Revista del Jardín Zoológico de Buenos Ayres/Tomo I/Notas biológicas (III)
Bajo la fresca sombra de los seculares árboles del bosque misionero, y principalmente cerca de las corrientes de agua, viven los tapires.
Su número es considerable aún en las regiones desiertas y no deja de abundar tambien en los pocos puntos poblados.
La dispersion geográfica de este animal, en Sud-América, es una de las mayores, pues llega á abrazar todas las comarcas boscosas tropicales y subtropicales.
Para darse una idea de la importancia que tiene el Tapir, baste tener en cuenta que, á todas las tribus Indias de Sud América, que habitan las selvas, les proporciona, sin exageracion, un cuarto de la carne que consumen.
El Tapir vive generalmente aislado, prefiriendo los lugares más tupidos, y sólo se junta con la hembra durante la época del celo, pasada la cual se aparta.
Los tapires al nacer tienen un pelaje completamente distinto del de los padres; en vez de ser pardos, son overos, llenos de manchas redondeadas blancas, lo que les da un aspecto agradable. Las hembras paren de á uno por vez.
La alimentacion principal del Tapir consiste en hojas de arbustos y de tacuaras, tacuarembós, &, las que son sumamente apetecidas, lo mismo que los brotos terminales de los ejemplares jóvenes; además, comen tambien muchas plantas del bosque y las frutas que, maduras, caen de los árboles.
Las hojas de Tacuara y Tacuarembó son un excelente forraje para los caballos y mulas, á los que engorda mucho, siendo ya un artículo de pequeño comercio en Posadas y otros puntos, donde escasea la alfalfa.
Los tapires se bañan constantemente en los arroyos del interior, gustándoles además el revolcarse entre el barro como los chanchos; cuando en sus correrías llegan ó son obligados á llegar á algun gran rio, como el Alto Paraná, por ejemplo, se lanzan al agua y nadan vigorosamente, zambullendo á intervalos.
Como ya lo observó Azara, el silbido que emite el Tapir no corresponde al tamaño de su cuerpo; es un silbido triste, y que no llega á gran distancia, menos aún en el monte que, con su espesura, apaga todos los sonidos, de manera que no creo, como algunos otros observadores, que aquel sólo baste para la aproximacion de los dos sexos, durante la época del celo, sino que debe intervenir tambien otro factor, más eficaz, como por ejemplo algun olor especial que despida la hembra y que perciba desde lejos el macho, dada la delicadeza de su órgano olfactorio, como sucede en otros animales.
Tambien hay que tener en cuenta que los tapires, en el monte, abren verdaderas sendas ó trillos á los que dan en Misiones el nombre de carreros; estos son sus caminos constantes para dirigirse, ya sea á los arroyos, como tambien á los lambedores ó barreros y es seguro que, en esa época, se encuentren mejor siguiéndose el rastro ó dándose cita en estos últimos.
Los tapires son locos por la sal, y cargan siempre sobre los puntos en donde el suelo contiene alguna sustancia salina para lamerla, y á estos lugares dáse el nombre de barreros ó lambedores.
Para ir á lamer el barro de los barreros, esperan la noche, y allí se entretienen un gran rato.
Los habitantes de esas regiones aprovechan esta costumbre de los tapires para cazarlos, yendo de dia y tomando posiciones, antes que llegue la noche, á fin de que los animales no se aperciban de su presencia, puesto que, al menor ruido, inmediatamente disparan y se lanzan á la espesura.
De modo que lo mejor es subirse á un árbol próximo y esperarlos allí, á fin de matarlos cómodamente con arma de fuego.
Esta cacería en los barreros no deja de tener sus inconvenientes, porque no es raro encontrarse con otro cazador temible que suele tambien frecuentarlos, procurando Antas y Venados, los que, á su vez, gustan del barro salado; me refiero al Tigre.
