Sin rumbo: 15
- XV -
editarEn el Club, los hombres serios, los pavos, lectores de diarios de la tarde y jugadores de guerra y de chaquete, poco a poco habían ido desapareciendo.
Sus mujeres y sus nanas temprano los obligaban a ganar la cama.
Los muchachos, los nuevos, de vuelta a sus corridas, el ánimo ligero, el apetito azuzado, de a cuatro trepaban los escalones, iban a parar al comedor.
Acá y allá, por las salas de juego, la guardia vieja, media docena de recalcitrantes emperrados -de los del tiempo de la otra casa- entre bocanadas de humo y tragos de cerveza, mecánicamente echaban su sempiterna partida de Chinois, cantaban sus quinientas.
En un rincón, a media luz, una mesa redonda y una carpeta verde esperaban.
Eran las doce; una hora más, y «se iba a armar la gorda».
Andrés, en vena esa noche, por excepción solo alcanzó a perder diez mil pesos.