Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha: Capítulo XXIX

Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
de Alonso Fernández de Avellaneda
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Tomo II, Parte VII
Capítulo XXIX

Capítulo XXIX

Cómo el valeroso don Quijote llegó a Madrid con Sancho y Bárbara, y de lo que a la entrada le sucedió con un titular


Levantóse el valeroso don Quijote de la Mancha la mañana siguiente bien reposado, por haberlo hecho la noche; y, llamando a Sancho, mandó aderezase a Rocinante y palafrén de la reina con su rucio, echándoles de comer y ensillándoles mientras el huésped aprestaba el almuerzo que la noche antes habían concertado les aprestase. Hízose todo así; y almorzando bien de unos pasteles y pollos, rematadas las cuentas y pagadas, subió don Quijote en Rocinante, como tenía de costumbre, y la reina Bárbara atapada (con harto cuidado de los de la posada, que procuraban verle la cara, si bien les fue imposible), en su mula, ayudada para ello de Sancho, el cual, repantigándose en el rucio, salió tras su amo y la reina de la posada y lugar con harta prisa. Y fue tanta la que se dieron en el camino, que a las tres y media de la tarde llegaron junto a Madrid, a los caños que llaman de Alcalá, habiendo salido della a más de las nueve.

Viendo don Quijote el calor que hacía, por consejo de Bárbara, se determinó apear en el prado de San Hierónimo a reposar y gozar de la frescura de sus álamos, junto al Caño Dorado, que llaman, do estuvieron todos hasta más de las seis, con descanso dellos y de las cabalgaduras, paciendo ellas y durmiendo sus amos a ratos y a ratos platicando. Pero, llegadas las seis, como sintiesen la gente que iba saliendo al ordinario paseo del Prado, determinaron subir a caballo y entrarse en la Corte. Y, a la que iban cruzando la calle, vio don Quijote tanta gente, caballos y carrozas, caballeros y damas como allí suelen acudir; se paró un poco y, volviendo la rienda a Rocinante, dio en pasear el Prado sin decir nada a nadie, apesarados Bárbara y Sancho de su humor, y siguiéndole por ver si le podrían poner en razón, y dándose al diablo viendo que llevaban ya tras sí de la primer vuelta más de cincuenta personas, y que se les iban allegando muchos caballeros de los que por allí paseaban, admirados y llenos de risa de ver aquel hombre armado con lanza y adarga, y a leer las letras y ver las figuras que en ella traía, por no saber a qué propósito traía aquello.

Iba don Quijote tanto más ufano cuanto más se le llegaban, e íbase parando adrede para que pudiesen leer los motes que traía en la empresa, sin hablar palabra. Otros le daban la vaya cuando le vían con aquella figura y acompañado de la simple presencia de Sancho y de aquella mujer atapada, vestida de colorado, atribuyéndolo todo a disfraz y a que venían de máscara. Sucedió, pues, que yendo adelante don Quijote con este paseo y acompañamiento, sin que bastasen a ponerle en razón sus consortes, vio venir una rica carroza tirada de cuatro famosos caballos blancos, a la cual acompañaban más de treinta caballeros a caballo y muchos lacayos y pajes a pie. Detúvose don Quijote, luego que la vio, en mitad del camino por donde había de pasar, puesto el cuento de la lanza en tierra, esperando con gentil continente. Los que venían con ella, cuando vieron tanta gente junta, que tomaba media calle, y vieron juntamente aquel hombre armado de todas piezas y con su grande adarga, se llegaron al que dentro venía, que era un titular grave, que había salido a tomar el fresco, y le dijeron:

-Señor, allí abajo se vee una grande tropa de gente, y en medio della está un hombre armado con una adarga tan grande como una rueda de molino; y no sabemos, ni nadie sabe, quién es o a qué propósito viene de aquella suerte.

Cuando esto oyó el caballero, sacó la cabeza fuera la carroza y, como le vio llegar ya cerca, dijo a un alguacil de Corte que iba hablando con él le hiciese placer de ir a saber qué era aquello. Fue a verlo, y, apenas se apartó de la carroza, cuando llegó a ella un lacayo del mismo señor y le dijo:

-Ha de saber vuesa señoría que aquel hombre armado que allí viene le vi yo en Zaragoza habrá un mes, cuando fui a llevar el recado del casamiento de vuesa señoría a mi señor don Carlos, en cuya casa comí con su escudero un día, después de una famosa sortija que allí hubo, en la cual fue convidado este armado, que es medio loco, o no sé cómo me lo diga; si bien decían que es rico y honrado hidalgo, de no sé qué lugar de la Mancha. Pero, por haberse dalo demasiado a leer los fabulosos libros de caballerías que andan impriesos, teniéndolos por verdaderos, ha quedado desvanecido de manera, que, saliendo de su tierra, se le ha antojado que es caballero andante y que anda por tierras ajenas de la suerte que se vee. Y trae por escudero un pobre labrador de su mismo lugar que es el que viene a su lado en el jumento, única pieza, y muy gracioso y grandísimo comedor.

