Romeo y Julieta (Menéndez y Pelayo tr.)/Acto V
ESCENA PRIMERA.
Calle de Mántua.
ROMEO y BALTASAR.
Pues ya nada malo puede sucederte, porque su cuerpo reposa en el sepulcro, y su alma está con los ángeles. Yace en el panteon de su familia. Y perdonadme que tan pronto haya venido á traeros tan mala noticia, pero vos mismo, señor, me encargasteis que os avisara de todo.
¿Será verdad? ¡Cielo cruel, yo desafio tu poder! Dadme papel y plumas. Busca esta tarde caballos, y vamonos á Verona esta noche.
Señor, dejadme acompañaros, porque vuestra horrible palidez me anuncia algún mal suceso.
Nada de eso. Déjame en paz y obedece. ¿No traes para mí carta de Fray Lorenzo?
Ninguna.
Lo mismo da. Busca en seguida caballos, y en marcha. (Se va Baltasar.) Sí, Julieta, esta noche descansaremos juntos. ¿Pero cómo? ¡Ah, infierno, cuan presto vienes en ayuda de un ánimo desesperado! Ahora me acuerdo que cerca de aquí vive un boticario de torvo ceño y mala catadura, gran herbolario de yerbas medicinales. El hambre le ha convertido en esqueleto. Del techo de su lóbrega covacha tiene colgados una tortuga, un cocodrilo, y varias pieles de fornidos peces; y en cajas amontonadas, frascos vacíos y verdosos, viejas semillas, cuerdas de bramante, todo muy separado para aparentar más. Yo, al ver tal miseria, he pensado que aunque está prohibido so pena de muerte, el despachar veneno, quizá este infeliz, si se lo pagaran, lo venderia. Bien lo pensé, y ahora voy á ejecutarlo. Cerrada tiene la botica. ¡Hola, eh!
¿Quién grita?
Oye. Tu pobreza es manifiesta. Cuarenta ducados te daré por una dosis de veneno tan activo que, apenas circule por las venas, extinga el aliento vital tan rápidamente como una bala de cañon.
Tengo esos venenos, pero las leyes de Mántua condenan á muerte al que los venda.
Y en tu pobreza extrema ¿qué te importa la muerte? Bien clara se ve el hambre en tu rostro, y la tristeza y la desesperacion. ¿Tiene el mundo alguna ley, para hacerte rico? Si quieres salir de pobreza, rompe la ley y recibe mi dinero.
Mi pobreza lo recibe, no mi voluntad.
Yo no pago tu voluntad, sino tu pobreza.
Recibe tú el dinero. Él es la verdadera ponzoña, engendradora de más asesinatos que todos los venenos que no debes vender. La venta la he hecho yo, no tú. Adios: compra pan, y cúbrete. No un veneno, sino una bebida consoladora llevo conmigo al sepulcro de Julieta.
Celda de Fray Lorenzo.
FRAY JUAN y FRAY LORENZO.
¡Hermano mio, santo varon!
Sin duda es Fray Juan el que me llama. Bien venida seais de Mántua; ¿qué dice Romeo? Dadme su carta, si es que traeis alguna.
Busqué á un fraile descalzo de nuestra orden, para que me acompañara. Al fin le encontré, curando enfermos. La ronda, al vernos salir de una casa, temió que en ella hubiese peste. Sellaron las puertas, y no nos dejaron salir. Por eso se desbarató el viaje á Mántua.
¿Y quién llevó la carta á Romeo?
¡Qué desgracia! ¡Por vida de mi padre san Francisco! Y no era carta inútil, sino con nuevas de grande importancia. Puede ser muy funesto el retardo. Fray Juan, búscame en seguida un azadon y llévale á mi celda.
En seguida, hermano.
Sólo tengo que ir al cementerio, porque dentro de tres horas ha de despertar la hermosa Julieta de su desmayo. Mucho se enojará conmigo porque no dí oportunamente aviso á Romeo. Volveré á escribir á Mántua, y entre tanto la tendré en mi celda esperando á Romeo. ¡Pobre cadáver vivo encerrado en la cárcel de un muerto!
