Elenco
Por la puente, Juana
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen JUANA y BENITO.
BENITO:

  Templad, señora, el dolor,
que no estáis en tierra estraña.

JUANA:

¡Ay huésped!, que no hay montaña
como una ausencia de amor,
donde el claro resplandor
del Sol nunca ha hecho espejos
la plata de sus reflejos,
o donde la arena abrasa
a la soledad que pasa,
estar el alma tan lejos.
  Triste de mí, que el criado
que fue a buscar al ausente,
que os he dicho tiernamente
que es dueño de mi cuidado,
cobarde desesperado
no ha vuelto, y aunque temer
no pude venirme a ver
en más desdichas que estoy,
soy mujer, y sola estoy,
que basta decir mujer.

JUANA:

  Desta forzosa partida
no me puedo arrepentir,
porque fue forzoso huir
para no perder la vida.
Pero sola y afligida,
lejos de mi patria amada,
¿qué podré hacer desdichada,
que nunca mujer ninguna
venció su adversa fortuna
de lo que quiso apartada?
  Seguía un noble caballero,
con quien me pensé casar,
fueme forzoso dejar
la patria, que agora espero;
fieme de un escudero
de mi casa, y no volvió
el que amaba, y se partió.
No sabe que estoy aquí,
mirad qué será de mí,
él huyendo, ausente yo.
  Como dio el Emperador
al Rey francés libertad,
partirse en paz y amistad
de Madrid con tanto amor,
me ha dado, huésped, temor
que no se fuese tras él
a Francia, aunque pienso que él
mejor con Carlos se iba,
donde esperan cada día
la portuguesa Isabel.

BENITO:

  Dicen que a Sevilla viene,
adonde se ha de casar;
si allá le vais a esperar,
mucha paciencia os conviene.
Mi casa, Leonarda, tiene,
gracias a Dios donde estéis
mejor es que aquí esperéis,
que pasando cada día
gente de la Andalucía,
nuevas de don Juan tendréis.
  No os vais a perder así,
porque jamás la hermosura
pudo caminar segura,
que lleva peligro en sí.
Conmigo estaréis aquí,
y con mi hija, que os ama;
buena mesa y limpia cama
no os falta, tened paciencia.

JUANA:

Si no hay tan secreta ausencia,
que no la sepa la fama,
  temo con justa razón,
que en tan público lugar
me pueda la gente hallar,
que ha salido de León.

BENITO:

¿Para qué,señora, son
los ejemplos que han dejado
muchos que se han disfrazado
en hábitos diferentes,
que en mayores accidentes,
vidas y honor han gozado?

JUANA:

  Vamos donde el tiempo baje
mi flaqueza y mi locura,
por ver si mudo ventura
con la mudanza del traje,
que no hay más cruel linaje
del mal que abatirse en él,
pues en mi suerte cruel,
pienso que siendo Leonarda
su mujer, no me acobarda,
y soy la misma Isabel.

(Vase.)
(Salen DOÑA ANTONIA y DON DIEGO.)
DON DIEGO:

  Esto mi señora os ruego,
no tengo más que advertiros.

ANTONIA:

Que se ofrezca en que serviros
estimo, señor don Diego.

DON DIEGO:

  Pero sin que os cause pena.

ANTONIA:

Pues, ¿de qué tenerla puede?

DON DIEGO:

Hoy me dicen que a Toledo
llega el Marqués de Villena;
  porque ya en Sevilla queda
casado el Emperador.
Hacedme aqueste favor,
de que yo servirle pueda,
  que quiero servir aquí
inclinado a esta ciudad,
después que la libertad,
patria y amistad perdí.

ANTONIA:

  Es Toledo la mejor,
y el ser mi patria me engaña,
que bien sé yo que en España
hay otras de igual valor,
  y de no poder vivir
en la propria que dejastes,
mucho en venir acertastes,
a donde os podrán servir.
  Que sabe honrar calidades,
estimar merecimientos,
conocer entendimientos
y agradecer voluntades.
  El Marqués es señor mío,
y mi hermano don Fernando,
le sirve, un mozo, que cuando
conozcáis su talle y brío,
  le cobraréis afición.