Y tras esto, te fue contado todo lo que don Quijote había hecho en Zaragoza con el azotado, y lo de la sortija, y cómo el secretario de don Carlos se había hecho el gigante Bramidán de Tajayunque, y que, sin duda, vernía ahora a buscarle a la Corte para hacer batalla con él; porque de todo tenía bastantísima noticia el lacayo por lo que los criados de don Carlos le habían referido.

Maravillóse mucho el caballero de lo que se le decía de aquel hombre, y propuso luego llevársele a su casa aquella noche con la compañía que traía, para divertirse con ellos. Estando en esto, volvió el aguacil a la carroza y dijo:

-Es, señor, aquel hombre una de las más raras figuras que vuesa señoría ha visto; llámase, según dice, Caballero Desamorado, y trae en la adarga ciertas letras y pinturas ridículas; y juntamente viene con él una mujer vestida toda de colorado, la cual dice que es la gran Zenobia, reina de las amazonas.

-Pues guíen hacia allá la carroza -dijo el señor- y veremos qué es lo que dice.

Ya que llegaban cerca dél, tiró don Quijote de la rienda de Rocinante y llegóse a un lado de la carroza, y puesto en presencia del caballero, dijo con voz grave y arrogante, que lo oyesen los circunstantes:

-Ínclito y soberano príncipe Perianeo de Persia, cuyo valor y esfuerzo tuvo a costa suya bien experimentado el nunca vencido don Belianís de Grecia, vuestro mortal enemigo y competidor sobre los amores de la sin par Florisbella, hija del emperador de Babilonia, a quien en muchos y varios lugares distes bien que entender, haciendo con él singular batalla, sin hallarse entre los dos jamás ventaja alguna, asistiendo de vuestra parte el prudentísimo sabio Fristón, mi contrario: yo, como caballero andante, amigo de buscar las aventuras del mundo y probar las fuerzas de los bravos y valerosos jayanes y caballeros, he venido hoy a esta Corte del rey católico, do, habiendo llegado a mis oídos el gran valor de vuestra persona, y siendo tal cual yo he muchas veces leído en aquel auténtico libro, me ha parecido me sería mal contado si dejase de probar mi ventura con vuestro invencible esfuerzo hoy aquí en aqueste prado, delante de todos estos vuestros caballeros y de la demás gente que nos está mirando. Y esto hago porque soy único y singular amigo y aficionado al príncipe don Belianís de Grecia por muchas razones: la primera, por ser él cristiano y hijo también de emperador cristiano, y vos pagano, de las casas y casta del emperador Otón, Gran Turco y Soldán de Persia; y la segunda, por quitar de delante a aquel grande amigo mío un estorbo tan grande como vos sois, para que así, con mayor facilidad, pueda gozar de los sabrosos amores que con la infanta Florisbella tiene, pues se vee y sabe clarísimamente que la merece mucho mejor que vos, a quien no faltarán otras turcas hermosas con quien podáis casar; que no es posible deje de haber muchas en vuestra tierra, y dejar a Florisbella para don Belianís de Grecia, mi amigo. Y si no salís luego de vuestra carroza y subís luego en vuestro preciado caballo, en poniéndoos vuestras encantadas armas, para pelear conmigo, mañana publicaré delante toda esta Corte y de su rey vuestra cobardía y poco ánimo, después de haber muerto el gigante Bramidán de Tajayunque, rey de Chipre, y al hijo alevoso del rey de Córdoba. Por tanto, respondedme luego con brevedad, y si no, daos por vencido, y yo me iré a buscar otras aventuras.