Cuando los cazadores se hallan cerca de un barrero y quieren conservar en él una clientela constante, lo perfeccionan ó hacen otro con la siguiente receta: Orines estacionados, y Sal que amasan con tierra del barrero ú otra.
Algunos autores, y muchas personas, han puesto en duda que el Tigre cace á las Antas, porque dicen que una vez que el terrible carnicero salta sobre ellas, atropellan furiosas la espesura para obligar á que descienda, su incómodo ginete, con las ramas y demás enredos del monte, que le impiden sostenerse con sus contínuos golpes.
Esto podrá suceder, pero lo que tambien es cierto es que el Tigre, cuando puede, mata los Tapires y se los come como á cualquier otro animal; en Misiones me han referido varios montaraces y yerbateros haber encontrado en los barreros, y en otras partes, cadáveres de Antas comidos en parte por los Tigres, cuyo rastro es bien conocido para dar lugar á dudas.
El Tapir tiene en Misiones varios nombres, menos el que encabeza estas líneas.
Los blancos, en general, le llaman Anta, seguramente á causa de los muchos brasileros que allí hay; los correntinos y paraguayos lo llaman por su nombre guaraní Mborebí ó Mboré, como dicen los indios Guayanás.
Los Tupis del Iuitorocái, es decir, los Ingains, Kumbé güí ó sencillamente güí, nombre onomatópico seguramente del silbido que produce. Los Tupis Kaingángue de la Sierra de Misiones le llaman Oyúr ú Oyóro.
En cambio, los Caingüá de raza Guaraní pura le dicen Tapiich que creo haya sido el verdadero nombre en guaraní, de donde se originó despues la palabra Tapir, nombre que seguramente olvidaron con el tiempo los paraguayos y correntinos, para adoptar el actual de Mborebí que, lo mismo que es Guayaná, bien puede tambien ser de otra tribu.
Que se olvide ó se tergiverse un nombre no tiene nada de imposible, aunque parezca extraño, y en el Guaraní actual ha sucedido con otro de un modo mucho más curioso: me refiero al Tigre.
El verdadero nombre del Tigre, en Guaraní, es Yaguá, de donde ha derivado la actual palabra Yagüar ó Jagüar con que se conoce á nuestro carnicero en los textos de Zoología y libros que nos vienen de Europa.
Actualmente la palabra Yaguá significa Perro, y Yaguareté, es decir, cuerpo como perro, significa Tigre.
Esto tiene su explicacion: los primeros perros que trajeron los conquistadores deberían ser, en general, de raza fuerte, como los de cazar jabalíes, y los indios, al mirarlos, sin saber lo que eran, inmediatamente los compararon con el animal que más se les parecía, por le menos en el cuerpo, el Tigre, el único entre todos, y entonces llamaron á los perros Yaguareté, es decir, cuerpo como Tigre.
Poco á poco, los indios ya reducidos tuvieron menos ocasion de ver tigres que cuando hacían vida salvaje y en cambio se hallaron en trato más íntimo con los perros, que llegaron hasta poseer, y como Yaguareté era palabra larga, se fué abreviando hasta quedar reducida á Yaguá, que fué como concluyeron por llamarlos, dejando la palabra Yaguareté para nombrar á los Tigres.
Volvamos al Tapir. Su caza es una de las mas interesantes y emocionantes del bosque misionero, y más de un expedicionario y obrajero se han salvado gracias á la carne de este impagable paquidermo. En algunos lugares que eran recorridos por la primera vez, la gente no ha comido, durante mucho tiempo, sinó carne de Anta, que cazaban casi diariamente, á veces hasta de á dos individuos, de manera que, al fin del viaje, podían sumar un número de víctimas que pasaba de cincuenta y hasta de sesenta. La caza en el bosque ofrece sus dificultades y sólo puede llevarse á cabo con un factor principal, que es un buen perro; sin él no hay caza posible.
