Soledad del campo
¡Salve, fértil campiña y prado ameno,
Crespo collado, y valle, y soto umbrío,
Donde de cuitas e inquietud ajeno,
Libre vagaba el pensamiento mío!
¡Salve, y las leves auras te murmuren,
Y el sol te dé riquísimos colores,
Y abundosas las lluvias, te aseguren
Tu cosecha de espigas y de flores!
¿Quién me diera ¡ay de mí! tu sombra oscura,
Donde tornara al que perdí reposo?
¿Quién me tornara ¡oh soto! a la frescura
De tu arbolado suelo tan frondoso?
¿Quién me diera el pacífico murmullo
De tus olmos mecidos mansamente,
De tus palomas el sentido arrullo,
Y el grato son de tu escondida fuente?
Cuando en tu blanda hierba recostado,
Lejos de los impúdicos festines,
En apacible trino regalado
Me adormían los sueltos colorines.
Y yo les vía en las latientes plumas
Sostenerse, y picar la espesa grama,
Y turbar del remanso las espumas,
Y en el árbol saltar de rama en rama.
¡Ay, cuánto habrán los afanosos días
Hollado tanta gala y donosura!
¡Cuántas tormentas, al pasar bravías,
Habrán roto tan frágil hermosura!
¡Cuán mal sonara ya mi voz mundana
Bajo ese techo de hojas campesino,
Sobre esa alfombra espléndida y liviana
Que reverdece arroyo cristalino!
¡Ah! ¡Lejos ya de mí tan torpe empeño!
Apagaré el compás del arpa loca,
Y de tus aves el sabroso sueño
No turbarán los himnos de mi boca.
¡Contento quedaré con saludarte,
Con ver de lejos tu silvestre pompa!…
Tal vez ¡oh fresco soto! al contemplarte,
En lágrimas de amor cansado rompa.
¡Que nada son los fáciles laureles
Con que el mundo nos brinda lisonjero,
Si al prestarnos su manto de oropeles
Rasga y desnuda el corazón primero!
Cuando seguí, desatentado y loco,
Del mundano placer las torpes huellas,
Aprendí que el placer vale bien poco…
Siempre al pisarlas resbalaba en ellas.
Y siempre, cuando en orgía estrepitosa
La perfumada copa levantaba,
Al apartarla de la faz jugosa,
En el vaso una lágrima encontraba.
Y siempre el son de la caliente fiesta,
Las canciones, la báquica armonía,
Me hacía apetecer la blanda siesta
Y el rumor de los olmos me traía.
Y siempre en su cantar la cortesana,
Y siempre en su tañer la danza impura,
Me acordaba la música villana
Con que la amena soledad murmura.
Que allí la hermosa con mentidas flores
La sien tocaba y el desnudo cuello,
Sin pedir a sus cálices olores
Con que aromar las hebras del caballo.
Que allí los ruiseñores, suspendidos
Entre grillos y cárceles de oro,
Con el ronco tumulto ensordecidos
No soltaban el cántico sonoro.
Y el aire que aspirábamos pesado,
Nos abrasaba al aspirarle el pecho,
Y el inmenso salón entapizado
Érale al corazón pobre y estrecho.
Y allí también cansado, suspiraba
¡Oh deleitable soledad campestre!
Por el sosiego y paz que en ti gozaba
Bajo tu tosco pabellón silvestre.
¡Oh, que me place, soledad sabrosa,
Del fresco soto y del sombrío ameno,
La tibia luz y el aura bulliciosa
Que alumbra y riza tu enramado seno!
Allí miraba mi infantil pupila
En el fondo de lóbrega laguna,
Cuál resbalaba en ilusión tranquila,
La turbia imagen de la blanca luna.
Allí crecían las sonantes cañas,
La verde juncia y la amistosa hiedra,
Do tejen campesinas las arañas
Su estrecha red entre horadada piedra.
Allí venía el silbador mosquito,
Y en tanto que en los hilos se enredaba
Acechábale oculta, de hito en hito,
La cazadora ruin que lo esperaba.
Allí vía, constante en su fatiga,
Ir y venir por la vereda usada
A lentos pasos la afanosa hormiga
Con la futura provisión cargada.
Y allí en la rama que la noche fría
Con niebla moja y con el aura enjuga,
Yo al sol del alba columpiarse vía
En baba frágil la vellosa oruga.
Y allí también, sin fueros de jardines,
Vía huertos con parras entoldados,
Do había pabellones de jazmines
De las paredes ásperas colgados.
Y allí brotaban escondidas violas,
Lirios azules, rosas purpurinas,
Jacintos y sangrientas amapolas,
Madreselva y fragantes clavellinas.
Y sus líquidas trenzas derramando,
Cruzábale un arroyo, y amarillas,
El césped de la margen salpicando,
Mil vistosas le orlaban florecillas.
Y allí andaba la suelta mariposa,
Libre de flor en flor volando ufana,
Su librea ostentando revoltosa,
De oro y de azul, de púrpura y de grana,
Ya posaba en los altos mirabeles,
Ya esquivaba al pasar las otras flores,
Avergonzando lirios y claveles
Sus puros y magníficos colores.
Y arrastrando su alcázar en la espalda,
El perezoso caracol salía
Del fresco surco a la pintada falda
A bañarse en el sol de mediodía.
Y sobre alguna fácil eminencia
Extendiendo su cuerpo transparente,
Tornaba a bendecir la omnipotencia,
Los elásticos ojos al Oriente.
Y allí zumbando la oficiosa abeja
Entre los frutos del jardín opimos,
La blanca miel que en sus panales deja
Chupaba en los espléndidos racimos.
¡Oh silencio! ¡Oh pacífica ventura!
¡Oh soledad del campo deleitosa!
En ti, de la inquietud de su locura,
El fatigado corazón reposa.
¿Quién me tornara a la enramada umbría
Donde ecos tuvo mi cantar primero?
¡Acaso alegre el arpa sonaría
Al blando son del céfiro ligero!
Mas ¡ay! que acaso en apartados climas,
Por la importuna suerte arrebatado,
He de cantar en lamentosas rimas
La patria soledad que habré dejado.
¡Adiós, entonces, venturoso suelo
Donde libre nací, pero desnudo;
Cúbrate en paz el compasivo cielo,
En tanto que de lejos te saludo!
¡Salve, fértil colina y prado ameno,
Crespo collado, y valle, y soto umbrío,
Donde de cuitas e inquietud ajeno,
Libre vagaba el pensamiento mío!
¡Salve, y las leves auras te murmuren,
Y el sol te dé riquísimos colores,
Y abundosas las lluvias, te aseguren
Tu cosecha de espigas y de flores!