Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

II

La del doce de Julio del año 1797, noche clara, fría y de luna llena, mesa de mantel largo reunía en la Comandancia de la Guardia de los Ranchos a jefes y oficiales de aquella avanzada frontera.

Bien que doble fiesta celebraba el comandante del pueblo (General Paz, actualmente), don Miguel Tejedor, pues al honor que se le hacía de nombrarle segundo jefe de la expedición de los salineros, uníase la satisfacción de dejar fuera de cuidado á su esposa, doña Manuela Garayo, heroica como lo fueron las valientes compañeras de los Oficiales de frontera. Esa misma mañana habíale dado, en su tercer hija, una rolliza Juana, tan bondadosa, como no la hubo mejor. Siguiendo la costumbre de aquellos buenos tiempos cristianos, inmediatamente del nacimiento se procedió al bautismo, y al ponerle el óleo sagrado á la recién nacida, llamóle el Capellán Castrense de Nuestra Señora del Pilar de la Guardia de los Ranchos don Francisco Javier Acosta y Gómez, con los nombres de Juana María Josefa de la Trinidad del Corazón de Jesús, pues que en día de San Juan Gualberto llegó á la vida.

Las conversaciones de sobremesa, en aquella alegre reunión, prolongábanse en altas horas de la noche. A la cabecera el anfitrión hacía los honores de la casa. En el puesto de honor don Francisco Balcarce, primer Comandante de frontera, rodeado con otros oficiales y sus siete hijos. Cuatro de ellos llegaron á Generales, Antonio, Ramón, Diego y Marcos, y si los tres más jóvenes, José, Francisco y Lucas, no alcanzaron alta graduación, fué porque la muerte cortó en flor vidas tan preciosas durante la primavera de su juventud, en las primeras batallas de la independencia.

En la opuesta cabecera se hallaba el Comandante Olavarría, jefe de Blandengues, rodeado entre otros vecinos, oficiales y paisanos, de don Antonio Obligado, más que Teniente de Húsares, recién nombrado, antiguo Presidente del gremio de hacendados, quien, como uno de los ricos estancieros de la vecindad, venía á ofrecer tropilla pareja para los jefes, con el Comandante de la Ensenada don Lázaro Gómez, trayendo un contingente para la misma.

Y los brindis, chistes y agudezas se cruzaban como chispazos ó reflejos de colores, fuegos pirotécnicos al través de las copas de líquidos topacios y rubíes, vinos generosos, que muy buenos habían enviado para los expedicionarios, comerciantes y mayoristas de la plaza.