Escena VI editar

FEDERICO; LINA.


FEDERICO.- (Paseándose por la escena.) Quiera Dios que salgamos bien. Esa Leonor... ¡pobrecilla! Sí, malo es esto, muy malo, pero no había otra solución. Y a todas éstas busco y revuelvo en mí, y mi orgullo no parece. ¿En dónde se ha metido ese loco? Andará huido por los rincones y escondrijos del alma. Veo en mí dos hombres: el Federico Viera, que todo el mundo conoce, y este otro; éste. (Señalándose.) ¿Cuál es el verdadero? (Parándose ante un espejo.) ¿El que veo, o el que no veo? Me trastorna esta duda. (Tratando de ordenar sus ideas.) ¿En qué consiste que, cuando me agobia un pesar, lo primero que se me ocurre es venir a contárselo a... ésta? ¿Acaso le tengo amor? No, porque sus amantes no me infunden celos. Amistad, sí; pero ¿qué amistad es ésta? ¿Por qué me inspira esta mujer una confianza que no siento por ninguna otra? (Herido por un recuerdo.) ¡Ah!, ya no me acordaba. A las cuatro, entrevista con Augusta. ¿Por qué, al recordarlo, brota en mi alma una chispa... ¿de qué diré?, de disgusto, de pena...? No puedo dudar que me interesa; y no obstante, algo daría yo porque se cansase de mí, y me propusiese el rompimiento. La amé y la seduje obedeciendo a estímulos obscuros de la imaginación y de los sentidos, y por ella ultrajé a ese hombre incomparable, a quien debo amistad, cariño, atenciones mil... ¿No es esto más villano que recibir auxilios de la Peri? Y sin embargo, el mundo no lo ve así. Por lo que aquí ha pasado hoy, algunos quizás dejarían de saludarme; por lo otro, me envidiarían. (Agitadísimo.) Lo indudable es que con unas y otras cosas, con el oprobio de mi hermana, con esta nueva aparición de mi padre, la vida se me está haciendo insoportable, pesadísima, (Se sienta fatigado.) y no puedo, no puedo ya cargar con ella. (Entra LINA, que viene a recoger las alhajas.) ¡Ah!, se me ocurre una idea. Oye, Lina, me vas a decir una cosa... pero sin engañarme... La verdad pura.

LINA.- ¿A ver? No le diré mentira, ni verdad que no deba decirse.

FEDERICO.- Está bien. Malibrán suele venir aquí algunas noches...

LINA.- Y algunas tardes.

FEDERICO.- ¿Le has oído hablar de mí, recientemente, o de algo que conmigo se relacione?

LINA.- (Recordando.) Sí.

FEDERICO.- ¿Anoche quizás?

LINA.- Sí... pero no sé si debo...

FEDERICO.- Cuéntamelo; lo que tú no me digas, me lo dirá Leonor.

LINA.- Pues dijo que es usted un perdido.

FEDERICO.- ¿Y nada más?

LINA.- Y jugador.

FEDERICO.- Pecata minuta... A ver, haz memoria. Al hablar de mí, ¿nombró a alguna otra persona?

LINA.- Don Federico, déjese de preguntas; yo no sé... Si se fueran a contar las cosas que aquí se oyen... (Suena la campanilla.) Es Leonor. (Sale.)