Rodrigo Ximenez (Retrato)
D. RODRIGO XIMENEZ.
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Este sabio Español, que con solo el nombre de D. Rodrigo el Arzobispo le celebra la historia, y le reconoce la nación, por el gran Prelado que honró y exaltó la Silla Primada de Toledo á principios del siglo trece, tuvo su nacimiento hácia los años 1180 en Puente de la Reyna Villa de Navarra, y por padres á Ximen Perez de Rada, y á Eva de Finojosa, ambos de noble linage. La primera educación christiana y literaria que recibió en su patria fué perfeccionada y realzada con los estudios de las facultades mayores en las Universidades de Bolonia y París, de donde se restituyó á España rico de todo género de doctrina, especialmente en las ciencias eclesiásticas, á que dedicó sus conatos y noble ambicion. Muy en breve la fama de su saber y la gravedad de sus costumbres le diéron crédito y autoridad bastante para acomodar las desavenencias entre lso Reyes D. Sancho de Navarra y D. Alfonso VIII de Castilla. Desde aquel punto parece que la Iglesia Española puso los ojos en su persona para pastor de la católica grey; ó dígase, que la necesidad le llamaba á donde le conducia su mérito. Del Obispado de Osma, en que sucedió á Diego de Acebes en 1207, fué promovido tres años después á la Silla Arzobispal de Toledo, de una edad que solo su sabiduría y virtud podian hacer madura y venerable. En los primeros años de su pontificado le hiciéron muy recomendable su prudencia, fortaleza y caridad. Su zelo del bien común le hizo mirar siempre con igual interés y anhelo el alivio de los pobres que la instrucción de los ricos, la exaltación de la Iglesia que la felicidad del Estado. A persuasion suya se fundó la Universidad de Palencia, que después fué trasladada á Salamanca: porque no hubo en su tiempo empresa importante, ya para fomentar la piedad y las letras, ya para dilatar con las armas los términos del Imperio Castellano contra los Sectarios de Mahoma, en que no tubiese parte D. Rodrigo, ó con su presencia, ó sus consejos. Al Rey D. Alfonso VIII ayudó en todos sus designios, sin desampararle en la memorable y gloriosa batalla de las Navas, en que triunfó el exército christiano del inmenso poder de la morisma.
Había fallecido en octubre de 1214 el Rey D. Alfonso VIII; y D. Rodrigo, como uno de los testamentarios, asistió para el gobierno del Reyno á Doña Leonor madre y tutora de D. Enrique en su menor edad: pero muerta la Reyna Madre de allí á pocos días, la nueva tutela de Doña Berenguela Reyna de León, y hermana de D. Enrique causó fuertes revueltas entre algunos Grandes, que apoderándose del joven Rey, gobernaron en su nombre con violencias y escándalos; en cuya pacificación trabajó con gran zelo el Arzobispo luego que volvió de su primer viage á Roma en 1216. Este viage lo habia emprendido el año anterior con motivo de asistir al IV Concilio General Lateranense, que presidió Inocencio III, según consta de la fe de varios monumentos, descubiertos modernamente en algunas bibliotecas y archivos que ha escudriñado é ilustrado la crítica de algunos sabios. En aquel Sínodo Ecuménico es donde se supone sostuvo la reñida disputa contra los Metropolitanos de Braga y Santiago sobre la primacía de las Españas; y donde pronunció una Oración latina, que para la común inteligencia traduxo el dia siguiente en Italiano, Tudesco, Inglés, Castellano y Vascongado.
El litigio sobre la primacía le obligó á hacer otros dos viages á Roma, el uno en 1218 y el otro en 1235. Como en el primero de estos viages el Papa Honorio III, halló en la persona de este Prelado mucho mas que la fama habia ponderado de él, elogia en la Bula que le expidió para Legado suyo de la Cruzada contra Moros, su prudencia su gran caudal de ciencia, circunspección, modestia, integridad, é ingenio. Por aquel mismo tiempo un autor patricio (D. Diego de Campos Canciller de Castilla en su libro Del Planeta) asegura que era tan docto este Prelado en todas las lenguas, que si quería podía reducir con la mayor propiedad los setenta idiomas á la lengua primitiva hebrea. Dilátase después en la relación de sus virtudes, así morales como christianas, y en la de sus vastos conocimientos en las ciencias y literatura, en que le representa como un Enciclopedista universal.
Con el mismo ardor y constancia con que sirvió al Rey D. Alfonso, asistió después al Santo Rey D. Fernando en sus jornadas contra los Sarracenos, hallándose revestido con el carácter de Legado à larere del Papa para promover la guerra sagrada en España; y concurrió también con el Santo Rey en la colocación de la primera piedra de la Iglesia Catedral de Toledo. Su infatigable zelo por el remedio de las necesidades de la Iglesia universal le llevó quarta vez fuera de España; pues en el Concilio General de León, presidido por Inocencio IV en 1245, asistió como Metropolitano, sin perder de vista el fuero de la primacia de su Silla contra las pretensiones de la de Tarragona sostenidas por los Aragoneses. Concluido aquel negocio, quando baxando embarcado por el Rhódano se restituía á su Iglesia, le acometió una enfermedad de la qual falleció en Francia en el año de 1247, habiendo dexado dispuesto que su cuerpo se trasladase á España, y sepultase en el Monasterio de Huerta de la Orden del Cister á la raya de Aragón.
De la vasta erudición histórica que poseia D. Rodrigo, y que acredita su lectura y diligencia en las antigüedades, queda MS el Breviario ó Compendio de la Iglesia Católica. Las demás obras que han logrado la luz publica son: Tratado de las cosas de España; La historia de los Romanos; La de los Ostrogodos; La de los Hunnos, Vándalos, Suevos, Alanos, y Silingos; La de los Árabes. De estas obras existen varios exemplares MSS, muy preciosos por su antigüedad, carácter, suntuosidad y buena conservación, en la Real Biblioteca del Escorial. Pero entre las varias ediciones que de ellas se han hecho merece todo aprecio la que compone el Tomo IV de los PP. Toletanos, que el público debe al zelo del Emo. Sr. Cardenal Lorenzana actual Arzobispo de Toledo. Para hacer mas general la lectura y provecho de los escritos de D. Rodrigo, compuestos todos en latín, los traduxo en idioma lemosino Pedro de Ribera de Perpejá ó Perpiñá en el año de 1266, en tiempo del Rey D. Jayme Primero de Aragon.