Romeo y Julieta (Menéndez y Pelayo tr.)/Acto IV
ESCENA PRIMERA.
Celda de Fray Lorenzo.
FRAY LORENZO y PÁRIS.
Así lo quiere Capuleto, y yo lo deseo tambien
¿Y todavía no sabeis si la novia os quiere? Mala manera es esa de hacerlas cosas, á mi juicio.
(Aparte.) ¡Ojalá no supiera yo las verdaderas causas de la tardanza! Conde Páris, hé aquí la dama que viene á mi celda.
Bien hallada, señora y esposa mia.
Lo seré cuando me case.
Eso será muy pronto: el juéves.
Será lo que sea.
Claro es. ¿Venis á confesaros con el padre?
Con vos me confesaria, si os respondiera.
No me negueis que me amais.
No os negaré que quiero al padre.
Y le confesareis que me teneis cariño.
Más valdria tal confesion á espaldas vuestras, que cara á cara.
Poco hacen mis lágrimas: no valia mucho mi rostro, antes que ellas le ajasen.
Más la ofenden esas palabras que vuestro llanto.
Señor, en la verdad no hay injuria, y más si se dice frente á frente.
Mio es ese rostro del cual decis mal.
Vuestro será quizá, puesto que ya no es mio. Padre, ¿podéis oirme en confesion, ó volveré al Ave-María?
Pobre niña, dispuesto estoy á oirte ahora. Dejadnos solos. Conde.
No seré yo quien ponga obstáculos á tal devocion. Julieta, adios. El juéves muy temprano te despertaré.
Cerrad la puerta, padre, y venid á llorar conmigo: ya no hay esperanza ni remedio.
Julieta, ya sé cuál es tu angustia, y también ella me tiene sin alma. Sé que el juéves quieren casarte con el Conde.
Padre, no me digais que dicen tal cosa, si al mismo tiempo no discurrís, en vuestra sabiduría y prudencia, algún modo de evitarlo. Y si vos no me consolais, yo con un puñal sabré remediarme. Vos, en nombre del Señor, juntasteis mí mano con la de Romeo, y antes que esta mano, donde fué por vos estampado su sello, consienta en otra union, ó yo amancille su fe, matarános este hierro. Aconsejadme bien, ó el hierro sentenciará el pleito que ni vuestras canas ni vuestra ciencia saben resolver. No os detengais: respondedme ó muero.
Hija mia, detente. Aun veo una esperanza, pero tan remota y tan violenta, como es violenta tu situacion actual. Pero ya que prefieres la muerte á la boda con Páris, pasarás por algo que se parezca á la muerte. Sí te atreves á hacerlo, yo te daré el remedio.
Padre, á trueque de no casarme con París, mandadme que me arroje de lo alto de una torre, que recorra un camino infestado por bandoleros, que habite y duerma entre sierpes y osos, ó en un cementerio, entre huesos humanos, que crujan por la noche, y amarillas calaveras, ó enterradme con un cadáver reciente. Todo lo haré, por terrible que sea, antes que ser infiel al juramento que hice á Romeo.
Bien: vete á tu casa, fíngete alegre: di que te casarás con Páris. Mañana es miércoles: por la noche quédate sola, sin que te acompañe ni siquiera tu ama, y cuando estés acostada, bebe el licor que te doy en esta ampolleta. Un sueño frío embargará tus miembros. No pulsarás ni alentarás, ni darás señal alguna de vida. Huirá el color de tus rosados labios y mejillas, y le sucederá una palidez terrea. Tus párpados se cerrarán como puertas de la muerte que excluyen la luz del dia, y tu cuerpo quedará rígido, inmóvil, frió como el mármol de un sepulcro. Asi permanecerás 42 horas justas, y entonces despertarás como de un apacible sueño. A la mañana anterior habrá venido el novio á despertarte, te habrá creido muerta, y ataviándote, según es uso, con las mejores galas, te habrán llevado en ataúd abierto al sepulcro de los Capuletos. Durante tu sueño, yo avisaré por carta á Romeo; él vendrá en seguida, y velaremos juntos hasta que despiertes. Esa misma noche Romeo volverá contigo á Mántua. Es el único modo de salvarte del peligro actual, si un vano y mujeril temor no te detiene.
Tómala. Valor y fortuna. Voy á enviar á un lego con una carta á Mántua.
Dios me dé valor, aunque ya le siento en mí. Adios, padre mio.