DON DIEGO:

¿Es mozo el Marqués también?

ANTONIA:

Mozo, galán, y de quien
se tiene satisfación
  para la paz y la guerra.

DON DIEGO:

El apellido me ha dado
inclinación y cuidado,
después que dejé mi tierra.

ANTONIA:

  ¿Sois Pacheco?

DON DIEGO:

Y deudo suyo,
aunque nacido en León.

ANTONIA:

Desdichas del tiempo son,
de vuestra persona arguyo,
  toda virtud y valor.

DON DIEGO:

Siempre la fortuna es ciega.

ANTONIA:

Desde que os hablé en la Vega
os cobré notable amor.

DON DIEGO:

  Mil veces los pies os beso.

ANTONIA:

Vos merecéis afición.

DON DIEGO:

Hareisme decir que son
mis buenas dichas exceso,
  de las malas que he pasado.

ANTONIA:

¿Qué rumor es ese, Inés?

(Sale INÉS.)
INÉS:

¡Ay, mi señora!, el Marqués
a visitarte ha llegado.

ANTONIA:

  Salid a ese corredor,
porque cuando pase os vea.

DON DIEGO:

Temor llevo de que sea
ausencia muerte de amor.

(Vase.)
(Sale el MARQUÉS, y DON FERNANDO y ESTEBAN, criados.)
ANTONIA:

  De Príncipes tan humanos
es esta grandeza igual.

MARQUÉS:

La hermosura celestial
rindió césares romanos.
  Llegad, Fernando, abrazad
a vuestra hermana.

FERNANDO:

Señor,
con el vuestro no hay amor
que es de mayor calidad.

ANTONIA:

  ¿Viene vuestra señoría
con salud?

MARQUÉS:

Quién llega a veros,
muy mal podrá responderos,
porque es la vuestra la mía.

ANTONIA:

  ¿No habláis Esteban?

ESTEBAN:

No tengo
prosa de ausencia estudiada,
y os hallo a vos bien tocada,
con que muy contento vengo.
  Que a la mujer aquel día,
que no hay disgusto o desdén
se lleve en tocarse bien
la salve y el alegría.
  Cuando no está el frontispicio
de una mujer adornado,
el moño bien asentado,
y cada cosa en su quicio.
  Cuando es jaspe de culebra
a las diez de la mañana,
o anda el diablo en cantillana,
o la semana se quiebra.

MARQUÉS:

  No le ha quitado el humor
la jornada de Sevilla.

ESTEBAN:

Quien vio del Betis la orilla,
y a Carlos Emperador
  casarse con Isabel,
¿qué contento no traerá?

MARQUÉS:

¿No preguntáis cómo está
Fernando?

ANTONIA:

Yo sabré dél
  más de espacio la jornada,
la vuestra quiero saber
si lo puedo merecer,
por ausente y desvelada.

MARQUÉS:

  Ya sabes, hermosa Antonia,
cómo fue preso el de Francia
en Pavia, y remitido
a Madrid, Corte de España,
el ejército imperial,
terror por estas batallas
de los confines del mundo,
glorioso yace en Italia.
Yo, que venir a Toledo,
adonde tengo mi casa,
deseaba como quien
ha días que della falta,
después que en su santa Iglesia
rendí las debidas gracias,
vine a verte, hermosa Antonia,
a quién en ausencia larga
debes oírme, así vivas
estas amorosas ansias,
en Palacio largos días,
tristes noches en la cama,
y en cuidados siempre tristes,
imaginaciones varias,
poco gusto con amigos,
ninguno en fiestas y galas,
desconfianzas de ausencias,
y temores de mudanza,
faltas del bien que tenía,
que toda la ausencia esfaltas,
pensamientos de tu olvido
y memorias de tus gracias.
Con esto pretendo Antonia,
supuesto que no me pagas,
que conozcas que me debes,
que para mis penas basta;
porque a quien el bien desea
cualquiera breve esperanza,
mientras dura le da vida
y mientras vive le engaña.

ANTONIA:

  En cuántas cosas como estas
dice vuestra Señoría,
ninguna como este día
mentiras tan bien dispuestas,
  ansias, fatigas, temores,
memorias y soledades,
como son nuevas verdades,
quieren parecer amores.
  Mas yo los conoceré,
en que le quiero pedir
una merced, por decir
que les di crédito y Fe.
  Un caballero leonés
me pide que le reciba
en su servicio.

