Siluetas parlamentarias: 09

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


PEDRO GOYENA


La juventud inteligente!... Bonita frase, á fé mia.

Es aquel petimetre que reparte sus ocios entre la esquina de Bazille, de Burgos, de Fourcade, de la «Tú y yo», de la «Sin Nombre», -y la carpeta del Club ó la butaca y galerias del Colón.

Es aquel otro pollo, aderezado á la inglesa, consumidor insaciable de los casimires mas raros de Fabre, ó de las exportaciones mas pintorescas del Mr. Pool, —que traslada intermitentemente su gravedad de muñeco, del Jockey Club al Salón de Esgrima, y del Hipódromo á las Regatas del Riachuelo.

Es el empleómano, abogadillo, matasanos, o politicastro de tres al cuatro, cuando no profesor á domicilio, que dá muerte al aburrimiento y vida á los callos, por las veredas de su barrio, ó en los átrios y naves de su parroquia.

En fin... seria cosa de no acabar.

Todos, todos los que, por años ó por meses, monaguillos reincidentes de algun curso universitario, ó penitentes en ejercicios intelectuales, han tenido alguna vela ó manejado cualquier vinajera ante los altares de Minerva, habrán aprovechado menos que el letrado, que el facultativo, que el ingeniero y que el escritor, salidos de la frágua universitaria; pero como estos, recuerdan lo que es hoy la realidad en el mundo de los actuales estudiantes metropolitanos.

¿Quién no ha sido estudiante? ¿Quién no ha respirado en esa atmósfera de ingenuidad y de confianza, entibiada por las espansiones de las almas, mas qeu iluminada por la irradación docente de la cátedra? El estudiante, como el embrión del polluelo, tiene que absorber toda la yema de la enseñanza secundaria, devorar la clara de las materias profesionales, y romper la cáscara con ese picotazo que se llama el «exámen de tésis».

Preséntase al mundo con su flamante pergamino; se instala pomposamente tras de algunas pulgadas cuadradas de bronce, pour le reclame: y comienza por iniciarse en la gran logia de los hombres sérios.

Y los recuerdos de su mejor edad pasan catalogados al archivo del recuerdo, en cuyos estantes arrojan lampos de luz que el tiempo estingue, y que los féretros de nuevas ilusiones ocultan......

Así se suceden las generaciones.

Cada uno sigue vivienda en la suya: detrás de los que ya pisaron la misma senda; delante de los que luchan por la vida en la arena recien abandonada.

¿Hay hombres escepcionales? —Sí: Pedro Goyena es uno de ellos.

Pertenece á varias generaciones.

Como estudiante, á la de sus condiscípulos. Y estos conservan fresco el recuerdo de los prodigios de esa inteligencia ágil y fecunda, que asi trepaba por las escabrosidades de una cuestión científica, como desbordaba las mas claras concepciones del talento humano.

Maestro, cada generación de alumnos se lo apropió, como si el eminente profesor de Derecho Romano hubiese participado de las fatigas, de las esperanzas y de los desengaños de sus tímidos obreros en la explotación de los filones de la jurisprudencia latina.

Pero retrocedamos...Fíjense en ese joven de rostro altivo, de cutis terso, de negros ojos, de grandes párpados, de barba poblada y de espaciosa frente, que se bate en el Parlamento contra las mejores espadas de la oratoria argentina.

Oradores mas viejos, paladines menos antiguos, y contemporáneos de Goyena, escuchan con recogimiento, aplauden con sinceridad y replican con respeto.

Los veteranos del Parlamento Nacional, como sus mas flamantes oficiales ciceronianos, tienen iguales derechos á enrolar en sus matrículas al orador que parece, ó haber nacido viejo, ó poseer el secreto del Cagliostro de Dumas, para gozar sempiternamente de periódicos rejuvenecimientos. Ahora, el escenario político. Hace doce años figuraba entre la juventud de un partido político. Hoy descuella entre la juventud católica....

Pedro Goyena, escritor, también aparece siempre joven, entre los sobresalientes de cada estratificación literaria de nuestro país.

Hace diez y ocho años, así como suena, ya exhibía sus brillantes cualidades de crítico en las siluetas parlamentarias de Mitre, de Quintana y de Rawson.

He comparado esa miniatura con la acuarela del otro día, dedicada á Sarah: el estilo no ha perdido su frescura, ni el pensamiento su brillo, ni la frase su virtuosidad incomparable.

El colorido de ambos artículos acusa la misma tensión literaria, como si fuesen contemporáneos.

Tan poco ha envejecido Goyena en su vida de literato. O mas bien, no ha dejado de ser viejo.

No es la concisión el rasgo característico de la oratoria del doctor Goyena.

Pero tampoco flotan sobre sus discursos las ondas de espuma de la ampulosidad del estilo asiático. Ni sus exposiciones pecan de esa desnudez que inspira la repugnancia intelectual del fastidio.

La frase concisa suele ser de gran efecto oratorio. Para ello se requiere, ó la tensión magistral de la palabra de Estrada, ó la delicadeza de los conceptos de Avellaneda.

La suntuosidad oratoria también exige medios análogos á los que vigorizan la frase del doctor Leguizamón.

Y para que no fastidien los detalles de una exposición sin condimento literario, menester es salpicarla con los excitantes de un sprit railleur.

