Sol, si á do quier

Poesías de Francisco de Figueroa
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

SESTINAS. editar

Sol, si á do quier que vas llevas el día,
Y al descubrir de un tu dorado rayo,
A tu primer lugar huye la noche;
Y aun abres, do huyó, mil otros ojos:
Que rompiendo su ciega espesa niebla,
Dan luz mas agradable á amorosa alma.

Ay como, ó claro sol, como mi alma,
Quando mas tu esplendor reyna en el día,
Yace cubierta de profunda niebla;
Ni de tu viva lumbre el puro rayo,
(A lo ménos una hora) estos mis ojos
Libra de su enemiga oscura noche.

Triste, sí, yo me ví, quando la noche
No hallaba lugar dentro en mi alma:
Ni pudiera jamás pribar mis ojos
De su dulce, suave, alegre día:
¡Escuridad de tenebrosa niebla!
¿Quién agora anubló mi claro rayo?

Ay Dios, que no anubló solo mi rayo
La mano qual se fué: ántes en noche
Eterna el corazon cubrió de niebla;
Y así en torno cercó de ella mi alma;
Que no podrá llegar luz de algun dia
A mis mezquinos lagrimosos ojos.

Al corazon pasando por los ojos
Un sutil, claro, dulce, ardiente rayo
En la dulzura de él cuajado: ¡ay dia
Escuro para mí mas que la noche!
A poco á poco corrompiendo el alma.
Volvió su propia claridad en niebla.

O si envidiase el cielo aquella niebla,
Que al fin del todo ha de cegar mis ojos,
Y abrir los inmortales de mi alma:
Porque ella vuelta al vivo eterno rayo,
Sin temer sol turbado, ó negra noche,
Mirase amenazar sereno el dia.

Hasta aquel dia dichoso, eterna niebla
Qualquiera hora hará noche mis ojos:
Ni verná luz de ageno rayo al alma.