Rozas cautivo: 4
Abrazándose entre lágrimas, pasados los primeros momentos de efusión, dijo Gómez:
— Y bien, hermano: ¿qué debemos hacer para que tu visita en mi campamento pase de tal, reteniéndote por siempre?
— Lo primero, empezar por retirarse. Enviar el parlamento pedido, que yo dejo el terreno preparado en el ánimo de los Caciques, haciéndoles ver cómo siempre les fué mejor vivir en paz con los cristianos.
— Pero empecemos por el principio, y puesto que estás entre nosotros, quédate.
— ¡Imposible! He dado mi palabra, y me conoces desde chico, esclavo de la palabra de honor.
— ¿Palabra á indios?
— Palabra de cristiano, que yo siempre cumplí.
— De aquí no te sacarán, sino después que nos hayan muerto á todos.
— Lo que no tardará mucho, pues te encuentras rodeado de indiadas sedientas por no dejar cristiano con cabeza, y son Caciques aconsejados por su propio interés, que no sólo entre indios es el mejor consejero, los que hacen esfuerzos en detenerlas. Catruén, principal de los que aquí acampan, quiere mucho al hermano que fué de parlamento ante el Virrey. Escribirás á S. E. para terminar el tratado por el que los indios prometen someterse. Ha sido la mayor imprudencia traer invasión con tan poca gente, como se te inculpará que, rechazando esta proposición del Cacique, se malogre ocasión tan propicia. No es fácil salgas bien en tan afligente circunstancia, mientras que por algunas yeguas si les devuelven los rehenes, te dejarán regresar sin hostilizarte.
Los últimos malones han dado pésimos resultados, pues están las haciendas muy reconcentradas. Más cuenta hace á los indios vivir de las raciones y regalos del Gobierno, que de robos y asaltos, convencidos hoy, por mi propaganda, que les es mejor ser honrados por conveniencia. — Todo esto está muy bueno; pero lo que es á tí, no te largo.
— Así será, señor Comandante; pero como León Rozas solo tuvo una palabra, y ésta la he empeñado en volver, me largo solo, dijo, dirigiéndose al palenque y montando el picazo.
No hubo razones que le hicieran apearse, ni los cariñosos pedidos de sus compañeros, ni las afecciones que á Buenos Aires le atraían.
Algunos días más pasaron en idas y venidas, chasques, mensajes y parlamentos; pues, si bien Gómez aceptaba las proposiciones, hacía hincapié en la entrega inmediata de Rozas.
Quedaría el Capellán y demás prisioneros en rehenes, entregaría todos los víveres y objetos pedidos, cuya lista era larga como lista de poncho á pedido de indio. La comisión de éstos y la de cristianos marcharían juntas hasta la Capital. Harían las paces según lo convenido; pero nada de esto tendría cumplimiento, sino cuando en libertad Rozas en el campamento de Gómez, pudieran juntos emprender marcha de regreso...
Y tanto alegó y sostuvo, que al fin lo consiguió, cumpliéndose el adagio de que:
- «Más te vale un buen amigo
- Que en tu troja mucho trigo».