Recuerdo del tiempo viejo

Poesías sueltas de José Zorrilla
Recuerdo del tiempo viejo

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I. editar

Yo soy viejo y ya no valgo
lo que han dicho que valía;
ya en mi voz no hay melodía,
no hay aliento en mi pulmón;
mas voy a deciros algo
que en el tiempo viejo he dicho,
ya que aún hoy dura el capricho
de aplaudir mi exhibición.

Pero como ya no escribo
versos, y hablaros en prosa
tengo por indigna cosa
de vosotros y de mí,
voy, pues del pasado vivo,
de lo pasado a ampararme:
olvidad al escucharme
lo que soy por lo que fuí.


Sé que os ha dicho que un día
cuentos y cantares hice
con que al pueblo satisfice
que entonces los escuchó:
hoy, falta mi poesía
de encantos con que os hechice,
os diré lo que se dice
que en aquel tiempo hice yo.

Coronándome de flores,
de mi hogar me salí un día,
con mi hispana pes
por herencia y por blasón:
lancé al viento tentadores
de pasión y fe cantares…,
y hoy me honra en vuestros hogares
que aún os plazca oír su son.

Inconstancia, sinsabores
me llevaron a otros climas,
y a otros pueblos fuí mis rimas
a llevar a otra región;
mas doquier que hallé rencores
contra España en tierra extraña,
dejé en prez y en pro de España
una flor o una canción.

Yo tomé mi gaya ciencia
como prenda de ventura,
de amistad y paz futura
con el mundo universal;
y fiado en mi conciencia,
hice un nudo en cada verso
que un país del universo
ligó a mi tierra natal.

Por doquier que errar me hicieron
mi inconstancia o mis pesares,
fuí leyendas y cantares
derramando en español;
y doquiera comprendieron
que mi fe y mis poesías,
hijas ya de nuevos días,
anunciaban nuevo sol.

He aquí en lo que he gastado
mis alientos juveniles,
mientras era en sus abriles
mi estro pródigo y gentil;
e iba entonces descuidado,
bardo errante y vagabundo,
alegrando al viejo mundo
con mi aliento juvenil.

II. SALMODIA editar

Mi voz era entonces armónica y suave:
tenía los tonos del canto del ave,
del río y las auras el son musical;
no había en el viento, ni agudo ni grave,
sonido ni acento fugaz de su clave;
ni un ruido nocturno, ni un son matinal.
Había algo en ella de todos los ecos
que nutren de aire los cóncavos huecos,
y nacen y expiran en él sin cesar;
murmullo de arroyo que va entre espadañas,
de ráfaga errante que zumba entre cañas,
de espuma flotante que hierve en el mar:
sentido lamento de tórtola viuda,
rumor soñoliento de lluvia menuda,
de seca hojarasca de viejo encinar;
de gota que en gruta filtrada gotea,
de esquila del alba de gárrula aldea,
de oculto rebaño que marcha en tropel,
de arrullo de amante perdida paloma,
de brisa sonante cargada de aroma,
de abeja brillante cargada de miel.

Todo esto tenía: flexible, sonora,
mi voz a su antojo podía imitar
cuanto eco que bulle, que canta o que llora,
encierran los bosques, el viento y el mar.

Y el eco, que oía
mi voz, la seguía:
y, mansa o bravía,
mi voz repetía
contento y locuaz;
y al punto que unía
su voz con la mía,
veloz la extendía
del viento en el haz;
y el eco
en su hueco
vagaba,
corría,
temblaba,
bullía,
vibraba,
latía,
ondulaba,
crecía
y luchaba
con brava
porfía
tenaz;
mas débil
cedía,
y flébil
gemía,
y huía;
y allá en lejanía
le oía,
que lento,
de acento
incapaz,
se ahogaba…
se hundía…
y al fin se perdía,
y en la aura vacía
moría fugaz.

III. editar

Mi voz era entonces conjuro de encanto,
misterio imposible tal vez de sondar,
un canto en sus cuentos y un cuento en su canto;
cantaba y contaba flexible a la par.
Dos corzas que siguen idéntica senda,
dos garzas que llevan un viento al volar,
dos flores que aroman la misma vivienda,
dos bracas que llevan un rumbo en el mar;
eso eran entonces el canto y el cuento
que al par producía mi voz con su aliento:
y siempre en su cuento se oía su canto,
y siempre del canto y el cuento algún tanto
tenían a un tiempo leyenda y cantar:
y siempre de un cuento su canto era prenda,
y siempre su canto paraba en leyenda,
y siempre su cuento paraba en cantar.

Tal vez no se entienda:
tal vez ni un ejemplo lo pueda explicar.