Casa de Capuleto.
CAPULETO, su MUJER, el AMA y CRIADOS.
(A un criado.) Convidarás á todos los que van en esta lista. Y tú buscarás veinte cocineros.
Los buscaré tales que se chupen el dedo.
¡Rara cualidad!
Nunca es bueno el cocinero que no sabe chuparse los dedos, ni traeré á nadie que no sepa.
Véte, que el tiempo apremia, y nada tenemos dispuesto. ¿Fué la niña á confesarse con Fray Lorenzo?
Sí.
Vedla, qué alegre viene del convento.
(A Julieta.) ¿Dónde has estado, terca?
En la confesion, donde me arrepentí de haberos desobedecido. Fray Lorenzo me manda que os pida perdon, postrada á vuestros piés. Así lo hago, y desde ahora prometo obedecer cuanto me mandáreis.
Id en busca de Páris, y que lo prevenga todo para la comida que ha de celebrarse mañana.
Ví á ese caballero en la celda de Fray Lorenzo, y le concedí cuanto podia concederle mi amor, sin agravio del decoro.
¡Cuánto me alegro! Levántate: has hecho bien en todo. Quiero hablar con el Conde. (A un criado.) Dile que venga. ¡Cuánto bien hace este fraile en la ciudad!
Ama, ven á mi cuarto, para que dispongamos juntas las galas de desposada.
No: eso debe hacerse el juéves: todavía hay tiempo.
No: ahora, ahora: mañana temprano á la iglesia.
Apenas nos queda tiempo. Es de noche.
Todo se hará, esposa mia. Ayuda á Julieta á vestirse. Yo no me acostaré, y por esta vez seré guardian de la casa. ¿Qué es eso? ¿Todos los criados han salido? Voy yo mismo en busca de Páris, para avisarle que mañana es la boda. Este cambio de voluntad me da fuerzas y mocedad nueva.
Habitación de Julieta.
JULIETA y su MADRE.
Sí, ama, sí: este traje está mejor, pero yo quisiera quedarme sola esta noche, para pedir á Dios en devotas oraciones que me ilumine y guie en estado tan lleno de peligros.
Bien trabajais. ¿Quereis que os ayude?
No, madre. Ya estarán escogidas las galas que he de vestirme mañana. Ahora quisiera que me dejaseis sola, y que el ama velase en vuestra compañía, porque es poco el tiempo, y falta mucho que disponer.
Buenas noches, hija. Vete á descansar, que falta te hace.
Casa de Capuleto.
La SEÑORA y el AMA.
Toma las llaves: tráeme más especias.
Ahora piden clavos y dátiles.
(Que entra.) Vamos, no os detengais, que ya ha sonado por segunda vez el canto del gallo. Ya tocan á maitines. Son las tres. Tú, Ángela, cuida de los pasteles, y no repareis en el gasto.
Idos adormir, señor impertinente. De seguro que por pasar la noche en vela, amaneceis enfermo mañana.
¡Qué bobería! Muchas noches he pasado en vela sin tanto motivo, y nunca he enfermado.
Sí: buen raton fuiste en otros tiempos. Ahora ya velo yo, para evitar tus veladas.
¡Ahora celos! ¿Qué traes, muchacho?
Véte corriendo: busca leña seca. Pedro te dirá dónde puedes encontrarla.
Yo la encontraré: no necesito molestar á Pedro.
Dice bien, á fe mia. ¡Es gracioso ese galopin! Por vida mia. Ya amanece. Pronto llegará Páris con música, según anunció. ¡Ahí está! Ama, mujer mia, venid aprisa! (Suena música.) (Al Ama.) Véte, despierta y viste á Julieta, mientras yo hablo con Páris. Y no te detengas mucho, que el novio llega. No te detengas.
Aposento de Julieta. Esta en el lecho.
EL AMA y la SEÑORA.
(Entrando.) ¿Por qué tal alboroto?
¡Dia aciago!
¿Qué sucede?
Ved, ved. ¡Aciago dia!
¡Dios mio, Dios mió! ¡Pobre niña! ¡Vida mia! Abre los ojos, ó déjame morir contigo. ¡Favor, favor!
¿No os da vergüenza? Ya debia de haber salido Julieta. Su novio la está esperando.
¡Si está muerta! ¡Aciago dia!
¡Aciago dia! ¡Muerta, muerta!
