Recordación Florida/Parte I Libro I Capítulo V

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


CAPÍTULO V.

Del principio que tuvo la idolatria entre los indios de este reino de Goathemala, y los sacrificios y ritos de que usaban.

Hasta el presente siglo ruedan atropadas catervas de idolillos, y muchos, también de mayor talla, que se encuentran á cada paso por todas las tierras cultivadas; unos que se tallaron en piedra, y otros que se forjaron de barro cocido, que apuestan resistencias á los guijarros más firmes. Representan varias y monstruosas figuras de las de el hombre, mujer, culebra, tigre y otras bestiales tallas, iguales á las referidas, que no podemos averiguar si á uno solo, á quien daban mentida adoración, generalmente se represente en estos, ó si acaso (que parece lo más cierto)[1] sea la diversidad de los falsos Dioses, como quiere la pluralidad de las figuras, y sienten muchos, y con estos algunos ministros eclesiásticos curas, que eran numerosas las deidades que atribuían á estas asquerosas estatuas; porque tenían Dios para el agua, otro para el viento, otros para el maiz y demás frutos, Dios para la generación, Dios para las enfermedades, y para cada cosa una deidad particular, y finalmente unos Dioses limitados en fuerzas y poder: sin que á su rurudeza les hiciese fuerza esta multiplicidad gentilica, ni otras razones, que aun á su propia inutilidad y materialidad pudiera hacerles descaecer de tan monstruoso concepto, sólo mirando en la suma fealdad en que se representaban sus Dioses, toscos, disformes, feos y de inhonestas figuras. Pero como el demonio en ellos tenía tan sobrada ganancia, les representaría otra cosa, diversa de la que vemos, á aquellos miserables, ciegos y bárbaramente torpes, primitivos indios de este Reino de Goathemala.

Pero habiendo de indagar el principio y origen desta miserable ceguedad, es necesario muy de antemano tomar en ella los tiempos pretéritos, y ocurrir á los principios de las fundaciones de estos indios, en que es preciso valerse de algunas noticias, de las envueltas en fábulas y quiméricas circunstancias, que los mismos indios conservan manuscritas de sus mayores. En ellas cuentan, que habiendo enfermado gravemente y muerto de la enfermedad un joven, único heredero del señor á quien ellos obedecían, que la muerte del mozo fué de su padre tan inconsolablemente sentida y con tanto extremo llorada, que en mucho tiempo estuvo negado á todo humano consuelo, y aunque todos los mayores señores del Reino y los demás vasallos hacían infinitos oficios de rendimiento y amor por alegrarle, él se mostraba insensible á estos comedimientos, entregado sólo á la pena de la pérdida del hijo. Pero los vasallos, considerando cuán de propósito se había entregado á la melancolía y á los pensamientos funestos, llegando á términos de perder la vida y de dejar el Reino funestado, con lo que se levantaría de pretensiones á la corona, por última diligencia de su obsequio hubieron de consultar al demonio, y apareciéndoles este enemigo fraudulento en la forma que acostumbraba, les mandó fabricar una estatua de madera, representando al príncipe difunto, y que se procurase con todo esmero del arte le saliese parecida. Puso en ella tanto esmero el artífice, que salió á la misma semejanza; con que introduciéndose en ella el demonio la hizo que pareciese estar animada. Volaron atropados en cuadrillas los circunstantes, cómplices del embuste, á decir al viejo Rey que su hijo estaba restituido á la vida, y viendo aquella estatua que se movía le dio todo asenso, y consolado y alegre vivió algún tiempo, rigiendo y consolando sus gentes con su gobierno, en toda tranquilidad, hasta que, llegando su muerte, les dejó por heredera de sus estados á la misma estatua. Pero como los indios viesen lo que pasaba, y que la estatua hablaba y trataba con ellos como si estuviera viva, la tuvieron por cosa venida del cielo, y que por esto merecía adoración, como se la dieron sin contradicción ni disputa. Y de aquí tuvo principio el formar sus idolillos y figuras ridículas; y como tocaban, con la experiencia, que les hablaban estas abominables figuras, las adoraban generalmente todos. Pero á la verdad tuvieron uno, que era como el Dios común al culto general de estos indios de Goathemala, que llamaban Exbalanquén, que, según sentir de los más eminentes lenguas, quiere decir esta palabra Dios. Pero en los demás ídolos, era la multitud de innumerable cálculo, que no cabiendo ya en los adoratorios y casas de sus habitaciones, los colocaban en los montes y en las cavernas y barrancos de sus países. Mas no puedo, sin dolor grande, omitir en esta recordación, el que aun todavía están contagiados de este depravado abuso, y que no lo digo como conjeturable, sino como caso experimental; que siendo yo corregidor y capitán á guerra del partido de Totonicapa y Gueguetenango, averigüé, por noticias que me dió el Reverendo Padre Presentado Fr. Marcos Ruiz, del orden de la Merced, cura doctrinero de la sierra, acerca de que, los indios de San Juan Atitlán, de aquella jurisdicción, adoraban en un indio mudo y sumamente asqueroso del pueblo de Comalapa, de este valle de Goathemala, al cual le vestían de las vestiduras sagradas, y puesto en el altar, le sahumaban y ofrecían flores. Y cumpliendo con mi obligación, puse al indio mudo en poder del alcalde ordinario de esta ciudad, por ser su corregidor, y de todo di cuenta al Reverendo Obispo Presidente Don Juan de Santo Mathia. Sacrificios de gallinas y humos aromáticos, cada día lastimosamente los encontraba yo en aquellos montes, y me ha parecido no pasar esto en silencio, para que los ministros y jueces tengan más cuidado con ellos, y Dios Nuestro Señor no sea tan gravemente ofendido.