MARQUÉS:

Así viva,
que puede ser el Marqués
  y yo su criado el día
que sois vos quien lo ha mandado
entre yo a ser su criado.

ANTONIA:

¡Qué discreta cortesía!

(Sale DON DIEGO.)
DON DIEGO:

  Don Diego Pacheco está,
gran señor, a vuestros pies.

MARQUÉS:

Si es Pacheco y es Marqués,
yo puedo servirle ya:
  alzad del suelo, no a mí,
pedid las manos a Antonia.

ANTONIA:

¡Jesús!, esa ceremonia
no ha de permitirse aquí,
  volved al mar, que es don Diego.

DON DIEGO:

Deme vuestra señoría
las manos.

MARQUÉS:

Desde este día,
que me recibáis os ruego,
  don Diego, en vuestro servicio.

ESTEBAN:

Cuál anda el pobre criado,
vergonzoso y bazucado,
querrán que pierda el juicio.

MARQUÉS:

  Ahora bien, ya que es forzoso,
mi camarero seréis.

DON DIEGO:

En mí un esclavo tendréis.

FERNANDO:

Buen camarero.

ESTEBAN:

Famoso.

MARQUÉS:

  Aunque es volverme a partir,
me voy con vuestra licencia.

ANTONIA:

Vengada estoy de mi ausencia;
mas quiero veros salir.

(Vanse el MARQUÉS, ANTONIA y FERNANDO.)
ESTEBAN:

  Oye, señor camarero.

DON DIEGO:

¿Mandáis algo?

ESTEBAN:

Dar indicio
de ofrecer a su servicio
cuanto soy y cuanto espero.
  Vuesa merced ha venido
a una casa de las grandes
de España, no habrá más Flandes,
de cómo será servido.

DON DIEGO:

  Quién duda, que será gente
de grande ingenio y valor.

ESTEBAN:

Es mayordomo mayor,
un hidalgo impertinente.
  Guarda su hacienda al Marqués,
y no se pierde la suya,
ni dé, ni tome, ni arguya
con él, antes, ni después.
  El hermano desta dama,
que aquí la salva le hizo,
sirve de caballerizo,
buen hijo y de buena fama.
  Y aunque ella es la discreción,
y al Marqués de amor abrasa,
me juran que por su casa
nunca pasó Salomón.
  Caballo tiene el Marqués,
que me ha dicho en puridad,
que sabe más, y es verdad;
pero es gallardo y cortés.
  De lo que es el Secretario,
no sé qué pueda decir,
deste le conviene huir.

DON DIEGO:

Porque es discreto ordinario,
  que es ordinario y discreto.

ESTEBAN:

La gente más enfadosa
del mundo y más peligrosa,
que de uno y otro conceto
  son mártires todo el día
de su mismo entendimiento,
sin discrepar un momento
de aquella filatería.
  Huya destos, que es crueldad
sufrir su conversación,
que matan con discreción,
como otros con necedad.
  Aunque para otros efetos
le hable, y le tenga en pie,
cuando más seguro esté
le dirá treinta sonetos.
  Sabe un poco de latín,
que de pensarlo me angustio,
con que dice, que Salustio
fue sastre y Julio rocín.
  Peca en peregrinidad,
propio ingenio de español,
sabiendo que se honra el Sol
de ser todo claridad.
  Muriose en esta jornada
el Camarero a quien hoy
sucede, y palabra doy,
que era en menear la espada
  la misma destreza el hombre.
Los demás oficios son,
buena gente y de opinión,
que no es bien que aquí los nombre.
  Los pajes si a luz los saco
el mejor de veintidós,
yo soy, y soy vive Dios
un grandísimo bellaco.

DON DIEGO:

  Señor Esteban, yo quedo
contento y agradecido
de que me haya recebido,
el de Villena en Toledo,
  sabré con la información,
que solo he de ser amigo
de don Fernando.

ESTEBAN:

Testigo
soy de su buena intención,
  antiguamente hubo un Dios
de la amistad.

