Relación de un viaje al Río de la Plata/Capítulo 2
Descripción de Buenos Aires
Antes de decir algo acerca de mi viaje al Perú, quiero dejar constancia de las cosas más notables que observé en Buenos Aires mientras permanecí allí. El aire es bastante templado, muy semejante al de Andalucía, aunque no tan cálido; las lluvias caen casi con tanta frecuencia en verano como en invierno y la lluvia que cae en tiempo bochornoso produce diversas clases de sapos, animales que son muy comunes en estas regiones, pero no son venenosos.
El pueblo está situado sobre un terreno elevado, a orillas del Río de la Plata, a tiro de mosquete del canal, en un ángulo de tierra formado por un riacho, llamado Riachuelo, el cual desemboca en el río, a un cuarto de legua de la ciudad: esta comprende cuatrocientas casas, no tiene empalizada, ni muralla, ni foso, y nada la defiende sino un fortín de tierra, circundado por un foso, que domina el río, y tiene diez cañones de hierro, el mayor de los cuales es de a doce. Allí reside el Gobernador, que no tiene sino ciento cincuenta hombres de guarnición, los cuales están formados en tres compañías comandadas por tres capitanes, a los que nombra a voluntad; y efectivamente los cambia con tanta frecuencia que difícilmente hay un ciudadano rico que no haya sido capitán. Estas compañías no están siempre completas, porque los soldados son atraídos por la baratura de la vida en esas regiones y desertan frecuentemente, a pesar de los empeños en mantenerlos en el servicio por medio de una abundante paga, que es de cuatro reales diarios, que equivalen a un chelín y seis peniques ingleses, y un pan que es cuanto puede comer un hombre. Mas el Gobernador mantiene para su servicio ordinario, en una llanura inmediata, mil doscientos caballos mansos, para montar en caso de necesidad a los habitantes de la plaza y formar un pequeño cuerpo de caballería. Además de este fuerte, hay un pequeño bastión en la desembocadura del riacho, donde mantienen una guardia; no hay sino dos cañones de hierro montados, de a tres. Este domina el lugar donde atracan las barcas para desembarcar las mercaderías o cargarlas, estando sujetas a la visita de los oficiales del bastión mientras cargan y descargan.
Las casas del pueblo están hechas de barro, porque hay poca piedra en todas estas regiones hasta el Perú; están techadas con paja y cañas y no tienen pisos altos; todas las habitaciones son de un sólo piso y muy espaciosas; tienen grandes patios y detrás de las casas amplias huertas, llenas de naranjos, limoneros, higueras, manzanos, perales y otros frutales, con abundancia de hortalizas, zapallos, cebollas, ajo, lechuga, alberjas y habas; y especialmente sus melones son excelentes, pues la tierra es muy fértil y buena. Viven muy cómodamente y a excepción del vino, que es algo caro, tienen en abundancia toda clase de vituallas, como ser carne de vaca y ternera, de carnero y venado, liebres, conejos, gallinas, patos, gansos silvestres, perdices, palomas, tortugas y toda clase de aves silvestres, y tan baratas que se pueden comprar perdices a un penique la pieza y el resto en proporción. Asimismo abundan los avestruces, que andan en tropillas como el ganado y aunque su carne es buena, sin embargo nadie la come sino los salvajes. Hacen sombrillas con sus plumas, las cuales son muy cómodas para el sol. Sus huevos son buenos y todos los comen, aunque dicen que son de difícil digestión. Observé en estos animales una cosa muy notable y es que mientras las hembras están echadas sobre los huevos, tienen un instinto que les hace prever por la mantención de los polluelos: así, cinco o seis días antes de que salgan del cascarón, colocan un huevo en cada uno de los ángulos del lugar donde están y luego los rompen, de modo que cuando se pudren se crían gusanos y moscas en número prodigioso, los cuales sirven para alimentar a los pichones de avestruz desde el momento que nacen hasta que son capaces de ir más lejos en busca de alimento.
Las casas de los habitantes de la clase elevada están adornadas con colgaduras, cuadros y otros ornamentos y muebles decorosos, y todos aquellos que tienen un pasar tolerable son servidos en vajilla de plata y tienen muchos sirvientes, negros, mulatos, mestizos, indios, cafres o zambos, los cuales son todos esclavos. Los negros provienen de la Guinea; los mulatos son hijos de un español con una negra; los mestizos son nacidos de un español y una india; los zambos de un indio y una mestiza: todos se pueden distinguir por su color y sus cabellos. Emplean a estos esclavos en sus casas o para cultivar sus campos, porque tienen grandes estancias, abundantemente sembradas con granos, como ser trigo, cebada y mijo o para cuidar sus caballos y mulas, que no se alimentan sino de pasto durante todo el año; o para matar toros salvajes; o, en fin, para hacer cualquier otra clase de trabajo.