Maravilláronse todos de los disparates que habían oído decir a don Quijote, y comenzaron a hablar sobre ellos unos con otros, riendo dél y de su figura. Pero Sancho, que había estado muy atento a lo que su amo había dicho, se llegó, caballero en su asno, junto a la carroza, diciendo:

-Señor Perineo, vuesa merced no conoce bien a mi amo como yo le conozco; pues sepa que es hombre que ha hecho guerreación con otros mejores que vuesa merced, pues la ha hecho con vizcaínos, yangüeses, cabreros, meloneros, estudiantes, y ha conquistado el hielmo de Membrillo, y aun le conocen la reina Micomicona, Ginesillo de Pasamonte y, lo que más es, la señora reina Segovia, que aquí asiste; y aún es hombre que en Zaragoza acometió a más de docientos que llevaban un azotado, como ya sabrán por acá. Por tanto, mire que tenemos mucho que hacer y las cabalgaduras vienen cansadas; yo y la señora reina vamos con alguna poquilla de hambre. Dése, pues, por las entrañas de Dios, por vencido, como mi amo le suplica, y tan amigo como de antes, y no busque tres pies al gato, pues, si los desta tierra son como los de la mía, no tienen menos que cuatro; déjenos ir con Barrabás a nuestro mesón, y vuesa merced y estos herejes de Persia, su patria, quédense mucho de noramala.

El caballero dijo al alguacil que con él iba le respondiese de su parte y se le llevase aquella noche a su casa. Él lo hizo, diciendo a don Quijote.

-Señor Caballero Desamorado, en estremo holgamos todos los circunstantes de haber visto y conocido hoy en vuesa merced a uno de los mejores caballeros andantes que en el felice tiempo de Amadís y el Febo hallarse pudieron en Grecia; y doy gracias a los dioses, pues siendo paganos nosotros, como denantes dijo, habemos merecido ver en esta Corte al que tanta fama y nombre tiene en el mundo, y excede a todos cuantos hasta hoy hayamos oído visten duras armas y suben en poderosos caballos. Por tanto, excelso príncipe, aquí el señor Perianeo aceta de muy buena gana la batalla con vuesa merced; no porque della pretenda salir con vitoria, sino para poderse alabar dondequiera que se hallare (dejándole empero vuesa merced con la vida) de haber entrado en batalla con el mejor caballero del mundo, y de quien el ser vencido resultará infinita gloria suya y lustre de su linaje. Pero la batalla, si a vuesa merced le parece, será el día que esta noche concertaremos en su casa, en la cual él y yo hemos de recebir merced de que vuesa alteza y toda su compañía se vayan a alojar, donde los regalará y servirá con mucho cuidado, en particular a la señora reina Zenobia, a quien desea en estremo conocer. Y así, la ruega que, para que todos demos gracias a los dioses en ver su peregrina hermosura, sea servida de descubrir el rostro y quitar la nube que delante de aquesos sus dos bellos soles está puesta, para que su resplandor alumbre la redondez de la tierra y haga detener al dorado Apolo en su luminosa esfera, admirado de ver tal belleza, bastante a darle nueva luz a él, pues es cierto vencerá la de su bella Dafne.

Don Quijote se llegó a ella, diciendo que en todo caso descubriese el rostro delante del príncipe Perianeo de Persia; que importaba mucho. Rehusábalo ella, como discreta, cuanto podía; pero Sancho, que había estado repantigado en el asno, sin quitarse jamás la caperuza, se llegó al estribo de la carroza y dijo:

-Señor pagano, yo y mi señor don Quijote de la Mancha, Caballero Desamorado por mar y por tierra, decimos que besamos a vuesa merced las manos por el servicio que nos hace en convidarnos a cenar a su casa, como lo hizo en Zaragoza don Carlos, que buen siglo haya; y digo que iremos de muy buena gana todos tres en cuerpo y en alma, así como estamos. Pero la señora reina Segovia desde allí donde está me hace del ojo, diciendo que no puede por agora descubrir la cara, hasta que se ponga la otra de las fiestas, que es muy mejor que la que agora tiene. Por tanto, vuesa merced perdone.

En esto se llegó más cerca por el otro lado a la carroza don Quijote, tirando de la rienda a la mula de Bárbara, a la cual, mal de su grado, traía ya descubierta la cara, más propria para hacer acallar niños por su mala cara, que para ser vista de gentes. A la cual, como viesen todos los circunstantes tan fea y arrugada, y por otra parte con el chincharrón mal zurcido y peor apuntado, no pudieron detener la risa; y, viendo Sancho que el caballero de la carroza se la estaba mirando de espacio y se santiguaba viendo su fealdad y la locura de don Quijote, dijo:

-Bien hace vuesa merced, de persinarse, porque no hay cosa en el mundo mejor, según dice el cura de mi lugar, para hacer huir a los demonios, aunque la señora reina no lo es por agora, podría ser, si Dios le diese diez años de vida sobre los que tiene, faltarle poco para serlo. El caballero, disimulando cuanto pudo, dijo a Bárbara:

