Puertas adentro: 05


Escena cuarta editar

PEPA - LUISA

PEPA. -(Entra con la caldera en la mano tarareando la marcha del «Riego».) Tariráráráráaá... Ya está... Vamos a ver... (Pone la caldera sobre el escritorio.) ¡Ajajá !... Así... Un poquito de vayor y le ponemos en claro la conciencia a tu patrona... (Las dos observan.) Ya empieza a ablandarse la goma...

LUISA. -¿Pero no se echará a perder el sobre?

PEPA. -¡Calla tonta! Déjame hacer... ¿ves? ¡Ya va a estar!...

LUISA. -Bueno, pero yo la leo primero... me corresponde.

Pepa. -¡Qué esperanzas! ¡Yo la leo!

Luisa. -¡Déjamela! ...Yo, yo debo hacerlo...

PEPA. -¡Muchacha! ¡Que rompes el sobre! ¡Suelta!... Lárgame... ¡Ves que ya lo has roto!...

LUISA. -¡Qué barbaridad!... ¿Y ahora?

PEPA. -Ahora a leerla. (Desdobla el pliego y lee.) «Mi querido negro». ¡Caramba! ¡Caramba!

LUISA. -¡Ay la señora moralista! ¡Con que «Mi querido negro». Muy bonito! Sigue.

PEPA. -(Leyendo.) «Mi querido negro: Buena me la has hecho. Ayer te esperé largo rato en la capilla de los Salesianos, y tú nada de llegar... Recé por ti, tres padres nuestros que no te los mereces por infame. Esta noche voy a la Catedral. Estaré junto al altar de Nuestra Señora de los Dolores... Trata de no cansármelos demorando mucho... Tu pochocha que te adora. Clara» (Dejando caer los brazos estupefacta.) ¡Qué me dices Luisa! ¿Qué me dices?

LUISA. -Que todo es muy digno de la moral católica de mi señora.

PEPA. -Y tan devota, ya querida Pochocha. ¡Ja! ¡ja! ¡ja!

LUISA. -Y todavía se permite insultarme porque tengo novio.

PEPA. -Vaya. ¿Y eso te llama la atención? Parece que no hubieras servido nunca. Si te empezara a contar las cosas por el estilo que he presenciado en la buena sociedad, teníamos para llegar a viejas antes de concluir... Esto, es así. Las señoras, las patronas, nos critican, nos acusan de indecentes, para tranquilizar sus conciencias, sin duda...

LUISA. -O envidiando nuestra moralidad. Pero... y ahora ¿qué hacemos con el sobre roto?

PEPA. - Cierto. Lo olvidaba... No se por qué me estaba entristeciendo, apenando. Me invadía un profundo desconsuelo. Porque mira que es lastimosa a torturar sus sentimientos a...

LUISA. -¡Qué penas, ni qué lástimas! ¿Porque no se rebela? ¿Por qué no protesta contra ese convencionalismo, que la obliga a considerar delito, su amor.? ¿Por qué no es como nosotras las que para amar no precisamos del visto bueno de la sociedad?... ¿Por qué es hipócrita?... ¿Por qué disimula? ¿Por qué? ¿Por qué me ha reprendido a mí que al fin no engaño, ni mistifico a nadie? Vamos, vamos, eso es perversión moral, nada más, la perversión bíblica de esas Evas de la buena sociedad, que se pasan la vida buscando serpientes que las tienten a comer la manzana prohibida. Pero en fin, dejando esas cosas... ¿Cómo arreglaremos eso del sobre?

PEPA. -¡Ah! ¡Sí! ¡Mira! Tú tienes buena letra... Hacemos un sobre nuevo. Mi señora debe tener algunos aquí, en su escritorio. ¡A ver!... ¡Creo que una de esas llaves sirve! (Saca un llavero.) Fíjate por la calle por si viene alguien. (Probando las llaves.) Esta no sirve... ni ésta... ¡Ajajá! ¡Ya está abierto! ¡Cuantas cartas empaquetadas! ¡Y con letra de hombre! ¿Y ésta? ¿Cerrada? ¡A ver, a ver!... letra de la señora, de mi señora... dice... Señor Silvio Laguna....