DON DIEGO:

¡Qué discretos
pajes!

ESTEBAN:

Y este sus precetos
redujo también a dos.

DON DIEGO:

  ¿Cuáles son? Porque de hoy más
esos dos precetos sigo.

ESTEBAN:

Defender siempre al amigo,
y no ofendelle jamás.

DON DIEGO:

  Ahora bien, desde hoy os quiero
por maestro. A ver la casa
voy.

ESTEBAN:

Por sus cimientos pasa,
trajo humilde prisionero
  de la casa de Villena,
del gran Pacheco y Girón,
de lo que es conversación
no tengáis don Diego pena,
  que yo soy lindo fistol,
y os enseñaré en Toledo
gustos, que gocéis sin miedo,
claros como el mismo Sol.
  No doncellas, que después
dan burlas y piden veras,
que en habiendo zurcideras
engañarán a un francés.
  No casadas, de sus brazos
para siempre me despido,
donde a un puntapié el marido
hace la puerta pedazos.
  Viudazas, viudazas sí,
que debajo del decoro
monjil, hay diamantes y oro,
que no está el difunto allí.
  Verdad es, que aquesta Inés
de doña Antonia me trae
sin seso, pero no cae
con el debido interés.
  Y aunque el Marqués, mi señor
gusta de mis desatinos,
el gastar por los caminos,
ha menester más favor;
  juega el hombre cuando hay juego,
¿qué hacienda no sea ventura?

DON DIEGO:

Aquí la tiene segura,
siendo amigo de don Diego.

ESTEBAN:

  Soy su esclavo.

DON DIEGO:

Pues conmigo
venga, y verá lo que pasa.

ESTEBAN:

No habéis menester encasa
mas que a Esteban para amigo,
  soy el alma del Marqués.

DON DIEGO:

Pues temo que se condene.

ESTEBAN:

No hará, que Villena tiene,
llena el alma de quien es.

(Vanse.)
(Salen JUANA de labradora, y BENITO.)
BENITO:

  Esta es, señora, la Imperial Toledo,
  que el Tajo de cristal a sus pies viene,
y parece que en sombras se detiene.

JUANA:

  No sé cómo este monte no se espanta
de sí mismo, y mirar grandeza tanta,
  en esa luna líquida que tiene
por grillos de sus pies.

BENITO:

De Cuenca viene
  Tajo a prendelle con cadenas de oro,
nunca su nombre ilustre mudó el Moro,
  es su Iglesia mayor imagen viva
del cielo que al gobierno sucesiva,
  de Pedro reconoce solamente.

JUANA:

Sus damas, caballeros, y su gente
  me han obligado el gusto de manera
que en tan noble ciudad vivir quisiera,
  aunque fuera sirviendo en este traje,
que ya no puede haber cosa que baje
  mi fortuna a lugar más abatido.
Temo que un hombre bárbaro ofendido
  me busque, y halle, y si escondida quedo,
Benito en este traje, y en Toledo,
  muy ajustado viene con mi intento,
teniendo con quietud gusto y contento.

BENITO:

  El Regidor que en nuestra aldea tiene
hacienda, me parece que os conviene,
  su hija doña Antonia es la más bella
dama deste lugar, si estáis con ella,
  no os hará falta discreción ninguna;
con esto burlaréis vuestra fortuna
  y veréis un ingenio soberano.

JUANA:

No hubiera para mí remedio humano,
  como vivir donde decís agora,
y más si es tan discreta esa señora,
  vamos, sabré señor, adonde vive,
que dichosa seré si me recibe.

BENITO:

  Eso es muy fácil, porque me ha pedido
  que le busque una moza labradora;
mas no podréis, porque me acuerdo agora
  que había de lavar y amasar.

JUANA:

Digo,
que a lavar y a amasar también me obligo,
  si me agrada esa Antonia.

BENITO:

Hay otro enredo,
que un mozo de los bravos de Toledo
  es su hermano también, masno os dé pena,
que pienso que está ausente el de Villena,
  y es su caballerizo.

JUANA:

Que esté ausente,
o presente, ¿qué importa cuando intente
  algún atrevimiento, soy yo boba,
no le sabré pagar con una escoba,
  y si jugar quisiere de otra pieza,
rompelle con un plato la cabeza?