-Por cierto, señora reina Zenobia, que ahora digo muy de veras que todo lo que el señor Caballero Desamorado nos ha dicho de vuesa merced es mucha verdad, y que él se puede tener por dichoso en llevar consigo tanta nobleza por el mundo, para afrentar y correr a todas las damas que hay en él, especialmente en esta Corte. Por tanto, vuesa merced nos diga de adónde es y adónde va con este valiente caballero, si es servida; porque esta noche vuesa merced y él y este buen hombre, que dice las verdades desnudas, han de ser mis huéspedes y convidados. Bárbara le respondió:

-Señor, si vuesa merced es servido, yo no soy la reina Zenobia, como este caballero dice, sino una pobre mujer de Alcalá, que vivo del trabajo de mi honrado oficio de mondonguera; y por mi desgracia, un bellaco de estudiante me sacó o, por mejor decir, sonsacó de mi casa; y, llevándome a la de sus padres con nombre de que se quería casar conmigo, me robó cuanto tenía en un pinar, dejándome atada a un pino en camisa; y, pasando este caballero con cierta gente, me desataron y llevaron a Sigüenza. Y el señor don Quijote, que es el que viene armado (andaba en esto don Quijote enseñando a unos y a otros las pinturas de su adarga, ufano de que tantos le mirasen), a quien falta tanto de juicio cuanto le sobra de piedad, me hizo este vestido y me compró esta mula en que llegase a Alcalá, llamándome por todos los lugares, caminos y ventas la reina Zenobia, y sacándome algunas veces a las plazas para defender, como él dice, mi hermosura, siendo tal por mis pecados como vuesa señoría vee. Y agora, queriéndome quedar en mi tierra, me ha persuadido a que venga a la Corte, donde dice que ha de matar a un hijo del rey de Córdoba y a un gigante que es rey de Chipre, y que a mí me ha de hacer reina de aquel reino. Y yo, por no ser desagradecida a las mercedes que me ha hecho, he venido con él, con intento de volver lo más presto que pudiere a mi tierra. Y mire vuesa señoría si manda otra cosa; que me quiero ir; que parece que estos señores que están presentes se ríen mucho y podrían dar ocasión a don Quijote con su risa a que, como loco, hiciese alguna necedad.

Volvió en esto la rienda a la mula y fuese para donde don Quijote estaba; y Sancho dijo al titular:

-Ya ve vuesa merced, señor mío, cómo la señora reina es una buena persona, a quien Dios eche en aquellas partes en que más della se sirva. Y perdónenos si ella no tiene tan buen hocico como mi amo ha dicho y vuesa merced merece; pues suya es la culpa, suya es la gran culpa, porque yo le he dicho muchas veces que por qué no procuraba que aquel per signum crucis que tiene en la cara se le dieran en otra parte, pues fuera mejor donde no se echara tanto de ver. Y ella dice que a quien dan no escoge. Por tanto, vuesa merced se venga luego; que ya se acerca la noche para cenar y a fe que, por la gracia de Dios, no he menester yo agora más mostaza ni perijil, para hacello famosamente, que el apetito que traigo.

Con esto, sin más cortesía, comenzó a arrear su asno, y fuese para donde estaba Bárbara y don Quijote con toda aquella gente, a la cual tenía suspensa con un largo razonamiento de Rasura y Laín Calvos, diciendo que les había conocido y que era gente muy honrada y para mucho; pero que ninguno dellos llegaba a su persona, porque él era Rodrigo de Vivar, llamado por otro nombre el bravo Cid Campeador. Oyóle Sancho estas últimas razones y dijo:

-¡Oh, reniego de cuantos Cides hay en toda la cidería! ¡Venga, señor! ¡Pecador soy yo a Dios; que estas pobres cabalgaduras están de suerte que no pueden echar la palabra del cuerpo, según llegan de cansadas y muertas de hambre!

-¡Qué mal, oh Sancho -respondió don Quijote-, conoces tú a este caballo! Yo te juro que si le preguntases, y él te supiese responder, cuál quiere más, estar escuchando lo que yo digo de guerras, batallas y noblezas de caballeros, o media hanega de cebada, que él diría que gusta sin comparación más de que hable de aquí al día del Juicio, que no de comer ni beber; y es cierto se estaría días y noches escuchándome con mucha atención.

Estando en esto, llegó un criado del titular diciendo a don Quijote:

-Señor Caballero Desamorado, mi señor le suplica se venga conmigo a su casa, porque quiere que vuesa merced y la reina Zenobia y su fiel escudero sean sus huéspedes y convidados esta noche y en todos los demás días que a vuesa merced le pluguiere, hasta que se remate el desafío a que le tiene aplazado.

-Señor caballero -respondió don Quijote-, con notable gusto iremos a servir al príncipe Perianeo; por tanto, no hay sino guiar hacia allá, que todos iremos siguiendo.