Semblanza de Bauer

BAUER.




Bauer no tiene nada de banquero exteriormente.

Al verle, al hablarle por primera vez, el que no supiera á quién tenia el honor de hablar, le creería en Francia un príncipe ruso, en España un grande de ídem.

¡Singular manera de ser la de estos judíos omnipotentes hoy en Europa!

Han adquirido no sólo lo que se compra con dinero, sino lo que se hereda.

Bauer es el tipo del perfecto caballero: amable sin afectación, sencillo sin estudio, distinguido sin pretensiones.

Ama las artes, por lo cual ha conseguido ser tal vez el único en Madrid de quien no hablan mal los artistas.

Porque los demás banqueros de por allá protegen las artes como pudieran proteger los fósforos ó el ganado lanar. Compran un cuadro cuando han oído decir que está el autor en moda. Aglomeran en sus palacios todo género de cosas, buenas, malas y medianas. Almacenan, pero no sienten.

Bauer es artista.

Asi es que al hacer un bosquejo biográfico de este amigo mío, yo no me acuerdo de su despacho del segundo piso de su casa en la calle Ancha de San Bernardo. Olvido por completo que es el alma de tal ó cual ferrocarril. No paso del piso principal, donde tantas veces he visto á Madame Bauer representar primorosamente proverbios y comedias francesas; donde no se vuelven los ojos á ninguna parte sin admirar algo notable debido al talento de nuestros pintores. Allí hay cuadros de Sala, de Pradilla, de Fortuny, de todos nuestros compatriotas ilustres. Las porcelanas, los muebles antiguos, los tapices, todo revela al hombre de buen gusto, que no sólo ha sabido comprar, sino que ha sabido colocar las cosas de manera, que si yo fuese alguna vez emperador (lo cual no es posible) y Bauer se quedara en la miseria (lo cual no es probable), le encargaría la formación de mis museos.

Su círculo íntimo tampoco es de banqueros.

Sus amigos se llaman Valera, Albareda, Correa, Aldana, personalidades, en fin, que amenizan las comidas y los almuerzos de aquella fastuosa casa con una conversación literaria, artística, erudita, pero nunca financiera, nunca ávida, nunca molesta.

¡Oh! Bauer sabe vivir, lo cual es más difícil de lo que á primera vista parece.

Es preciso observarle muy bien para ver que no pierde detalle alguno de cuanto le rodea. Observador delicado, parece que no se entera de las cosas; pero no es fácil que los que pretenden conocer los negocios le sorprendan. Y es que Bauer ha hecho de los negocios, á los ojos de las gentes, una cosa secundaria, por más que á realizarlos haya venido á España, país que ha conocido al momento, porque en él la simpatía es todo. Y Bauer es simpático, como Manzanedo es lo contrario.

Hay en esto un deber de parte suya, que Bauer cumple con extraordinario talento.

En Madrid, Bauer no es él; es otro.

Bauer es Rothschild.

Y del mismo modo que Fernán-Núñez, por ejemplo, es hoy la España en Francia, este banquero distinguido sabe que representar á Rothschild es lo mismo que ser el embajador del dinero de Europa.

El dinero es ya atractivo por sí. Representado por un gentleman en un país pobre, el dinero duplica su valor, y por eso en las manos de Bauer un duro vale dos. Sus recepciones, sus favores, sus proposiciones llevan siempre una aureola que se presiente. El nombre de Rothschild acude siempre á la memoria.

Ayúdale no poco la figura. Indo era vulgar, Manzanedo es cursi; Salamanca es viejo; Murga es invisible; Campo es ostentoso; Bauer es hermoso. Las mujeres son las que lo dicen; protesto de la iniciativa en el elogio. Es el tipo israelita en todo su esplendor. Es como si dijéramos, el Cristo repuesto de su campaña en este bajo mundo, y acabada en el cielo su convalecencia de la crucifixión. ¡Es Nuestro Señor.... gordo!

Un literato no puede calcular lo que será Bauer en la vida íntima de los negocios; pero tengo por indudable, y sabiendo que los negocios requieren grande habilidad para convencer á los demás, que Bauer tiene una fuerza persuasiva extraordinaria.

La tiene en la vida privada como pocas personas. No hay lugar al cumplimiento con él. Iréis á verle á las nueve de la mañana, le hallaréis vistiéndose, os recibirá en su cuarto de tocador para probaros que os da confianza, y le hallaréis tan comm'il faut, como si os recibiera por la noche á la entrada de su salón teatro. Os dirá Siéntese usted, abriendo en tal expresión de afecto sus grandes ojos, que no os sentiréis con fuerza para decir Estoy bien; caeréis en la butaca sin daros cuenta. Para magnetizar sería un gran práctico.

Y es indudable que la figura es la mitad del capital.

Campoamor ha hecho la mitad de su reputación con la cara, y Bauer es el Campoamor de los negocios de aquella tierra española.

He aquí un hombre del cual no se pueden referir rasgos particulares, por más que yo sé muchos. Le desagradaría de seguro, porque su generosidad es modesta.

Otros hay que hacen anunciar la limosna que dan, la protección que venden y la fundación piadosa que imaginan. Bauer hace las cosas, pero no las dice. Sus actos privados son interesantes, porque en ellos hay siempre la tendencia al bien.

Un banquero de Madrid me contaba en cierta ocasión que nunca había negado dinero á sus amigos por una vez.

En esto se ve clarisimamente el deseo de ganar amigos.

Lo difícil es dar siempre que se adivina la necesidad ó el favor. No haya cuidado que yo saque á luz nombres propios, pero yo sé los infinitos favores hechos por Bauer....

— ¿Luego se los ha contado él? — dirá el lector.

— Al contrario; me los han contado ellos.

¿Y qué mayor recompensa para un millonario que oírse alabar por todas partes?

El español es agradecido. Suele no contar lo que debe, pero cuenta siempre el favor que le han hecho.

Bauer tiene, sin saberlo él mismo, una cantidad enorme de propagandistas en España.

¡Pero ceso aquí, no vengan á abrumarle por culpa mía!