BENITO:

  ¿Y cómo has de llamarte?

JUANA:

¿Cómo, Juana?
Tú el arca, huésped, me trairás mañana,
  y al Regidor dirás que soy de Olías.

BENITO:

Por el secreto que en mi pecho fías
  te ofrezco eterno amor.

JUANA:

Vamos, que creo
que voy abriendo mi puerta a mi deseo,
  y cuando llego a ver en tal bajeza
mi valor, mi persona y mi nobleza,
  pienso que no le dejo cosa alguna,
que me pueda vengar de mi fortuna.

(Vanse.)
(Salen ANTONIA y DON DIEGO.)
ANTONIA:

  No entráis con malos alientos
de servir y de medrar.

DON DIEGO:

Señor, que llega a fiar
amorosos pensamientos,
ya dice que sus intentos
muestran indicios de amor,
de hacer merced y favor.

ANTONIA:

Vos le tenéis merecido,
pero para mí no ha sido
sino desprecio y rigor.

DON DIEGO:

  Señora, yo entré a servir
a un Príncipe, que engrandeza
igualaba a su nobleza,
no tengo más que decir
siéndome forzoso huir,
de mi patria hallé mi amparo
en vos, que fue mi reparo,
y era justo, Antonia bella,
que la luz de tal estrella
me guiase a Sol tan claro.
  Desde que en la Vega os vi,
y atrevido llegue a hablaros,
propuso el alma adoraros,
y puso su centro allí,
que de mi patria salí,
como quien ya se destierra
para servir en la guerra
a Carlos; pero ya estoy,
donde asegurando voy
las desdichas de mi tierra.
  Y luego aquel mismo día,
que el Marqués me recibió,
al momento me habló
en el amor que os tenía,
  con que así como decía
su pensamiento, iba el mío
desechando el mucho brío
con que os amaba y quería.

DON DIEGO:

  Venció el amor y el temor,
y di la esperanza al viento,
vive Dios, que en esto miento.
(Aparte.)
Que nunca la tuve amor,
y del que tengo en rigor
me está matando en ausencia.
¡Ay mi Isabel qué paciencia
podré pedir a los cielos!,
que con amor siempre hay celos,
y con celos no hay paciencia.
  Diome las joyas que os di,
tabíes y primaveras,
que os trujese, y tan de veras
en su amor le conocí,
que de su casa salí,
prometiendo la mudanza,
que desde la confianza
que hizo de mi valor,
salió dueño mi temor,
y despidió la esperanza.

ANTONIA:

  Don Diego desde aquel día
que el Marqués me quiso bien,
no le traté con desdén,
y su amor entretenía;
pero como presumía
de mi amor lo que es razón,
temblaba de mi opinión.
Y así del mundo me guardo,
y a un Príncipe tan gallardo
no le he mostrado afición.
  Si vos me queréis, yo haré
que el Marqués no se disguste
de que os quiera, y antes guste
de que yo la mano os dé,
que de su grandeza sé,
que ha de volver por mi honor,
siempre fue casto su amor,
que son, donde no se alcanza,
principios de la esperanza,
pensamientos de señor.

DON DIEGO:

  Vos lo decís harto bien,
pero yo lo haría muy mal
si a dueño tan principal
le fuera traidor también,
y aunque no lo diga bien,
tengo Antonia por muy cierto,
que tendrá el odio encubierto,
y señores con enojos,
más despiden con los ojos
que con rigor descubierto.
  Hacer que el Marqués lo quiera
no tengo por imposible,
si él se promete posible
lo que por su boca espera,
quereldo, pues persevera
en amaros, que es rigor
casarle, si os tiene amor,
que no estará bien casado
marido, que fue criado,
donde hubo galán, señor.

(Vase.)


(Salen el REGIDOR y JUANA.)
REGIDOR:

  Pienso que te ha de agradar,
que yo lo estoy por estremo,
la criada que ha traído
Antonia nuestro casero.
Llegad, no estéis temerosa,
conoced a vuestro dueño.

JUANA:

Dadme, señora, las manos.

