Escena VI

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FEDERICO; INFANTE.


INFANTE.- Temí no encontrarte.

FEDERICO.- ¿Eres tú de verdad? Sí...

INFANTE.- Dos palabras, nada más que dos palabras, y me voy... ¿Pero estás malo?

FEDERICO.- Sí.

INFANTE.- (Mirándole fijamente, alarmado.) ¿Qué tienes?

FEDERICO.- Nada... la cosa más tonta... Que no duermo.

INFANTE.- ¡Bah! Lo de siempre. Dificultades de... Porque tú quieres.

FEDERICO.- Verás qué pronto las resuelvo ahora.

INFANTE.- ¿Sí?... ¿Cómo?...

FEDERICO.- Poniéndome en salvo.

INFANTE.- ¡Huir tú!, no me parece propio de tu carácter. ¿Huir? ¿Y adónde te vas?

FEDERICO.- Lejos, lejos.

INFANTE.- ¿Pero adónde?

FEDERICO.- A un país muy bonito. Es lejano y próximo. Dista mucho, y se llega en un soplo... El país del sueño, tonto. Verás cómo las dificultades no me siguen allá. Y si alguno de mis atormentadores va y me llama... verás como no despierto.

INFANTE.- ¡Oh! Ten juicio... (Aparte, alarmadísimo.) ¡Pero qué malo está! (Ve el revólver sobre la mesa, y con rápido movimiento lo coge y se lo guarda. -Alto.) Mira, chico no hagas tonterías. (Con cariño.) Federico, por Dios, entrégate a mí, y te salvaré.

FEDERICO.- No puedes.

INFANTE.- ¿Quieres que te traiga un médico?

FEDERICO.- ¿Médico?, ¿para qué?

INFANTE.- Tienes fiebre. Métete en la cama... No, mejor será que salgas, para que se te despeje la cabeza. Ahí tengo mi coche. Ven, y paseando hablaremos.

FEDERICO.- Hablemos aquí. No puedo salir.

INFANTE.- Pues... dos palabras. ¿No sabes que ese majadero de Malibrán se ha permitido inventar una historia infame?...

FEDERICO.- ¡Una historia infame!

INFANTE.- Sí, y contarla en casa de Leonor, en el Círculo, en todas partes. ¿Has visto mayor vileza? ¡Pretender empañar la limpia fama de mi prima con tan brutal calumnia! ¡Calumniarte también a ti!... Cuando lo supe, mi primer impulso fue buscarle, pedirle la retractación inmediata y categórica, y si a dármela se negaba, volverle la cara del revés.

FEDERICO.- Vuélvesela... lo merece...

INFANTE.- No puedo soportar a ese hombre. La antipatía que me ha inspirado siempre, es ya un odio mortal. Si no se retracta, le abofeteo, le escupo... No es digno de que se guarden por él las formas que impone el fuero del honor.

FEDERICO.- (Excitado.) Mejor es matarle... matarle como a un perro con hidrofobia.

INFANTE.- Pero antes de dirigirme en su busca he querido verte, porque me entró un recelo... Nuestra flaca naturaleza, la corrupción que respiramos nos inclinan siempre a la duda... Dudé, dudo, no te ofendas... He querido que disipes hasta la última sombra de recelo, que asegures en mí la confianza, la fe. Cuanto ha dicho ese infame... es mentira. (Con interrogación solemne.)

FEDERICO.- (Con calma y acento firme.) Cuanto ha dicho ese miserable... es verdad.

INFANTE.- (Aterrado.) ¡Verdad... verdad! Tú deliras... Por Dios, amigo querido... dime que deliras, dímelo; dime que sueñas.

FEDERICO.- ¡Ojalá soñara!

INFANTE.- ¿Es cierto lo que escucho?... ¡Tú!... No, me engañas, te engañas tú mismo. Ese trastorno... ese mirar sombrío, demuestran que no eres dueño de tus propias ideas. Federico, tú estás demente, tú no eres responsable de las graves palabras que has pronunciado.

FEDERICO.- No, mi razón está aquí todavía. Si no estuviera, no padecería yo lo que padezco. No es demencia, no; es revelación deliberada y sincera, es descargo de un espíritu que no puede soportar ya el peso inmenso de sus propios errores... Anda, corre, ve y cuéntale esta verdad terrible a tu amigo, al que también a mí me distinguió y me distingue con amistad generosa que no merezco... cuéntale todo, y añade que no temo la muerte, que la deseo, que la necesito...

INFANTE.- (Con emoción.) Basta.

FEDERICO.- Y en cuanto al indigno Malibrán, ahora...

INFANTE.- (Vivamente.) Creyendo falso lo que decía, pensé castigar su grosero lenguaje. (Con rabia.) Ahora que sé que es verdad, y por lo mismo que es verdad, juro que... ha de pagarme la infamia de haberla dicho.

FEDERICO.- Va con Tomás a las Charcas.

INFANTE.- No irá, yo te lo aseguro.

FEDERICO.- Descarga tu furor en mí, guardián caballeresco del honor de aquella casa.

INFANTE.- No me corresponde ese papel. No faltará quien te pida cuentas.

FEDERICO.- Y las daré... o no las daré.

INFANTE.- Pues, por la calidad de la persona ofendida, por la amistad que te profesaba, por los beneficios...

FEDERICO.- No he querido recibirlos...

INFANTE.- No has querido; pero... lo hecho, hecho se queda. Bien enterado estoy de los planes de Tomás... Desgraciado, no tienes más que una solución...

FEDERICO.- ¿Cuál?

INFANTE.- (Saca el revólver que antes guardó en su bolsillo, y lo pone sobre la mesa.) Toma. (Se aleja, ocultando su emoción.)

FEDERICO.- ¡Ay!... Manolo... ¿Te vas... sin darme un abrazo...?, ¿el último...?


(INFANTE vuelve. Abrázanse cariñosamente sin pronunciar palabra. Retírase INFANTE muy conmovido.)