Cementerio, con el panteon de los Capuletos.
PÁRIS y un PAJE con flores y antorchas.
Dame una tea. Apártate: no quiero ser visto. Ponte al pié de aquel arbusto, y estáte con el oido fijo en la tierra, para que nadie huelle el movedizo suelo del cementerio, sin notarlo yo. Apenas sientas á alguno, da un silbido. Dame las flores, y obedece.
Vengo á cubrir de flores el lecho nupcial de la flor más hermosa que salió de las manos de Dios. Hermosa Julieta, que moras entre los coros de los ángeles, recibe este mi postrer recuerdo. Viva, te amé: muerta! vengo á adornar con tristes ofrendas tu sepulcro. (El paje silba.) Siento la señal del paje: álguien se acerca. ¿Qué pié infernal es el que se llega de noche á interrumpir mis piadosos ritos? ¡Y trae una tea encendida! ¡Noche, cúbreme con tu manto! (Entran Romeo y Baltasar.)
Dame ese azadon y esa palanca. Toma esta carta. Apenas amanezca, procurarás que la reciba Fray Lorenzo. Dame la luz, y si en algo estimas la vida, nada te importe lo que veas ú oigas, ni quieras estorbarme en nada. La principal razon que aquí me trae no es ver por última vez el rostro de mi amada, sino apoderarme del anillo nupcial que aún tiene en su dedo, y llevarle siempre como prenda de amor. Aléjate, pues. Y si la curiosidad te mueve á seguir mis pasos, júrote que he de hacerte trizas, y esparcir tus miembros desgarrados por todos los rincones de este cementerio. Más negras y feroces son mis intenciones, que tigres hambrientos ó mares alborotadas.
En nada pienso estorbaros, señor.
Es la mejor prueba de amistad que puedes darme. Toma, y sé feliz, amigo mio.
(Aparte.) Pues, á pesar de todo, voy á observar lo que hace; porque su rostro y sus palabras me espantan.
¡Abominable seno de la muerte, que has devorado la mejor prenda de la tierra, aún has de tener mayor alimento!
Este es Montesco, el atrevido desterrado, el asesino de Teobaldo, del primo de mi dama, que por eso murió de pena, según dicen. Sin duda ha venido aquí á profanar los cadáveres. Voy á atajarle en su diabólico intento. Cesa, infame Montesco; ¿no basta la muerte á detener tu venganza y tus furores? ¿Por qué no te rindes, malvado proscrito? Sígueme, que has de morir.
Sí: á morir vengo. Noble joven, no tientes á quien viene ciego y desalentado. Huye de mí: déjame; acuérdate de los que fueron y no son. Acuérdate y tiembla, no me provoques más, joven insensato. Por Dios te lo suplico. No quieras añadir un nuevo pecado á los que abruman mi cabeza. Te quiero más que lo que tú puedes quererte. He venido á luchar conmigo mismo. Huye, si quieres salvar la vida, y agradece el consejo de un loco.
¡Vil desterrado, en vano son esas súplicas!
¿Te empeñas en provocarme? Pues muere... (Pelean.)
¡Ay de mí, muerto soy! Si tienes lástima de mi, ponme en el sepulcro de Julieta.