Podemos considerar que los sacrificios, que hacían los indios de este Reino, eran en dos distintas formas: la una general, á que todos corriendo daban autoridad al sacrificio; convocándose y trayéndose los primeros y más principales señores de un reino á otro, estando en amistad, porque con eso estos reyes arrastraban tras sí á todos los ahaguaes y demás del pueblo. Pero esto era para las fiestas más principales, ó públicas rogativas. El sacrificio que se hacía era de aves las más excelentes, ó por apetitosas al gusto ó por hermosas, ó por escogidas y señaladas en canto, y no menos eran ofrecidos al culto los conejos, ciervos, tepesquintes, y aves aguatiles, como pexijes, patos y otras; no reservando para ello el copal, sosten, blande, bálsamos y otras cortezas y gomas aromáticas, flores varias y fragantes, de que se logra crecida copia. Y pasaban á la cruel barbaridad de sacarse la propia sangre de las narices, orejas, brazos y piernas, para sacrificarla; y para ello se preparaban con penitencia pública y general ayuno, intimando al pueblo por los sacerdotes de sus ídolos, llamados ahquies; cuyos preceptos y documentos eran de tal vigor y fortaleza, que no había en ellos transgresión ni conmutación aun para los más ancianos y enfermos, porque con sus embustes de encantos los tenían tan embelesados y á raya, que no había alguno que no los temiese y venerase.

Formábase, para estos infames y torpes sacrificios, una larguísima y grave procesión, que con acompasada pausa y dilatado movimiento (en que consistía su mayor gravedad) se encaminaba al sitio del sacrificadero, llevando en hombros al abominable ídolo los más autorizados personajes y ahaguaes de las repúblicas. Esto era en los sacrificios universales, que en la otra manera, que nos falta que proponer, que eran particulares, á devoción de algún ahau no se gasgastaba tanto tiempo ni pompa; pero no por eso dejaban de ser solemnes y muy celebrados. Mas unos y otros eran ejercitados de un modo; porque caminando con mucha música de flautas melancólicas, atabales, pitos y caracoles, que hacían en tal composición estos instrumentos una música más aína molesta que armoniosa, y llegando al sacrificadero, danzaban en torno, como hoy danzan los de los teponaguastes (que adelante diré qué género es de instrumentos), cantando, en desentonada y triste voz, las cosas memorables de su nación y hechos más heroicos y acreditados de sus mayores, y el culto que estos habían dado á sus torpes y mentidas deidades. Vestíanse y adornábanse para esto, de mantas matizadas y ricas, y de varias plumas, y de muchos sartales de chalchiguis, que casi es lo que en nosotros vidrios.

