Recordación Florida/Parte I Libro I Capítulo III

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


CAPITULO III.

En que se prosigue la materia del pasado: grandes alteraciones de los señores Tultecas, que duraron y se mantuvieron hasta la venida de los Conquistadores, aun estando asentado el dominio de estos Reyes.


Consideraba Acxopil, en la multitud de sus años y en las varias y sangrientas revoluciones de los señoríos de sus hijos, y que si moría en aquella edad, conturbada con tumultuosas máximas, dejaba el Reino en inminente ríesgo de la desolación de su imperio, ó de extinguirse en medio de las guerras la estirpe de los Tultecas: con cuyos recelos y consideraciones determinó una resuelta acción; creyendo sosegar el ánimo inquieto de sus hijos. Y haciéndolos comparecer en su presencia con sus familias, se les presentó en el trono de su majestad y juzgado, ceñido de la corona y con cetro de oro en la mano, haciéndose temer y reverenciar de ellos y de los demás señores de su corte; y teniéndolos arrodillados en su presencia, cogió por la mano á uno de sus nietos, hijo mayor de Jintemal, señor de Goathemala, y ciñéndole las sienes con su propia corona, le constituyó Monarca sobre los dos señoríos, con calidad de que sucediese á su padre en el imperio de Utatlán, y que antes de su muerte no gobernase más parte de la que heredase del padre; confirmando á éste en el señorío y reino de Cachiquel, que es lo de Goathemala: el cual, creciendo mucho más que ninguno, dió motivo para que de su grandeza se denominase todo el reino de Goathemala; porque, á la verdad, este rey Jintemal fué muy valeroso, muy astuto y de gran sagacidad. Dándole Acxopil á su nieto desde luego la posesión y gobierno de Goathemala, le dijo que él sería la flor de las naciones, y dejó consigo al padre de este joven para que gobernase con él en Utatlán; pero esta compañía de gobierno duró poco tiempo, porque muriendo Acxopil, quedó Jintemal por rey de Utatlán y superior á su hijo y á su hermano.

Crecieron tanto estos tres reinos en el aumento de numerosos pueblos, que no cabiendo ya en el término de sus provincias, volvieron á nuevas guerras y á nuevas alteraciones, en que muriendo muchos millares de combatientes de unas y otras partes, se disminuían en número considerable, con grave daño de los tributos de sus reyes; que puestos en la consideración de estas ruinas, y en la razón de estado de llevar adelante la continuación de la guerra, tratando de asegurarse en sus dominios, levantaron en sus términos fuertísimas defensas, de máquinas erigidas de piedra y cal con forma de fortalezas, que asegurasen sus gentes, guardasen sus dominios, y fuesen padrones inmemoriales del ámbito de sus señoríos y juntamente recuerdo de su grandeza: cuyos vestigios se admiran hoy, en lo que fué reino de los Quicheés, que se representan en lo de Totonicapa, Quetzaltenango, Istaguacán, y la memorable y prodigiosa fortaleza de el Parasquín; y por lo que era perteneciente á los Cachiqueles, se ven sus fuerzas erigidas en Tepangoathemala, y que á esta sirve de foso una profunda barranca, y la otra en Tecpanatitlán: cuyo cabo ó capitán general de aquel ejército, que era de sangre real de los Tultecas, se levantó en aquel territorio, intentando hacer reino á parte, favorecido y aliado con el rey de Sotojil ó de Atitlán, y esta rebeldía duró hasta la venida de nuestros españoles que los hallaron esgrimiendo las armas. Los Sotojiles tuvieron por defensa y fuerte un peñol muy eminente, cerca de la laguna de la corte de Atitlán, y grande número de canoas, en que hacían con su navegación la guerra, retrayéndose en siendo conveniente al peñol; por cuya razón se hacían más invencibles que los otros, no habiendo por tierra mucha oportunidad para sitiarlos, por la aspereza de las montañas que lo impedían.