Sí que lo haré. Veámosle el rostro. ¡El pariente de Mercutio, el conde Páris! Al tiempo de montar á caballo, ¿no oí, como entre sombras decir, á mi escudero, que iban á casarse Páris y Julieta? ¿Fué realidad ó sueño?¿Ó es que estaba yo loco y creí que me hablaban de Julieta? Tu nombre está escrito con el mio en el sangriento libro del destino. Triunfal sepulcro te espera. ¿Qué digo sepulcro? Morada de luz, pobre jóven. Allí duerme Julieta, y ella basta para dar luz y hermosura al mausoleo. Yace tú á su lado: un muerto es quien te entierra. Cuando el moribundo se acerca al trance final, suele reanimarse, y á esto lo llaman el último destello. Esposa mia, amor mio, la muerte que ajó el néctar de tus labios, no ha podido vencer del todo tu hermosura. Todavía irradia en tus ojos y en tu semblante, donde aún no ha podido desplegar la muerte su odiosa bandera. Ahora quiero calmar la sombra de Teobaldo, que yace en ese sepulcro. La misma mano que cortó tu vida, va á cortar la de tu enemigo. Julieta, ¿por qué estás aún tan hermosa? ¿Será que el descarnado monstruo te ofrece sus amores y te quiere para su dama? Para impedirlo, dormiré contigo en esta sombría gruta de la noche, en compañía de esos gusanos, que son hoy tus únicas doncellas. Este será mi eterno reposo. Aquí descansará mi cuerpo, libre de la fatídica ley de los astros. Recibe tú la última mirada de mis ojos, el último abrazo de mis brazos, el último beso de mis labios, puertas de la vida, que vienen á sellar mi eterno contrato con la muerte. Ven, áspero y vencedor piloto: mi nave, harta de combatir con las olas, quiere quebrantarse en los peñascos. Brindemos por mi dama. ¡Oh, cuan portentosos son los efectos de tu bálsamo, alquimista veraz! Así, con este beso... muero. (Cae.)
¡Por san Francisco y mi santo hábito! ¡Esta noche mi viejo pié viene tropezando en todos los sepulcros! ¿Quién á tales horas interrumpe el silencio de los muertos?
Un amigo vuestro, y de todas veras.
Con bien seas. ¿Y para qué sirve aquella luz, ocujada en alumbrar á gusanos y calaveras? Me parece que está encendida en el monumento de los Capuletos.
Verdad es, padre mio, y allí se encuentra mi amo, á quien tanto quereis.
¿De quién hablas?
De Romeo.
¿Y cuánto tiempo hace que ha venido?...
Una media hora.
Sígueme.
¿Y cómo, padre, si mi amo cree que no estoy aquí, y me ha amenazado con la muerte, si yo le seguia?
Pues quédate, é iré yo solo. ¡Dios mio! Alguna catástrofe temo.
Dormido al pié de aquel arbusto, soñé que mi señor mataba á otro en desafío.
Padre, ¿dónde está mi esposo? Ya recuerdo dónde debia yo estar y allí estoy. Pero ¿dónde está Romeo, padre mió?
Oigo ruido. Deja tú pronto ese foco de infeccion, ese lecho de fingida muerte. La suprema voluntad de Dios ha venido á desbaratar mis planes. Sígueme. Tu esposo yace muerto á tu lado, y Páris muerto también. Sígueme á un devoto convento y nada más me digas, porque la gente se acerca. Sígueme, Julieta, que no podemos detenernos aquí.
Yo aquí me quedaré. ¡Esposo mio! Mas ¿qué veo? Una copa tiene en las manos. Con veneno ha apresurado su muerte. ¡Cruel! no me dejó ni una gota que beber. Pero besaré tus labios que quizá contienen algún resabio del veneno. Él me matará y me salvará. (Le besa.) Aún siento el calor de sus labios.
¿Dónde está? Guiadme.
Siento pasos. Necesario es abreviar. (Coge el puñal de Romeo.) Dulce hierro, descansa en mi corazon, mientras yo muero!
Recorred el cementerio. Huellas de sangre hay. Prended á todos los que encontrareis. ¡Horrenda vista! Muerto Páris, y Julieta, á quien hace dos dias enterramos por muerta, se está desangrando, caliente todavía. Llamad al Príncipe, y á los Capuletos y á los Móntescos. Sólo vemos cadáveres, pero no podemos atinar con la causa de su muerte.
Este es el escudero de Romeo, y aquí le hemos encontrado.
Esperemos la llegada del Príncipe.
Tembloroso y suspirando hemos hallado á este fraile cargado con una palanca y un azadon; salia del cementerio.
Sospechoso es todo eso: detengámosle.
¿Qué ha ocurrido para despertarme tan de madrugada?
¿Qué gritos son, los que suenan por esas calles?
Unos dicen «Julieta,» otros «Romeo,» otros «Páris,» y todos corriendo y dando gritos, se agolpan al cementerio.
¿Qué historia horrenda y peregrina es esta?