Los perros ya acostumbrados, al ser largados por sus dueños, se lanzan en pleno monte á buscar un rastro, siguiéndolo una vez que lo encuentran, y ladrando á intérvalos para guiar así á los cazadores, que deben continuar su marcha detrás de ellos.
Esta marcha en el bosque, siguiendo la corrida de los perros [1], es terrible, puesto que hay que ir casi atropellando la espesura, ayudándose con el machete que funciona sin descanso, haciendo volar una cantidad de hojas y pequeños tallos de plantas que se oponen á su paso. Una vez que los perros dan con el animal, al que obligan á parar, cambian de ladrido, como para indicar que ya lo tienen, y á esto llaman los cazadores acuar; entonces éstos apuran la marcha, hasta que llegan para darle muerte.
Todos los cazadores en Misiones están contestes en que el Anta parada, es un animal imponente, no sólo por su tamaño, sinó tambien por el aspecto que presenta, pues en estas condiciones acostumbra golpear el suelo con las patas anteriores y si alguien se acerca mucho, ya sea persona ó perro, lo derriba, y pisándolo fuertemente, lo muerde sin aflojar las patas, tirando para arriba, de manera que desgarra; asi no es raro que más de un perro pague con la vida su imprudencia y otros salgan con la mitad del cuero arrancada.
Este género de caza se practica tierra adentro. Cerca de la costa ya cambia de especie: los perros son largados al monte en las mismas condiciones de la caza anterior, y si son vaqueanos, no se internan mucho, de modo que las Antas, que se ven perseguidas, corren por instinto á lanzarse al rio en donde son esperadas por los cazadores que tripulan una ó mas canoas.
El golpe del Anta, al azotarse al agua, les indica el punto á donde deben dirigirse para empezar la persecucion.
El Anta es muy nadadora, y zambulle con mucha facilidad, de modo que la gente debe ser muy vaqueana para seguirla y tratar de arrimársele lo mas posible, á fin de clavarle la fija [2], por medio de la cual la acercan á la canoa para matarla á cuchillo, bala, etc.
Si el Anta no se clava con la fija, que permite tenerla suspendida en el agua, al ser muerta, se vá al fondo inmediatamente para volver á boyar recien al otro dia ya descompuesta, por eso es que nunca le tiran con bala, desde lejos, á no ser que se halle sobre la costa, ó en algún desplayado, de donde puedan extraerla despues fácilmente.
Los indios Caingüá cazan el Tapiro con cimbras de lazo que colocan en el carrero del animal.
Estas cimbras obedecen al principio de que los palos arqueados, una vez libres, vuelven á su posicion primitiva de un modo violento, y se hallan arregladas de manera que, pisando el animal, hace funcionar un aparato de escape que pone en juego la cimbra, enlazando generalmente de una de las manos al Anta, que queda parada sólo en tres pies, no pudiendo asi hacer mucha fuerza ni zafarse.
Los lazos de estas cimbras son hechos de la cáscara de las raíces aéreas del Güaimbé (Philodendron) y poseen una gran resistencia.
Otros indios hacen, en vez de cimbras, pozos cubiertos con ramas, etc., como trampas, alrededor de los barreros, para que las Antas, al venir á lamer el barro, caigan dentro de ellos, en donde son despues ultimadas. Otros tambien las rastrean entre el monte, con, ó sin perros, y asi las matan.
Entre los Caingüás, la muerte de un Anta es festejada hasta con bailes nocturnos que dá el feliz cazador, quien convida á todos los indios vecinos, los que participan de su carne, no sólo alli, sinó que tambien llevan parte para sus familias, si éstas no han asistido á la fiesta.