ANTONIA:

Qué linda persona, cierto
que te agrada con razón.

BENITO:

En toda la Sagra creo
que no hay moza de su talle,
brío, limpieza y aseo.

ANTONIA:

¿Cómo os llamáis?

JUANA:

¿Yo señora?

ANTONIA:

Vos pues.

JUANA:

A servicio vuestro,
Juana.

BENITO:

Sí, señora Juana,
que era mi padre su abuelo,
murió, y huérfana quedó,
a fe que viene de buenos.
Criola el cura su tío,
esta grande y los mancebos
del lugar son con las mozas
como los tordos, que en viendo
colorear mal maduras,
las guindas, andan en celo,
hasta que las dan picadas
si se descuidan los dueños.
Por eso la traigo acá.

ANTONIA:

Hicistes como discreto,
que Juana es gallarda moza,
dispuesta y de lindo cuerpo.
¿Y el sobrenombre?

JUANA:

De Illescas.

BENITO:

Sí, señora, que su abuelo
se llamó Pedro de Illescas,
y Juan de Illescas el viejo,
fue tío de Alonso Aguado,
que señora el parentesco
de los Illescas no es,
la alcuña de mi abolengo.

ANTONIA:

¿Qué haciendas sabéis hacer?

JUANA:

Las que por allá sabemos,
lavar, masar y hacer red.

ANTONIA:

Del buen talle mi contento,
regalar quiero a Benito.

REGIDOR:

Y yo también darle quiero
un vestido que se ponga
las fiestas.

BENITO:

Los pies le beso.

(Vase ANTONIA y el REGIDOR.)
JUANA:

Oye tío, traiga el arca.

BENITO:

Al otro mercado vuelvo.

JUANA:

Si allá viniere mi primo,
diga que estás en Toledo.
(Vase BENITO.)
  Sale la nave próspera y bizarra
de Flandes con inquietas banderolas,
y sin temor de caminar a solas,
las áncoras del puerto desamarra.
Entra en el golfo, deja atrás la barra,
el mar se altera, y en dos horas solas,
les deja el viento entre las pardas olas,
como granizo helado, o verde parra.
Mas siendo entonces su furor ensayos,
viendo que sale el Sol, y hay mar bonanza,
en ánimo se truecan sus desmayos.
Así viendo del cielo la mudanza,
adoro los celajes de sus rayos,
viendo el temor, alivio la esperanza.

(Sale INÉS.)
INÉS:

  ¿Sois vos la recién venida?

JUANA:

¿Y vos quien sirve esta casa?

INÉS:

Soy quien se huelga de veros,
tan compuesta y aliñada.
Que la que se fue tenía
el traje como la cara,
vos seáis muy bienvenida.

JUANA:

Vos seáis muy bien hallada.

INÉS:

Vos habéis tenido dicha,
y elección muy acertada,
a casa venís, que creo
que os hallaréis bien pagada
del trabajo y del servicio.

JUANA:

¿Es de condición muy brava
la señora doña Antonia?

INÉS:

Es un ángel, una santa,
a nadie en toda su vida
dijo una mala palabra,
casa en fin donde no hay
señora mayor, que basta
para que puedan vivir
con libertad las criadas.

JUANA:

Cierto, que lo tengo a dicha,
ya que salgo de mi casa.

(Sale DON FERNANDO.)
FERNANDO:

¿Inés?

INÉS:

Señor.

FERNANDO:

Esa ropa
viene de larga jornada.

INÉS:

Gracias a Dios, que ya tengo
quien me ayude a jabonarla.

FERNANDO:

¿Quién?

JUANA:

Juana, recién venida.

FERNANDO:

Por Dios, que es tan buena Juana,
que puede lavar al Rey.

JUANA:

¿Quién es este?

INÉS:

Hijo de casa.

JUANA:

¿De casa, o del Regidor?

INÉS:

Del Regidor, ¡qué ignorancia!

JUANA:

Como yo vengo de Olías,
no sé de Toledo nada,
señor, aquí ya lo véis,
vengo a servir.

INÉS:

Perdonalda,
que no sabe más agora.

JUANA:

La ropa mande sacarla,
que quien allá lava angeo,
tendrá por guantes la holanda.