LUISA. -¿Qué dices de Silvio Laguna?...

PEPA. -Que aquí hay una carta para él.

LUISA. -¿Para mi patrón?

PEPA. -(Con ironía.) Ya lo ves. Y de mi patrona, de Misia Catalina.

LUISA. -¡Ave María Purísima!!

PEPA -Sí. Hay que abrírla también... El que hace un cesto hace un ciento. Caramba está fría ya el agua. Pero, qué importa. Romperé el sobre.

LUISA. -¡Muchacha! Eso es más difícil. ¿No ves que irremisiblemente te descubrirán?

PEPA. -¡Y qué! Me echarán a la calle. Bueno. Estoy en tren de todo. Lo que es de esta hecha no me quedo con la curiosidad... A la una... a la dos... y a las tres. (Rompe el sobre alejándose de Luisa que quiere impedirlo.)

LUISA. -¡Pepa? ¡Pepa! ¿Qué has hecho?

PEPA. -(Leyendo.) «Silvio adorado». Esta noche voy al «Solís» con el imbécil de mi marido. No faltes y mírame mucho, mucho, con los gemelos. Te adora Catalina. ¿Eh? ¡Has visto! ¡Juegan a las cambiaditas muchas señoras con sus maridos !

PEPA. -A las cambiaditas, eso es, mi patrón con tu patrona y tu patrón con mi patrona... Y esto queda en familia...¡Qué asco!

LUISA. -¡Pero qué asco!

PEPA. -¿Y qué destino le daremos a esta carta?...

LUISA. -Ponerle otro sobre.

PEPA. -Pero conocerá la señora Catalina que le han cambiado el sobre, que no es su letra...

LUISA. -Es verdad... ¿Qué hacemos, pues? (Pensativa.)

PEPA. -Eso pregunto yo.

LUISA. -¡¡Ah! ¡ Qué idea! ¿Te animas a hacer una barbaridad conmigo? ¿Una barbaridad muy grande?

LUISA. -Según.

PEPA. -Enterar a los maridos de que sus mujeres los traicionan.

LUISA. -¿Estás loca?... ¡Es una felonía!

PEPA. - Puede ser un acto revolucionario. Una lección, un castigo a la elástica moral de esas gentes bien. Figúrate. Ponemos las cartas de las dos señoras en los sobres correspondientes a sus respectivos esposos.

LUISA. -Es decir la de mi señora irá a mi patrón su esposo, y...

PEPA. -Y la de la mía a su esposo. Esto es que la carta enviada al marido de tu señora la recibirá el esposo de la mía, mi patrón... Así se darán cuenta ambos de que se engañan respectivamente con sus propias mujeres... ¿Aceptas?

LUISA. -Pero...

PEPA. -¿Aceptas?... Si se arma farra, que se arme. Nada nos ha de tocar. ¿Quieres? No será muy digno esto... pero, tampoco el caso exige muchos escrúpulos... La cocina es para tiznarse. ¿Aceptas?

LUISA. -Bueno, últimamente...Vaya, lo haremos. (Sentándose a escribir.) « Al señor Teodoro García». Calle Tal, número tal... Jájájá. Ya está uno. «Al señor Silvio Laguna... calle... etc., etc. Ya está el otro. Ahora a poner las cartas adentro.

PEPA. -No te equivoques, ¿eh?

LUISA. -Pierde cuidado. (Pone los pliegues dentro de los sobres.) Ahora al correo.

PEPA. -¿Las llevas tú?

LUISA. - Sí, en seguida... Adiós ¿eh?... Adiós. (Vase.)

PEPA. -Hasta luego. (La acompaña hasta la puerta. Se siente llanto otra vez.) ¡Voy! ¡Ya voy! ¡Mocosos! (Al público) ¡Qué demonios! Tienen razón los jesuitas. El fin justifica los medios... ¡Voy! ¡Voy!