Para comer su carne emplean varios modos de asarla, siempre con cuero: unos la asan al aire libre sobre un buen monton de brasas, otros, en vez, la colocan sobre un pequeño zarzo de cincuenta centímetros de alto, con un gran fuego debajo, mientras que algunos, sobre todo los tupís kaingángue, la preparan del siguiente modo: cavan un pozo en el que hacen un gran fuego, colocando tambien piedras que calientan al rojo blanco; cuando este pozo está bien caliente, retiran el fuego, lo forran con hojas, colocando sobre éstas la carne con cuero, alternada con las piedras calientes. Luego echan más hojas y enseguida tapan el todo con tierra, allí la dejan varias horas, pasadas las cuales retiran la carne que se halla á punto de comerse y de un sabor delicioso segun ellos.
Este sistema es el preferido, y lo adoptan tambien los yerbateros y montaraces cuando tienen tiempo; pero, en caso contrario, asan la carne en los zarzos para comerla y poder conservar el resto por unos dias; tambien suelen charquearla;—este charqui, siendo gordo, y cuando no ha sido muy salado, se pone pronto rancio.
La carne de los individuos jóvenes, asada, es muy sabrosa, y de ello puedo dar fé, pues más de una vez me he regalado durante mis expediciones, con ella, la que venia á hacer un paréntesis agradable de carne fresca al eterno y fastidioso charqui de vaca que hay que llevar, y que forma la base de la alimentacion animal por aquellas alturas.
El cuero de las Antas es bastante apreciado, entre los paisanos, para fabricar riendas, rebenques, etc.; como es muy grueso, no tienen mas que doblarlo para que las riendas presenten un aspecto cilíndrico muy bonito. Además, no hay para qué decir que son en extremo resistentes.
El cuero de este animal juega tambien un gran papel en la supersticion, pues los que, en sus trabajos, necesitan alzar pesos al hombro, lo usan para hacer las alzas, pues dicen que, como el Anta es animal de mucha fuerza, el cuero les comunica parte de ella.
El mismo criterio que aplican al cuero de Anta lo aplican tambien á otras partes de otros animales, cada cual con sus propiedades y cualidades.
La pezuña del Tapir es tambien usada en la medicina popular, ya sea como fetiche, sobretodo para las criaturas á quienes se la cuelgan al cuello para que tengan facilidad en la denticion, ya tomada por boca, despues de reducida á polvo, para evitar las hemorragias en las mujeres.
La grasa tambien goza de gran fama por sus virtudes curativas, sobretodo, como madurativo de «postemas» internas, nombre bizarro que aplican á cualquier dolor interno, desde la simple neuralgia hasta la puntada de costado que se siente en las pulmonias ó pleuresías; para todo esto, según ellos, las fricaciones de grasa de Anta son eficacísimas.
En cuanto á la domesticidad, está probado que los Tapires son muy susceptibles de ella. No hay mas que ver los ejemplares del Jardin Zoológico, cuya mansedumbre no puede ser mayor; se acercan á las personas que se aproximan á su instalacion, las olfatean con su trompa movible, reciben con gusto cualquier golosina que les dan, se dejan acariciar y sobre todo rascar el lomo, á lo que son sumamente aficionados; pero, por lo que son locos, es por la sal.
Con sal no sólo se domestican fácilmente los Tapires sinó tambien otros muchos paquidermos y rumiantes; por medio de ella puede tenerse á este animal en completa libertad: saldrá, irá al arroyo mas próximo á bañarse, andará por el monte cercano, pero infaliblemente volverá á la casa de sus dueños, si estos le dan de cuando en cuando un poco de sal.
He conocido al Señor don Francisco Lopez, vecino del Paraguay, que me ha referido haber criado un Anta desde pequeña y á la que había acostumbrado á tirar al pecho un carrito con un barril que les servía para llevar agua desde un manantial próximo á su casa, y como ésta se hallaba en una pequeña altura, el Anta tenía que hacer mucha fuerza para tirar el barril, cuesta arriba, lo que llevaba á cabo, al parecer sin mucho esfuerzo; pero era necesario que él fuera adelante caminando, para que el Anta lo siguiese y tirase.