FERNANDO:

Si las almas se vistieran
camisas, bella aldeana,
lavar tus manos pudieran
las camisas de las almas.

JUANA:

¡Ay lo que ha dicho,señor!
Hola Inés,¿úsase en Francia
traer las almas camisas?

INÉS:

Díselo, porque le agradas,
que son encarecimientos
de verte las manos blancas.

JUANA:

Como vengo de Olías,
no sé de Toledo nada.

FERNANDO:

A ver Juana esas patenas,
bravos corales y sartas.

JUANA:

Hágase allá, ya lo entiendo,
¿piensa que soy ignorant[a]?

FERNANDO:

¡Qué diese naturaleza
a tal hermosura y gracia,
tan rústico entendimiento!
Oye, espera, tente, para.

JUANA:

Este se quedó, señor.

FERNANDO:

¡Qué arisca que es la villana!

JUANA:

¿Yo morisca? Malos años,
cristiana vieja, y muy rancia.

FERNANDO:

Que no digo sino arisca.

JUANA:

Pregunte en toda la Sagra,
qué gente son los Illescas.

INÉS:

No sé quien ha entrado en casa.

(Sale ESTEBAN.)
ESTEBAN:

¿Está don Fernando aquí?

FERNANDO:

¿Qué hay Esteban?

ESTEBAN:

Que te llama
el Marqués, miseñor.

FERNANDO:

Voy.

(Vase.)
ESTEBAN:

Mira que en el patio aguarda,
pues Inés no hay más hablar,
toda la lealtad se acaba
en habiendo ausencia.

INÉS:

Yo
no hablo a quien no me habla.

ESTEBAN:

Hablar y abrazar, Inés.

INÉS:

¿Qué me trae de la jornada?

ESTEBAN:

¿Es poco traerme a mí?

INÉS:

Es de la jornada nada.

JUANA:

Por donde quiera que voy
hallo amor brava abundancia,
no pienso que hay en el mundo
otra cosa más usada,
los retirados y graves
de que se admiran y espantan,
si ignoran como nacieron,
es temeraria ignorancia,
así se conserva el mundo.

ESTEBAN:

¿Quién es aquesta villana
de tan lindo talle y brío?

INÉS:

Salga fuera noramala,
y no sea bachiller,
que es recién venida a casa.

ESTEBAN:

Labradora de sentidos,
pespuntadora de entrañas,
ojos de brillante espejo,
que en mirándote retratas,
lindo del cabello al pie,
honra ilustre de la Sagra
por el delantal famosa,
y por el sayuelo hidalga,
¿labras vidas o heredades?,
que pienso que tus pestañas
son agujas de tus ojos,
pues que con sus niñas labras.
Vuelve esa cara, ¡ay qué linda!
Vive Dios, que tiene estampas
de coger almas con queso,
como eres toda de natas.

INÉS:

Esto sufro.

JUANA:

Diga Inés,
¿es también hijo de casa
este señor barbipollo?

ESTEBAN:

¿Esto le parece falta?
¿Es mejor cuatro bigotes,
en cuyas espesas ramas
haya soto de conejos?
Porque yo no sé que valgan
más que para ser escobas,
barrer y regar la cara.

JUANA:

Como yo vengo de Olías,
no sé de Toledo nada.

INÉS:

Señor, viene.

JUANA:

A la cocina.

INÉS:

Sube esa escalera Juana.

ESTEBAN:

Juana me ha muerto,bseñores,
reñí con ella sin armas;
que virotazo me ha dado.

(Vase.)


INÉS:

Ah traidor, ¿así me pagas
tanto amor, tanta amistad?
Juana en esta buena entrada.

JUANA:

No temas Inés, que soy
un cuerpo que anda sin alma,
una cifra no entendida,
una escritura borrada,
una sombra que anda en pena,
y una pena en sombras tantas,
que solo un Sol que está ausente
puede con su lumbre clara
descifrarle y darle vida,
gloria, gusto y esperanza.

INÉS:

No te entiendo.

JUANA:

Ni es posible.

INÉS:

Loca me pareces, Juana.

JUANA:

Como yo vengo de Olías,
no sé de Toledo nada.
[... -ío]
 [...]