Con estas fúnebres ceremonias (al fin como cosa del demonio), el más superior de aquellos infames ahquies sacrificaba las aves y brutos, y demás asquerosas obscenas inmundicias ofrecidas al ídolo, á quien no se dejaban de sacrificar hombres, como se testifica por el sacrificadero de el Quiché; y de la sangre de cada animal, ave ó persona, tomaba el ahqui con la mano y rociaba tres veces el ídolo como asperjándolo: esto con grandes ceremonias y conjuros, para engañar y suspender más á aquella nación falsamente ciega: y luégo, con los mismos embustes y aparentes ceremonias, esparcía de aquella sangre hacia el sol, buscando el sitio donde se hallaba, para asperjarle y ofrecerle aquel sacrificio; en que parece, por esta ceremonia, que también debían de atribuirle algún género de deidad.

Así se solemnizaban ó celebraban estos oficios de sacrificio, y así también celebran hoy las festividades de los santos que llaman Guachibales; danzando en torno, con el tesón que adelante diremos, adornados de las mismas galas que usaban en aquel engañado tiempo: pero sus cantares se reducen á la alabanza de los santos, refiriendo y representando sus milagrosas historias, compuestas por sus ministros. Pero en sus sacrificios gentílicos, después de haberlos perfeccionado en sus ceremonias bárbaras, repartiéndose las familias, volvían á sus casas regocijados y alegres á desquitar el ayuno que les había antecedido; porque les tenían dispuestas muchas y abundantes viandas, á que se entregaban con excesiva y brutal gula, y mucho más á la gran cantidad de la chicha (bebida que embriaga con increíble actividad y que componen de zumos de diferentes frutas): con que de esta manera, con semejante bebida fuera de su acuerdo, era todo confusión y horror entre ellos, porque lloraban unos, cantaban otros, daban muchos temerosas y levantadas voces, y siendo esta la ocasión para lograr sus pasiones, ninguno la despreciaba; hiriendo y matando á su salvo á los que les parecía, juntándose torpemente con sus hijas, hermanas, madres y concubinas, y acometiendo carnalmente á las niñas tiernas de seis y siete años; siendo para ellos no menos oportuna la ocasión de este logro, que para el demonio de grande interés toda la fiesta.

¡Ojalá que aquella costumbre de las torpezas antiguas y embriagueces desordenadas, con que aquellos miserables gentiles se solazaban y entretenían en sus fiestas, se hubieran removido de la memoria de los indios presentes! que ya cristianos no lo parecen en estas ocasiones, en que, de la misma manera que sus pasados, se entregan á todo lo que es gula, embríaguez y torpeza abominable; de que cada día hay infinitos lastimosos ejemplares, que no pueden tener remedio, aunque los ministros curas de sus almas lo soliciten, y algunos jueces inferiores, de temerosa conciencia y celosos del servicio de Dios, lo deseen. Pues no hay que oponerse á las licencias que de esta ciudad de Goathemala llevan á sus pueblos, despachadas en el tribunal de gobierno, en que se les permite la chicha y bailes, que, estando prohibidos por el Tribunal de la fe, los facilitan y dan por absolubles los secretarios de cartas que traen de España los presidentes: porque todo lo facilita el interés, que para la negociación de estas supersticiosas maldades proponen los indios, no excusando ningún costo para este fín, aunque sea muy crecido, y más si es para danzar el baile de el Oxtun, en que interintervienen las trompetas largas; que por su permisión, por sólo una vez, los indios del pueblo de Alotenango llegaron á ofrecerle al general D. Martín Carlos de Mencos mil pesos. Pero este excelente gobernador y piadoso caballero, informándose de lo que le pedían, porque de la crecida dádiva concibió malicia en su pretensión, los castigó severamente, para el público ejemplo de los demás; siendo de advertir que en este Mitote ó baile, como les consta á los ministros evangélicos, hacen cosas increíbles, y entre ellas es una, que los indios que danzan con traje y ñgura de demonios, se preparan supersticiosamente, con ciertos ayunos y ceremonias, de no juntarse con sus mujeres, estar silenciosos algunos días de los prevencionales á la fiesta, y reclusos; y á éstos no puede negarse, para mal uso, alguna de las mujeres que escogen.

  1. Torquemada, segunda parte, lib. X, caps. 11 hasta el 32.