- XXIII -

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Solari declaraba que la verdadera víctima era él.

Que el buen nombre de su teatro, la reputación de sus artistas, sufría con todo aquello, que la historia, corregida y aumentada, corría ya de boca en boca, que la compañía se desacreditaba a los ojos del público, y que quien, en fin de cuentas, salía perdiendo, era el empresario.

¡Para eso servían los amigos!...

Se preparaba a quebrar con Andrés, a recibirlo con una piedra en cada mano.

No quería saber más nada, tener tratos ni contratos con él; estaba cansado de que, de puro bueno, lo explotaran.

Inquieto y movedizo como una fiera enjaulada, esperaba a Andrés en la sala de la Empresa.

Al ver que, una vez terminada la función, salía este con la prima donna, fue y se les puso por delante:

-¿Adónde van vds.?

-A dormir -repuso Andrés-, supongo que ya es hora.

-¿Así, juntos los dos se retiran?

-¿Y de ahí, que hay con eso?

-Quisiera decirle una palabra, Andrés, -prosiguió con reserva el empresario-, ¿vd. permite señora Amorini?...

-Faccia pure...

Se lo llevó aparte y en voz baja:

-Hace mal en andar con esta. He hablado con Gorrini, yo no respondo de nada si se encuentran... Se lo aviso como amigo, no vaya a suceder alguna desgracia, sea prudente, el hombre está furioso, ¡es una tigra!...

-¿Tigra dice? -exclamó Andrés soltando una carcajada-, ¡diga más bien un carnero!...

Y volviendo a tomar del brazo a la cantora, a la vista y paciencia de todos salió con ella y se la llevó a dormir a su casa.

Al día siguiente, el marido se embarcaba... a esperar a su mujer en Río Janeiro.