Hallándome en Misiones, sobre la costa del Río Alto Uruguay, cerca del Salto de Moconá, tuve noticias de que allí en frente, en la costa brasilera de la Provincia de Río Grande del Sur, en un lugar llamado Parí, se acababa de matar un Tigre negro.
Este suceso era el plat du jour en las conversaciones de aquella gente, cazadores de Tigres, en su mayor parte, y que comentaban de mil modos ese hecho tan singular y curioso por allí.
Tenía conocimiento de la existencia del Tigre negro, al que he tomado hasta hace poco como un caso de melanismo del Tigre comin (Felis Onca) pero como nunca había visto ni siquiera un cuero de este animal, mi curiosidad se excitó y traté de ver el cuero, lo que despues conseguí, pues me fué regalado por la persona á quien lo remitieron, don Juan Calvo, vecino de San Javier, Aprovecho esta oportunidad para agradecerle una vez más su fino obsequio.
Traté tambien de conseguir el esqueleto, pero desgraciadamente, en esas alturas, en las que á menudo escasea la carne fresca, las gentes comen todo animal que cazan y sobre todo los mamíferos, sin respetar al mismo Tigre, cuya carne, parecida á la del cerdo, mucho aprecian; de modo que ni el cráneo se salvó. Los pocos sesos que contiene fueron tambien comidos y para esto tuvieron que partirlo con el hacha, y los caninos fueron repartidos entre los cazadores para llevar de curiosidad ó regalar á alguna comadre de esas que creen que son muy eficaces para provocar la denticion de las criaturas.
La caza del animal que me ocupa había sido muy curiosa y peligrosa. Los perros lo descubrieron trepado sobre un árbol, y como ladraran á su pié, los cazadores escudriñaron un buen rato con la vista hasta dar con la masa negra del Tigre, que vieron asombrados, sin darse cuenta al principio de lo que era.
Un balazo mal dirigido lo hirió, y el felino se largó al suelo, atropellándolos como un rayo.
Felizmente los perros lo acosaron y en eso estribó su salvacion; el Tigre se entretuvo en matar algunos, lo que aprovecharon los cazadores para ultimarlo á balazos. Referían aquellos que nunca habían visto bicho mais ferois; el epílogo ya sabemos cual fué: una lágrima sobre los cuerpos de los perros que quedaron tirados allí, y la olla y el asador que se encargaron de preparar la vianda felina.
Leyendo un libro del señor Emmanuel Liais, Climats, Geologie, Faune et Geographie Botanique du Brésil, en la página 455 encontré la descripcion de este carnicero y las razones que han inducido al autor para fundar una especie nueva, con el nombre que encabeza estas líneas, razones y descripcion que están contestes con la comparacion que he hecho del cuero que poseo, y que creo muy razonables.
Las medidas de este animal son, en general, 1 60 de largo, desde la punta del hocico á la raíz de la cola; esta última tiene 0.60 de largo.
Las medidas que publiqué en mi primer Viaje á Misiones pertenecen á un animal más grande, cuyo cuero había sido estaqueado, de modo que medí 1.87 de largo y 0.83 para la cola.
El color general es de un negro lustroso, con una mancha gris-rojiza en la parte posterior de cada miembro anterior, en la axila, diríamos.
En el vientre tiene algunos pelos blanquizcos, mucho más largos que los demás y más rígidos, diseminados.
Estos pelos no se hallan en el otro Tigre comun, y según el señor Liais, constituyen una particularidad notable de esta especie, que no puede atribuirse al melanismo.
Estos pelos no abundantes, raleados, y separados unos de otros por una distancia de 5 á 6 milímetros, dan al vientre un tinte ligeramente más claro que el dorso, pero el fondo es siempre de un color negro brillante, distinguiéndose las manchas más negras aún, ló que, por efecto de contraste, lo hace aparecer negro rojizo.