Inspirado como Gallo, persuasivo como Del Valle, y dialéctico como Estrada, el doctor Goyena diluye sus exposiciones en la melopea de sus párrafos deslumbradores.

Al escucharlo, se percibe inmediatamente lo que vá de un orador aguerrido á un recluta de la palabra.

Se necesita la destreza del talento práctico para manejar simultáneamente la fácil y copiosa verbosidad de Goyena, la inflexible lógica de su criterio y la sólida preparación en que asienta sus raciocinios.

Recorre, sin mengua del estilo y sin estravio de la argumentación, todas las sendas del debate; se opone á todas las objeciones hechas ó por hacer, y llega sin fatiga a la peroración, para desplegar las guerrillas de su elocuencia contra todos los puntos vulnerables de la sensibilidad de su auditorio.

Eü punto á la elocución del Dr. Goyena, la creo aplicables dos frases suyas, relativas á los Dres. Rawson y Quintana.

De este dijo: «dan encanto á sus discursos, uua fácil, clara y brillante elocución, y la rotunda abundancia de sus períodos, siempre terminados de un modo admirable».

Y del Dr. Rawson: «la palabra mana de sus lábios, como un raudal cristalino donde las ideas se reflejan en la variedad inagotable de sus formas y matices.»

Goyena, como Estrada, es el vir bonus que encarnaba la honradez y la elocuencia en la oratoria antigua.

Y ambos representan las aspiraciones del partido católico en la Cámara de Diputados.

De un partido organizado en pié de guerra, desde los célebres debates sobre la enseñanza laica. No hace muchos días tuvo lugar la primera escaramuza del presente período legislativo.

Solo Estrada hizo su debut en el Parlamento Nacional, pues Goyena ya se ha batido en años anteriores con los leaders de la mayoría liberal de la Cámara .

Mis lectores me permitirán prescindir de echar una plumada pretensiosa sobre la contienda secular que hoy vuelve á agitar los ánimos de católicos y liberalistas.

Por otra parte, mis teorías filosóficas tienen tan complicado engarce con mis doctrinas políticas y mis apreciaciones personales, que ¡vamos! peor es meneallo.

Preferiría detenerme en el Goyena catedrático recordando la corrección de sus conferencias didácticas y la raillerie de sus observaciones, rasgos de tan universitaria fama, como la originalidad científica del Dr. Moreno, las clarísimas exposiciones del Dr. Pinto, la ilustración y la laboriosidad del Dr. Alcorta, la contundencia lógica de Estrada, la erudición de Lamarca y la clásica bonhomie de los Dres. Montes de Oca, Malaver y Obarrio.

El Dr. Goyena en la cátedra, como en el corrillo social, tiene páginas resplandecientes, en que brillan las etincelles de su fecunda causerie. Se trataba en clase de la pérdida de la possessio.

El discípulo, un boliviano locuaz ó incisivo, pone un ejemplo de vidrios rotos.

—En primer lugar, observa el Dr. Goyena, no había vidrios en tiempo de los romanos.

Pero, en esta ocasión, el alumno no tardó en tomar la revancha.

Pocos momentos después, el profesor propone el caso de un reloj que hubiese caído al mar.

—En primer lugar, replica el discípulo, no había relojes en tiempo de los romanos. Y en segundo lugar, faltaría saber si se hallaba á mano algún buzo!

El Dr. Goyena, como todos los jóvenes de talento, progresa en condiciones de inteligencia y de carácter á medida que retrocede hacia la coronilla la vanguardia de sus abundantes cabellos.

Marcha con el siglo; el movimiento ascensional de las ciencias, de la literatura y de las artes lo acompaña, no lo arrastra.

Modifica sus principios, de acuerdo con las investigaciones de la ciencia contemporánea.

Atina las cuerdas de su alma con el diapasón de nuevas creaciones artísticas. Y su misma crítica literaria es flexible á las exigencias de las escuelas del presente.

Pero la enseñanza, la oratoria y la prosa escrita de Goyena, marchan como ruedas de un reloj, subordinadas á un regalador poderoso: el de su fé. Immobile in mobili.

Hé ahí por que esos hombres no se han dejado arrastrar por la vorágine del espíritu revolucionario de la época.

Nosotros, en cambio, no hemos dejado un solo cable abordo de nuestros caracteres.

Avanzamos vertiginosamente en la regata de la vida; en nuestra mente se suceden, como aspectos diversos de una costa, los principios, las teorías y las doctrinas, y los adaptamos al fondo de nuestro espíritu como el viajero aplica á sus ideas lúgubres ó amenas, las perspectivas de su marcha.

El cuadro de la vida, esbozado por Basilio, el Obispo de Cesárea, y magistralmente coloreado por Bossuet, es el áncora de los creyentes á través de las voluptuosidades y sollozos del «viaje humano» que sirve de resorte oratorio á la elocuencia nacida en las orillas del lago de Tiberiada.

Nosotros hemos ensanchado, es cierto, los límites de la vida; pero á fuerza de suprimir el horizonte, como círculo ideal de nuestra vista.

Hemos trocado la esperanza por el deseo, y la tradición perpetua por las adhesiones efímeras á los hombres, á los propósitos, á las utopías.

En fin, lamento como realista que ni el doctor Goyena ni otros católicos de su talla estén con nosotros.

Pero no le doy el pésame. Por su talento, por su carácter, por su virtud, es honra y prez de la juventud inteligente.

La juventud inteligente! Bonita frase, á fé mía.


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