La embajada japonesa ante la curia romana/Prefacio I: Carta de Alessandro Valignano a los alumnos japoneses
Alessandro Valignano, jesuita, a los alumnos de los seminarios japoneses:
Salen a luz estos diálogos, “La embajada japonesa y cuanto les llamó la atención durante su viaje” como la tercera muestra del amor que siento por vosotros, unos jóvenes inmejorables. Primero, en la medida que pude, me esforcé de que vuestros ánimos se fortalecieran en la fe cristiana al conocer las bases de nuestra religión a través de la catequesis que compuse y después difundí en Europa en latín – y no me engañaron mis esperanzas cuando demostrasteis más adelante que la habíais abrazado con todo vuestro corazón. Tras colocar estos cimientos, decidí ir más lejos: preparar un libro con el que os pudierais imbuir de las enseñanzas sobre las virtudes que atañen a la moral, ilustradas y confirmadas con ejemplos y preceptos. Con este libro, “La honesta educación de los jóvenes”, elaborado por el presbítero de la Compañía Juan Bonifacio, estoy enteramente convencido de que lo conseguiréis; tan solo faltaba que algún libro os pudiera enseñar sobre Europa y sobre la piedad cristiana, que en gran parte beben de una misma fuente.
Afortunadamente, ve la luz este libro, que recoge todas las anotaciones que realizaron con esmero los embajadores ante la curia de Roma de vuestra patria y que encargué encarecidamente a Eduardo de Sande, un sacerdote de nuestra Compañía actualmente residente en China, un hombre entregado a los estudios humanísticos y un apasionado de vuestra cultura, que las reuniera, organizara y tradujera al latín en forma diálogo ficticio entre los embajadores, sus acompañantes y sus familiares para que quedase más claro.
Así las cosas, os tenéis que convencer de que vais a escuchar las palabras no de un extraño sino de vuestros propios paisanos que, como era imposible hablar con todos los japoneses para informarles de Europa, comparten así con vuestros compatriotas todo cuanto percibieron en este viaje.
Por lo que a mí respecta, os suplico que no despreciéis este regalo, que a mi parecer no es baladí ni vano sino especialmente útil y provechoso: recibidlo con agradecimiento, reconoced vuestra procedencia del Padre y devolved con creces a Dios los deseados frutos de estas semillas que Él ha plantado.
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