Había sido á los principios de estos debates, por la concordancia de estos tres reyes, la laguna de Atitlán perteneciente á los tres, y como bienes comunes y francos de los tres reinos; y con las alteraciones y varios accidentes de la guerra, fué el rey de Sotojil adquiriendo mucho dominio en ella, hasta llegar casi á poseerla toda; y aunque quedaba libre alguna parte, después de grandes debates que tuvo de costo, adquirió sobre ella el total dominio con muchos pueblos, que también se le rindieron, de la misma comarca: y sobre esta pacción, que debía por aquellos tiempos serles de grande utilidad, ya por esto, ya por la razón de estado de restaurar lo perdido, entendían frecuentemente sobre aclarar el derecho de este lago (porque entre ellos el arbitrio de todo era el furor de las armas); pues el mayor tesón de la guerra era, no tanto por las poblazones perdidas de unas partes y otras, cuanto por conseguir el dominio de esta laguna.

Era no sólo estilo, sino constitución del Reino, el que para llegar á la corona, así los primogénitos de los reyes como los señores de la sangre Tulteca, y para los demás oficios políticos y militares en que habían de optar los caciques, que entrasen á ellos subiendo por las ocupaciones más inferiores á las dignidades primeras, y no de otra manera; porque así se conseguía el que los ministros y superiores llegasen al manejo de las mayores ocupaciones llenos de méritos y experiencia, y no por favor ni respeto de la sangre. Y así lo observan hoy indispensablemente para los gobiernos y oficios de alcaldes, á que no entran sino es habiendo pasado de lo inferior de alguaciles, escríbanos y alguaciles mayores, para haber de ocupar estos más superiosuperiores. Así parece que de buena razón debiera ser en todas las repúblicas, y que sin duda esta máxima hacía florecer, de bueno en mejor, las repúblicas de los indios de aquellos tiempos con buenos consejeros, que colmados de experiencias, conciliaban con benevolencia la felicidad de los sucesos para sus reyes.

A los principios de la infancia de estos señoríos, no cuidaron sus reyes de la ostentación de la majestad que los acreditase poderosos; procurando más el parecerlo por el esfuerzo y poder de las armas; pareciéndoles, y no sin fundamento, que es mayor en un monarca el pronombre de guerrero que el de majestuoso. Y así, sólo en aquellos primeros tiempos se emplearon en estas bizarrías; en hacer beneficiar las tierras para más aficionar y establecer á los vasallos, labrar las minas, poblar y aumentar en el aspecto material sus ciudades y pueblos, y edificar suntuosos templos ó adoratorios á sus Idolos, y magníficos y ostentativos palacios para sus familias. Pero, establecido y fundamentado esto, pasando de lo que es poco á lo mucho, trataron de la mayor autoridad y más aparatosa majestad que pudieran apropiar á sus personas; dejándose tratar de pocos, y esto con ceremonias muy profundas y rendidas de adoración; estando cercados de muchos de los señores de su sangre, y muchos de los que obtenían los ahaguaes, y sirviéndose no menos de numerosa familia, que se componía y ordenaba de los más principales de sus estados, y éstos con atavío correspondiente á su calidad y al señor á quien servían: porque aunque era el mismo que ahora usan los principales, de camiseta y aiate ó tilma, mas esto era sobre el campo blanco de finísimo hilo de algodón, labrado de plumería matizada de variedad de colores, con que dibujaban en las mantas las figuras que querían. Pero el solio ó trono en que se sentaban, y especialmente el de que usaba el rey de el Quiché ó de Utatlán, era de grandísima y venerable majestad, porque levantándose el trono de su asiento sobre gradas, que volaban á mucha altura, venía á caer debajo de cuatro doseles ó baldoquines, que siendo el más alto de mucha grandeza, recibía dentro de sí otro más pequeño, y este segundo otro menor, y el tercero recibía el último que era de la proporción y ancho de el asiento de este Rey. Todos eran de plumería, y cada uno de distinto color de ellas, haciéndolos más graciosos y agradables, en el todo de su adorno, las sanefas que, colgando y saliendo afuera unas más que otras, hacían más vistosa y reparable su inventiva. El de Goathemala usaba de tres doseles, y el de Sotojil de dos; significando en esto su mayor ó menor soberanía. Usaba el de el Quiché del adorno de la corona de oro, adornada de esmeraldas, que le venían muy ricas de la provincia de Verapaz; representando en estos atavíos, y otras grandezas de que se hacía asistir, un aparato de gran señor; como, en lo más que aquí se escribe, y lo sienta Torquemada.