Este tinte rojizo es debido á que los pelos del fondo del pelaje tienen, en algunas partes, sus puntas de un color negro parduzco, mientras que los pelos de las manchas son, en toda su longitud, uniformemente negros.
La disposicion de las manchas en este animal es la misma que tienen en los demás tigres, más ó menos, es decir: en la línea dorsal, en los miembros, cabeza y parte inferior se hallan manchas completas, mientras que en los costados, como sucede en los otros, tienen formas circulares, ó, mejor, anulares, es decir, rosetas con el centro libre, colocadas perpendicularmente desde el lomo al vientre en número variable de 5 y 6 en cada una, y que desaparecen cerca del origen de la cola; ésta es de color negro uniforme y el mechon terminal es más pequeño que el de los otros tigres.
Las orejas son completamente negras sin mancha alguna y sin pelos blancos en su borde interno como en el Tigre común; por el contrario, se hallan orladas por un pelo espeso de un negro profundo.
Las manchas grises que se hallan detrás de los miembros y los descritos ya, pertenecen al fondo y circumscriben las manchas negras que tienen dimensiones mayores que las de los otros Tigres; lo mismo sucede con las rosetas, cuyas orlas son más anchas.
Según el señor Liais, la existencia de estas dos clases de pelo, en el vientre, los caninos más largos relativamente á los de los otros Tigres y el ser animal más sanguinario, que segun él mata no para comer sino para chupar la sangre de las víctimas, y su corage, pues no huye del hombre, sino que lo atropella, á lo que yo debo agregar su relativa abundancia, puesto que, por Misiones, ya se han visto algunos, como por ejemplo, en las Campiñas de Américo, y el perfecto conocimiento que de él tienen todos los indios, son razones suficientes para creer que no se trate de un caso de melanismo, sino más bien de una especie propia.
El nombre que los indios [3] del Brasil dan á este Tigre, es el de Yaguá-tyryc, es decir, Tigre que es necesario evitar, y Yaguá tyrica es igual á Tigre del que es necesario huir; con ésto se da una idea de su ferocidad.
Los indios de Misiones llaman al Tigre negro con distintos nombres según la tribu á que pertenecen: así los Ingain le dicen Kuchí Kudáu, los Kaingángues: Ming shá, los Guaraníes: Yaguaretehú.
Este tigre debe haber tenido una distribucion geográfica vasta en nuestra República, quizás accidental, y de ésto da fé una antigua leyenda que existe entre los paisanos de Gualeguay, al Sur de la Provincia de Entre Ríos, sobre este animal.
Cuentan los viejos que, sobre la costa del Río Gualeguay, vivía un hombre muy bueno [4]. Cierta noche fué avanzado por una partida de malhechores que, sin piedad, lo asesinaron para robarlo. Poco tiempo despues, de entre los pajonales del Río, un enorme Tigre negro salió al encuentro de uno de los malhechores, que iba acompañado de otros vecinos, y, dirigiéndose hacia él lo mató de un zarpazo, sin herir á los otros.
Este tigre negro, con el tiempo, concluyó por matar á todos los asesinos del finado, entresacándolos siempre de entre muchas otras personas, sin equivocarse, lo que dió márgen á que se creyera que el Tigre negro no era sino la primera víctima, que así se transformó para vengarse de ellos.
Esta sencilla leyenda, que rueda de fogon en fogon, con su fondo moral, ¿no será la constatacion de la existencia de este terrible carnicero en los inmensos pajonales del Río Gualeguay, en otra época?
- ↑ Corrida llámase al ladrido de los perros que van corriendo una pieza ó siguiendo un rastro.
- ↑ Fija es una especie de arpon que hacen de fierro sujeto á un palo largo y que clavan en los animales sin dejarlo escapar de la mano.
- ↑ Se refiere á los Tupis que no son sino lo que nosotros llamamos Guaraníes, raza indígena que allí predomina.
- ↑ Debo esta leyenda á mi distinguido amigo el doctor Carmelo Crespo.