ACTO III

editar

La misma decoración del acto primero. Es de día.


Escena I

editar

OROZCO; VILLALONGA.


OROZCO.- ¿Qué me cuentas?... ¿Pero cuándo ha sido eso?

VILLALONGA.- Anoche o ayer tarde... No estoy bien enterado de la hora. Lo que sí sé es que Clotildita, harta ya de la tiranía de su hermano, y queriendo arrollar los obstáculos tradicionales que la separaban de su horterita, alzó bandera revolucionaria y abandonó la casa de Federico, llevando su ropita en un lío colgado del brazo.

OROZCO.- Me gusta el pronunciamiento.

VILLALONGA.- Y viva la democracia.

OROZCO.- ¿Y a donde fue a parar con su cuerpo?

VILLALONGA.- Pues se fue solita, por su pie, a casa de Infante, poniéndose bajo el amparo tutelar de Manolo, y de su tía Carlota. De modo que la tienes de vecina.

OROZCO.- ¿Y Federico... intransigente... furioso...?

VILLALONGA.- Atroz...

OROZCO.- Pero si mil veces le hemos dicho mi mujer y yo: «tráenos acá a tu hermana, y no te cuides más de ella». Pero su orgullo consideraba sin duda nuestra protección como una limosna humillante, y ya ves... ¡Bien merecido le está! Tanto quijotismo viene a parar en que al fin hay que casar a la descendiente de los Vieras de Acuña con ese... ¿cómo se llama?

VILLALONGA.- Santanita... Pues ten por cierto que nuestro amigo no transige.

OROZCO.- Claro: pretendía sin duda que, viviendo su hermana como vive, le hubiera pedido su mano un Hohenzolleru o un Hapsburgo. ¿De modo que cuando llegue el papá...?

VILLALONGA.- Pero si ha llegado esta mañana... en el express... y al entrar en su casa se encontró sin la angelical criatura.

OROZCO.- ¡Valiente cuidado le dará! ¿Has visto a Joaquín?