Seis mil doscientos amigos

Obras Completas de Eusebio Blasco
Tomo II, Del Amor... y otros excesos.
Seis mil doscientos amigos
de Eusebio Blasco


SEIS MIL DOSCIENTOS AMIGOS


Vamos a ver: ¿tendré yo un amigo?

Creo que sí; conozco en Madrid unas seis mil personas, digo, a lo menos lo parecen, y si hay alguna que no lo es, no estoy obligado a averiguarlo.

De estas seis mil personas, casi la mitad son mujeres.

Estas no sirven para hacer un prólogo, y voy a probarlo.

Mil y quinientas no saben escribir.

Cien, no se comprometen a escribir a nadie; hacen bien.

Otras cien, han escrito demasiado, y están cansadas.

Otras cien, no saben lo que es amor, y disparatarían al ocuparse del asunto.

Otras cien, lo saben de buena tinta, y dirían cosas que no conviene que sean publicadas.

Quedan todavía otras cien.

Estas son todas escritoras, pero veinticinco escriben muy mal, otras veinticinco escriben peor, y otras veinticinco no saben lo que se dicen.

Restan aún veinticinco escritoras con faldas, pero estoy seguro de que todo hombre que ve un artículo firmado por una mujer, sufre lo mismo que si viera a un hombre dándole de mamar a una criatura

Está visto que las mujeres no me convienen.


Veamos los hombres. — ¡A ellos!

Yo debo tener muchos amigos... entre mis tres mil conocidos... ¿cuántos habrá que me quieran como yo a ellos?

Si busco el prologuista entre mis colegas de ésta que hemos dado en llamar república de las letras, me va a partir, como se dice vulgarmente. Hará por lucirse en sus diez páginas, y me destruirá mis trescientas; le obligaré a mentir diciendo que mi libro es, precioso, según la costumbre establecida, y para librarse del pecado irá diciendo por ahí cuando yo no le oiga, que el libro es malo, que el prólogo es bueno y que me ha servido por compromiso; porque esto es también lo que se usa.

No señor, nada de literatos; buscaré hombres.

¿Cómo averiguaría yo quién es mi amigo de corazón? ¿Cómo probaría yo la amistad?

Voy a decir que no tengo dinero. Voy a escribir una circular pidiendo a mis amigos... poca cosa; mil reales.

Escribo la circular y tiro de la campanilla.

—A ver, Pedro! Lleve usted esta carta al conde de X, mi querido amigo.

..........................

Vuelve Pedro y dice que el conde me verá. Lo siento, porque esto quiere decir que no hay tu tía, y he perdido el dinero y el amigo.

— ¡Pedro! lleve usted esa carta a mi amigo Felipe.

Felipe me probará su amistad. Es un muchacho a quien he dado de almorzar muchas veces, y dinero muchísimas. Le recomendé a un director general y le colocaron no sé adonde con diez mil reales...

Ya vuelve Pedro. —¿Qué ha dicho ese caballero?

—No recibe.

—¿Eh? ¡Qué importancia! ¿Está usted seguro?...

—¿No he de estar seguro, si me lo ha dicho él mismo?

—Basta. Lleve usted la carta a León.

¡León sí que me quiere! Nos conocemos hace seis años, le he cedido dos novias por no reñir con él, y le he hecho una reputación de autor dramático ocupándome de él todos los días en cuatro periódicos.

A los diez minutos vuelve Pedro sudando la gota gorda.

—Señorito; dice don León que no tiene un cuarto.

—¡No puede ser! ¿Pues y el éxito de su último drama La agonía del portero?

—No sé; señorito, él dice que no tiene un cuarto.

— Lleve usted la carta al Sr. Midoré.

Midoré es un banquero amigo mío que me ha dicho muchas veces: — Siempre que a usted le falte dinero, acuérdese usted de mí.

Vuelve Pedro, y dice:

— Me ha dicho ese señor que por ahora no puede complacer a usted, porque se le ha muerto una tía...

— ¿Es decir que cuando se muere una tía no se pueden prestar dos mil reales? ¡Oh! ¡Quién tu viera mil tías y un permiso para matar mujeres! Ea, Pedro, venga la carta; hemos concluido.

Está visto que si quiero probar a mis amigos, averiguaré que no tengo ninguno.

Vaya el prólogo; quien lo haga ha de decir lo que a mí me convenga... por consiguiente lo mismo puedo hacerlo yo.

Pues qué, ¿yo no es el mejor amigo de mismo? ¿No soy yo el inseparable, el mejor, el más íntimo de mis amigos?

Haré yo mismo el prólogo. La modestia desapareció de España hace ya tiempo.

Seamos francos.