Ramos de violetas 33

Ramos de violetas (1903) de Amalia Domingo Soler
Miscelánea
Nota: Se respeta la ortografía original de la época


Miscelánea

No es la tierra la patria del alma


¿Porqué misterio, algunos seres
nos enloquecen, nos embriagan,
que nos seducen con sus sonrisas
y nos fascinan con sus palabras,
y se hacen dueños de nuestra vida
pues nos dominan con sus miradas,
y en un momento cesa su influjo
y en un instante su imperio acaba?
Y nos parece como imposible
que aquellas almas nos dominaran
y de un afecto tan poderoso
resulta el odio. ¡Pasión bastarda!
que con el tiempo se desvanece
y del olvido queda la nada
¿quién nos impele para quererlas?
¿quién nos induce para olvidarlas?
lo que en un tiempo juzgó la mente

leve pecado, pequeña falta;
en un segundo se transfigura
en un delito que lo rechaza
el pensamiento, que como el ave
por el espacio tiende sus alas,
y va buscando nuevos afectos.
¿Porqué se olvida? ¿porqué se ama?
sin duda alguna este misterio
tiene principio, tiene su causa;
de cuyo efecto se ve patente
que el alma sufre, que aquí le falta
quien adivine su sentimiento,
por eso triste y errante vaga
como el marino que la tormenta
dejó en ignota desierta playa,
¿puede el proscrito vivir dichoso?
no, que recuerda siempre su patria
¡ah! pues entonces ¿cómo queremos
que sea en la tierra feliz el alma?
Por eso en vano en los afectos
buscamos todos preciosa sabia
que nos aliente, que nos reanime
en el cansancio de la jornada;
¡pero qué pocos son venturosos!
se encuentran fuentes, pero sin agua:
otros encuentran anchos arroyos.
Pero su cieno lanza miasmas
cuya influencia es tan nociva,
que más nos vale con débil planta
seguir aislados en nuestra vida,

alimentados por la esperanza
que hay otros mundos y otras regiones
donde las almas ya despojadas
del pobre barro que las envuelve,
encuentran fuentes limpias y claras,
luz y armonía, flores y aromas,
gloria suprema, dicha ignorada
para los seres que en este mundo
unos á otros se despedazan
en la hidrofobia de su egoísmo,
en la locura de su ignorancia
y en el orgullo de falsa ciencia.
¡Oh! pobre raza desheredada;
¡feliz el alma que te abandona!
¿qué son tus glorias? ¿qué son tus galas?
¡polvo, ceniza, nubes de humo,
granos de arena, átomos, nada...!

1874.