Que lo ahorquen
Que lo ahorquen.
Un magistrado de alguna edad, y recien casado por cierto, no pudo resistir, estando en el tribunal, la tentación de dormir. ¡Flaquezas humanas! Los abogados informaron, la sala se despejó, y el juez dormia que se las pelaba como si fuera un lirón.
El negocio se discutía entre los compañeros, y el presidente, tocando en el hombro de nuestro magistrado, le pidió su voto. Entonces, despertándose sobresaltado, se estregó los ojos, y dijo:
— ¡Que lo ahorquen! ¡que lo ahorquen!
— Vea V. que se trata de un campo, dijo el presidente.
— ¿Sí? contestó sin inmutarse; pues que lo sieguen.