Escena VIII editar

Mutación.

Gabinete amueblado con dudosa elegancia. Ventanas al fondo y a la izquierda. Puerta a la derecha, por la cual se verifican todas las entradas y salidas. Chimenea, entredós, pupitre. Un sofá y butacas. Es de día.


AUGUSTA.- Yo creí encontrarle aquí (Mirando su reloj.) Las cuatro y veinticinco. ¡Qué calor! (Se quita el abrigo y sombrero.) Hoy estaba más obligado que nunca a la puntualidad... ¡Por qué tardará tanto este hombre, el primer desocupado de Madrid!... ¡Pobrecillo!, ¡sabe Dios qué líos, qué trapisondas!... De fijo que los amores de su hermana le llevan al disparadero. ¡Qué carácter! (Vuelve a mirar el reloj.) Cinco minutos más... (Con febril impaciencia.) No sirvo, no sirvo para esperar... ¡Si habrá llegado su padre, el cometa!... No, no; decía la carta que del 26 al 28... ¿Qué día es hoy? (Meditando.) Si no puedo pensar nada. (Levántase.) ¡Ah!... un coche. (Se acerca al balcón.) No, no es; pasa... ¡Qué silencio ahora!... Otro coche... Como no sea éste, me entrará la desesperación... Sí, sí es... se acerca. ¡Ay!, no sé qué tiene el coche en que viene él, que hace más ruido que los demás... Gracias a Dios, ya estoy contenta... Ya sube... Esa Felipa, cómo tarda en abrir!