Semblanzas: 293
SAN LUIS, CONDE DE.
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Hay dos clases de hombres públicos; unos en quienes el público fija su vista; otros que fijan su vista en el público. Unos á quieres el público pone en evidencia, sacándolos á la escena; otros que salen á la escena para evidenciarse con el público. Unos que se sacrifican por servir al público; otros que se engrandecen sirviendo al público. Lo primero tiene mucho de glorioso; lo segundo si no lo es tanto acredita mucho ingenio. La gloria suele ser póstuma, los productos del ingenio son más inmediatos y tangibles.
El señor conde de San Luis desde sus primeros años fijo su vista en el público. Adoptó la carrera de periodista como una ocupación útil: en ella aprendió teorías políticas, adquirió relaciones y contrajo gradualmente los compromisos que forman al hombre de partido; y todavía pasó muchos años en Madrid sin ser hombre público. El público estaba muy distraído con grandes acontecimientos, y como no estaba en relaciones con el señor Sartorius, no fijaba la vista en S. S. por más que se pusiese en exhibición.
Al fin la influencia de amigos poderosos alcanzó para S. S. el favor del público, y más tarde otro más inaccesible, en que acaso no pensara todavía, y que no le fué concedido por su propia virtud. Así nunca fue en el poder el señor Sartorius, para los iracundos muchachos de la liga, un signo grato de mérito superior, sino la personificación viva del predominio de sus Mecenas.
¿Y tiene capacidad para ser ministro? Sí: que tiene genio y ambición; más que otros que lo fueron. ¿Llenará á gusto del público su alto destino? No podemos responder con seguridad: ignoramos como querrá y podrá servirse de sus dotes para sobrevivir á su actual encumbramiento, ni si acertará á seguir el rumbo, difícil pero glorioso, de los enaltecidos de buena ley, ejecutando en todo el célebre axioma del virtuoso Necker: «Un profundo sentimiento de amor y protección al pueblo, es la guía más fiel para ser un buen ministro.» Mucha pro podría lograr S. S. no echando en saco roto el aviso; que no hay más gloria que la verdadera, ni siempre se podrá decir: á río revuelto etc. etc.
El título de orador es necesario economizarlo; tanto, que no podemos darlo á S. S. Como diputado, no pudo alcanzar el nombre de orador, y no creemos que el carácter de ministro haya podido imprimirlo repentinamente aquella difícil cualidad. Como diputado, fué un soldado de fila que hizo fuego á discreción, pero que jamás logró un trofeo en combate singular. Como ministro, es un razonable mañoso y de buen criterio, que habla para contestar porque es cosa indispensable; pero en sus razonamientos jamás vemos un movimiento verdaderamente oratorio, ni para persuadir ni para conmover; precisamente hace todo lo contrario, pues lejos de conmover suele irritar, que es cosa muy natural en el que habla sin ser naturalmente orador, y sin haber aprendido las reglas de la oratoria.