Un ruido de remos pacífico y vago
de braca que boga de noche en un lago,
inspira a quien oye, sin ver el batel,
el germen de un cuento: leyenda ilusoria
que forja el que escucha. ¿Quién sabe? La historia
de dama que aguarda su amante doncel:
y cree del que boga sentir en el viento
la voz que se ahoga lejana, con lento
murmullo vibrando del lago al lindel;
y cree a los reflejos del agua que brilla
mirar a lo lejos bogar la barquilla,
la franja de sombra rasando en la orilla
que en ella dibuja boscoso el vergel:
y cree de la torre sentir el rastrillo,
y ver a la dama salir del castillo,
cruzar el desierto sendero del huerto,
salvarle, y abierto dejar el cancel:
llegar a la orilla, y enviar a la opuesta
del breve estribillo la voz repetida
por él en el mote del cántico puesta;
señal convenida con que ella contesta,
pregunta y respuesta que, dada y pedida,
en ida y venida se dan ella y él.

Y el son de los remos, el único germen
del cuento en que hacían tan lindo papel
la braca que hendía las aguas que duermen,
la trova, el castillo, la dama, el doncel…
tal vez se me antoja que fué alguna hoja
que en la agua tranquila cayó de un laurel;
y en ella el que oía forjó aquella historia,
quimérica, vaga, fugaz, transitoria,
como esa voz llena de fe y poesía
que un día cantaba y contaba en la mía,
y que hoy aún me halaga con una memoria
que deja una estela de luz y de miel.

Mi voz era entonces todo eso: conjunto
de voz con palabras y música al par,
tenía la historia y el cántico a punto,
y al par mi voz era leyenda y cantar.

Y el eco, que oía
mi voz, la seguía:
y al punto que unía
su voz con la mía,
veloz la extendía
del viento en el haz;
y el eco
en su hueco
vagaba,
corría,
temblaba,
bullía,
vibraba,
latía,
ondulaba,
crecía
y luchaba
con brava
porfía
tenaz;
mas débil
cedía,
y flébil
gemía,
y huía,
y allá en lejanía
le oía
que lento,
de acento
incapaz,
se ahogaba…
se hundía…
y al fin se perdía,
y en la aura vacía
moría fugaz.

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IV. editar

Y un día a mi pueblo tenía yo atento,
al cual le decía mi armónico acento:
«Acércate, escucha: yo tengo en mi ser
la esencia del canto y el germen del cuento:
con ellos, del alma las penas ahuyento:
mi voz es la fuente que mana el placer.

Yo soy todo flores, luz, fe, poesía:
mis versos exhalan a sándalo olor:
mis cántigas tienen viviente armonía,
y tienen mis versos a besos sabor.
Mi vida no tiene ni noche ni día:
mi vida es un cuento de un sueño de amor;
en mí todo es vago: todo es en mí incierto:
no tengo en mis pasos fanal conductor:
el mundo a mi marcha doquier está abierto;
no tengo ni sino, ni horóscopo cierto:
no tengo camino que juzgue mejor.

Yo voy por los mares sin rumbo ni puerto:
yo voy por el viento detrás del condor:
yo voy por la tierra con la agua del río:
de mas, tierra y vientos, el ámbito es mío:
de nadie soy siervo, de nadie señor.

Yo soy el poeta, que va en el desierto
cantando la gloria del Dios Creador,
cual átomo errante del grande concierto
que elevan los mundos al Sumo Hacedor;
y si hablo, a mis frases responde el vacío:
si gimo, me hace ecos el viento bravío;
si canto, me presta la alondra su pío:
si trino, gorjeos me hace el ruiseñor.»

Y hace coro a la voz mía
la viviente salmodía
que del mundo a Dios envía
la armonía universal:
aquí el rumor delas hojas,
allí el son del manantial;
aquí el niño a quien arrulla
de su nodriza el cantar:
allí la ronca tormenta
que revienta el huracán:
acá el colibrí que zumba
en derredor de un rosal.
allá el muezzín que murmura
una sura del Korán:
allá lejana campana
de cristiana catedral:
allí la audaz gritería
de insurrección popular;
allá arrullo de palomas;
allí el fragor de un volcán;
allí la trompa de guerra,
un mandolín más allá:
aquí el brindis de la boda,
allí un salmo funeral…
todo el rumor de la tierra;
más lejos… el de la mar…;
más lejos… los ruidos vagos
del aire en la inmensidad:
una aura que en él suspira…
un eco que en él expira…
un átomo que en él gira…
un vagido…, un son fugaz
que en él vaga,
que vacila,
que se apaga,
que titila,
que se queja,
que se aleja,
que se va;
que perdido
ya no da
son ni ruido…
¡Se
fué
ya!