esa madre pobre, á quien todos habíanla declarado pensionista del Regimiento, hasta su muerte, que no tardó en llegar.
Recién entonces vino á saber el nuevo que entre los oficiales, los mismos que proyectaban su separación, se impusieron en desagravio, subscripción de un peso cada mes, que por intermedio del pagador le hacían llegar reservadamente...
¡He aquí un hijo pundonoroso á punto de ser expulsado del ejército, que sigue siendo digno jefe, por la forma en que el amor filial le permitía socorrer á la anciana madre!
¡En cuántas ocasiones las apariencias acusan!