Sin rumbo: 26
- XXVI -
editar«Marietta:
»Aborrezco las despedidas.
»Jamás a nadie he dicho adiós. Ni aun a mi madre, muerta ausente yo de su lado.
»Las reputo un inútil sufrimiento, como un lujo de dolor, como enterrarse uno más una espina, o un puñal.
»Discúlpame, pues, si no mantengo la promesa que te hice de acompañarte hasta a bordo.
»Sé feliz y trata de volver a juntarte con Gorrini.
»Condenada a vivir rodando por el mundo como bola sin manija, te conviene un hombre. Aunque sea un hombre de paja como tu marido.
»Mal acompañada, andarás siempre mejor que sola.
»Perdona los disgustos que te he causado; mis genialidades, mis arranques, mis rarezas, y si algo te ha de quedar de mí en el corazón, trata de que sea un poco de lástima, antes que de aversión o de despecho.
»¿Nos volveremos a ver?
»¡Quién sabe!... probablemente no...
»¡Y a los infiernos abanico que se acabó el verano! -hizo Andrés como quitándose de encima un peso enorme.
Firmó, metió el papel junto con veinte billetes de mil francos en un sobre y llamó al sirviente:
-Esta carta a su dirección. Entréguela en manos de la persona misma y vaya a esperarme al Once. Tiene una hora; el tren sale a las tres.
Luego, sin perder un solo instante, atareado, con el nervioso apuro de un colegial en vacaciones, empezó a hacer su maleta.
Agarraba lo primero que le caía a mano, las medias, las camisas, los calzoncillos, metía todo al azar, lo arrugaba, lo estrujaba, lo empujaba, lo hacía caber como quien hace caber lana en los buches de un colchón.
Y con la idea persistente y fija de su hijo, devorado por la fiebre del deseo, en el ardiente anhelo de ver, de saber, sin poder esperar más, queriendo acercarse cuando menos, ya que lo era imposible llegar el mismo día, cinco minutos después corría a tomar el tren sabiendo que iba a tener que dormir en el camino.