!Dejádmela ver! ¡Oh, Dios! qué espanto. ¡Helada su sangre, rígidos sus miembros! Huyó la rosa de sus labios. ¡Yace tronchada como la flor por prematura y repentina escarcha! ¡Hora infeliz!
¡Dia maldito!
La muerte que fiera la arrebató, traba mi lengua é impide mis palabras.
¿Cuándo puede ir la novia á la iglesia?
¡Yo que tanto deseaba ver este dia, y ahora es tal vista la que me ofrece!
¡Infeliz, maldito, aciago dia! ¡Hora la más terrible que en su dura peregrinacion ha visto el tiempo! ¡Una hija sola! ¡Una hija sola, y la muerte me la lleva! ¡Mi esperanza, mi consuelo, mi ventura!...
¡Dia aciago y horroroso, el más negro que he visto nunca! ¡El más horrendo que ha visto el mundo! ¡Aciago dia!
¡Y yo burlado, herido, descasado, atormentado! ¡Cómo te mofas de mí, cómo me conculcas á tus plantas, fiera muerte! ¡Ella, mi amor, mi vida, muerta ya!
¡Y yo despreciado, abatido, muerto! Tiempo cruel, ¿por qué viniste con pasos tan callados á turbar la alegría de nuestra fiesta? ¡Hija mia, que más que mi hija era mi alma! ¡Muerta, muerta, mi encanto, mi tesoro!
Callad, que no es la queja remedio del dolor. Antes vos y el cielo poseiais á esa doncella: ahora el cielo solo la posee, y en ello gana la doncella. No pudisteis arrancar vuestra parte á la muerte. El cielo guarda para siempre la suya. ¿No queríais verla honrada y ensalzada? ¿Pues á qué vuestro llanto, cuando Dios la ensalza y encumbra más allá del firmamento? No amais á vuestra hija tanto como la ama Dios. La mejor esposa no es la que más vive en el mundo, sino la que muere joven y recien casada. Detened vuestras lágrimas. Cubrid su cadáver de romero, y llevadla á la iglesia según costumbre, ataviada con sus mejores galas. La naturaleza nos obliga al dolor, pero la razón se rie.
Los preparativos de una fiesta se convierten en los de un entierro: nuestras alegres músicas en solemne doblar de campanas: el festin en comida funeral: los himnos en trenos: las flores en adornos de ataud... todo en su contrario.
Retiraos, señor, y vos, señora, y vos, conde Páris. Prepárense todos á enterrar este cadáver. Sin duda el cielo está enojado con vosotros. Ved si con paciencia y mansedumbre lograis desarmar su cólera.
Recojamos los instrumentos, y vámonos.
Recogedlos sí, buena gente. Ya veis que el caso no es para música.
Más alegre podia ser.
¿Y por qué «la paz del corazón?»
¡Oh, músicos! porque mi corazon está tañendo siempre «mi dolorido corazon.» Cantad una cancion alegre, para que yo me distraiga.
No es esta ocasión de canciones.
¿Y por qué no?
Claro que no.
Pues entonces yo os voy á dar de veras.
¿Qué nos darás?
No dinero ciertamente, pues soy un pobre lacayo, pero os daré que sentir.
¡Vaya con el lacayo!
Pues el cuchillo del lacayo os marcará cuatro puntos en la cara. ¿Venirme á mí con corchetes y bemoles? Yo os enseñaré la solfa.
Envainad la daga, y sacad á plaza vuestro ingenio.
Con mi ingenio más agudo que un puñal os traspasaré, y por ahora envaino la daga. Respondedme finalmente: «La música argentína» ¿y qué quiere decir «la música argentina?» ¿Por qué ha de ser argentina la música? ¿Qué dices á esto, Simón Bordón?
¡Toma! Porque el sonido de la plata es dulce.
Está bien, ¿y vos, Hugo Rabel, qué decis á esto?
Yo digo «música argentina», porque el son de la plata hace tañer á los músicos.
Tampoco está mal. ¿Y qué dices tú, Jaime Clavija?
Ciertamente que no sé qué decir.
Os pido que me perdonéis la pregunta. Verdad es que sois el cantor. Se dice «música argentina» porque á músicos de vuestra calaña nadie los paga con oro, cuando tocan.
Este hombre es un pícaro.
Así sea su fin. Vamos allá á aguardar la comitiva fúnebre, y luego á comer.