Príncipe, ved. Aquí están el conde Páris y Romeo, violentamente muertos, y Julieta, caliente todavía y desangrándose.
¿Averiguasteis la causa de estos delitos?
Sólo hemos hallado á un fraile y al paje de Romeo, cargados con picos y azadones propios para levantar la losa de un sepulcro.
¡Dios mio! Esposa mia, ¿no ves correr la sangre de nuestra hija? Ese puñal ha errado el camino: debia haberse clavado en el pecho del Montesco y no en el de nuestra inocente hija.
¡Dios mio! Siento el toque de las campanas que guian mi vejez al sepulcro. (Llegan Montesco y otros.)
Mucho has amanecido, Montesco, pero mucho antes cayó tu primogénito.
Tú mismo puedes verla.
¿Por qué tanta descortesía, hijo mió? ¿Por qué te atreviste á ir al sepulcro antes qué tu padre?
Contened por un momento vuestro llanto, mientras busco la fuente de estas desdichas. Luego procuraré consolaros ó acompañaros hasta la muerte. Callad entre tanto: la paciencia contenga un momento al dolor. Traed acá á esos presos.
Yo el más humilde y á la vez el más respetable por mi estado sacerdotal, pero el más sospechoso por la hora y el lugar, voy á acusarme y á defenderme al mismo tiempo.
Decidnos lo que sepais.
Lo diré brevemente, porque la corta vida que me queda, no consiente largas relaciones. Romeo se habia desposado con Julieta. Yo los casé, y el mismo dia murió Teobaldo. Esta muerte fué causa del destierro del desposado y del dolor de Julieta. Vos creisteis mitigarle, casándola con Páris. En seguida vino á mi celda, y loca y ciega me rogó que buscase una manera de impedir esta segunda boda, porque si no, iba á matarse en mi presencia. Yo le di un narcótico preparado por mí, cuyos efectos simulaban la muerte, y avisé á Romeo por una carta, que viniese esta noche (en que ella despertaría) á ayudarme á desenterrarla. Fray Juan, á quien entregué la carta, no pudo salir de Verona, por súbito accidente. Entonces me vine yo solo á la hora prevista, para sacarla del mausoleo y llevarla á mi convento, donde esperase á su marido. Pero cuando llegué, pocos momentos antes de que ella despertara, hallé muertos á Páris y á Romeo. Despertó ella, y le rogué por Dios que me siguiese y respetara la voluntad suprema. Ella desesperada no me siguió, y á lo que parece, se ha dado la muerte. Hasta aquí sé. Del casamiento puede dar testimonio su ama. Y si yo delinquí en algo, dispuesto estoy á sacrificar mi vida al fallo de la ley, que sólo en pocas horas podrá adelantar mi muerte.
Siempre os hemos tenido por varon santo y de virtudes. Oigamos ahora al criado de Romeo.
Yo di á mi amo noticia de la muerte de Julieta. A toda prisa salimos de Mántua, y llegamos á este cementerio. Me dió una carta para su padre, y se entró en el sepulcro desatentado y fuera de sí, amenazándome con la muerte, si en algo yo le resistia.
Quiero la carta; ¿y dónde está el paje que llamó á la ronda?
Esta carta confirma las palabras de este bendito fraile. En ella habla Romeo de su amor y de su muerte: dice que compró veneno á un boticario de Mántua, y que quiso morir, y descansar con su Julieta. ¡Capuletos, Móntescos, esta es la maldicion divina que cae sobre vuestros rencores! No tolera el cielo dicha en vosotros, y yo pierdo por causa vuestra dos parientes. A todos alcanza hoy el castigo de Dios.
Montesco, dame tu mano, el dote de mi hija: más que esto no puede pedir tu hermano.
Y aún te daré más. Prometo hacer una estatua de oro de la hermosa Julieta, y tal que asombre á la ciudad.
Y á su lado haré yo otra igual para Romeo.
¡Tardía amistad y reconciliacion, que alumbra un sol bien triste! Seguidme: aún hay que hacer más; premiar á unos y castigar á otros. Triste historia es la de Julieta y Romeo.