Toda la riqueza de estos habitantes consiste en ganados, que se multiplican tan prodigiosamente en esta provincia que las llanuras están casi totalmente cubiertas de ellos, particularmente toros, vacas, ovejas, caballos, yeguas, mulas, asnos, cerdos, venados y otros, de tal manera que si no fuera por el vasto número de perros que devoran los terneros y otros animales jóvenes, devastarían el país. Sacan tanto provecho de las pieles y cueros de estos animales, que un solo ejemplo será suficiente para demostrar hasta que punto podría ser aumentado en buenas manos. Los veintidós buques holandeses que encontramos en Buenos Aires, estaban cargados cada uno con 13 o 14.000 cueros de toro, cuando menos, cuyo valor asciende a 300.000 livers o sean 33.500 libras esterlinas, comprados como lo fueron por los holandeses a siete u ocho reales cada uno, esto es, menos de una corona inglesa, y vueltos a vender en Europa por veinticinco chelines ingleses al menos.
Cuando expresé mi asombro a la vista de tan infinito número de cabezas de ganado, me contaron la estratagema de que se valen a veces, cuando temen el desembarco de algún enemigo, y que es cosa de maravillarse mucho; consiste en lo siguiente: arrean tal rebaño de toros, vacas, caballos y otros animales hasta la playa, que resulta completamente imposible a cierto número de hombres, aunque no tengan miedo de la furia de dichos animales, abrirse paso a través de tan inmensa tropa de bestias. Los primeros habitantes de esta plaza pusieron cada uno su marca sobre los animales que pudieron atrapar y los metieron dentro de sus cercados, pero se multiplicaron tan pronto que se vieron obligados a soltarlos, y ahora van y los matan a medida que los necesitan o tienen ocasión de vender cueros en una cantidad notable. En la actualidad sólo marcan aquellos caballos y mulas que atrapan para domar y amaestrar, para servirse de ellos. Algunas personas hacen un gran negocio enviándolos al Perú, donde producen cincuenta patacones o sean 11 libras, 13 chelines y 4 peniques la yunta. La mayor parte de los vendedores de ganados son muy ricos, pero de todos los comerciantes, los de mayor importancia son los que comercian con mercaderías europeas, muchos de los cuales tienen fama de poseer de doscientas a trescientas mil coronas, o sean 67.000 libras esterlinas. De modo que un comerciante que no tenga bienes por más de quince o veinte mil coronas es considerado como un mero vendedor al menudeo. De estos últimos hay cerca de doscientas familias en el pueblo, lo que hacen quinientos hombres de armas llevar, además de sus esclavos, que son tres veces en número, aunque no se les cuenta para la defensa, porque no se les permite llevar armas.
De esta suerte, los españoles, los portugueses y sus hijos (entre los cuales los nacidos en el país son llamados criollos, para distinguirlos de los nativos de España) y algunos mestizos, forman la milicia, que, con los soldados de la guarnición, componen un cuerpo de más de seiscientos hombres, como los computé en varias revistas, porque tres veces al año, en días festivos, desfilan a caballo en las inmediaciones de la ciudad. Observé que había entre ellos muchos viejos que no llevaban armas de fuego, sino una espada pendiente al costado, una lanza en la mano y una rodela sobre el hombro. También la mayor parte de ellos son casados y padres de familia y en consecuencia no tienen mucho estómago para los combates. Les gusta su tranquilidad y el placer y son enteramente devotos de Venus. Confieso que en cierta medida son disculpables en este punto, porque la mayor parte de las mujeres son extremadamente hermosas, bien formadas y blancas, y con todo tan fieles a sus maridos, que ninguna tentación puede inducirlas a aflojar el nudo sagrado, pero también si los maridos transgreden, a menudo son castigados con el veneno o el puñal. Las mujeres son más en número que los hombres. Además de los españoles hay unos pocos franceses, holandeses y genoveses, pero todos pasan por españoles; de otro modo no podrían residir aquí, especialmente aquellos que difieren en su religión de la Católica Romana, porque aquí está establecida la Inquisición.
La renta del Obispado alcanza a tres mil patacones por año o sean 700 libras esterlinas. Su diócesis comprende este pueblo y Santa Fe, con las estancias pertenecientes a ambos. Ocho o diez sacerdotes ofician en la Catedral, que está hecha de barro, lo mismo que las casas. Los jesuitas tienen un colegio; los dominicos, los recoletos y los religiosos de la Merced, tienen cada uno un convento. También hay un hospital, pero hay tan pocos pobres en estos países, que sirve de poco.