Por la mano prende el Cid

Nota: Esta transcripción respeta la ortografía original de la época.

LXII





or la mano prende el Cid,
no con rigor ni con saña,
al joven Martín Peláez
que fuyó de la batalla,
y por mejor reprendelle
de su cobardía mala,
se sienta á su mesa y dice
con amorosas palabras:
—Yantemos en uno juntos,
que non he sabor ni gana
que yantedes con los grandes
que han ganado con su espada;
yantad en esa escodilla,
que el uno al otro se llama,
yo por no ser bueno os quiero
á mi lado y á mi estancia:

los que allí con Alvar Fáñez
con él se asientan y yantan,
ganaron con sus proezas
la mesa y perpetua fama.
Con la sangre de enemigos
es bien lavar nuestras manchas
que en el honor han caído
rindiendo la vida y almas.
Vergoñosa vida atiende
aquel que valor le falta,
magüer que haya su facienda
de los mejores de España.
Miémbresevos de los fechos
pasados que ha fecho en armas
mi amigo Pedro Bermúdez,
y cuán bien su espada talla.
Aguisémonos de guisa
que ninguno tuerto faga,
ni los moros valencianos
puedan afrentar sus lanzas.
Facer lo que home es tenudo
de toda culpa descarga,
porque allí no hay fallimiento
de lo que la honra encarga.
Esto dicho, el Cid callóse,
y la comida acabada,
mandó tocar las trompetas,
y que se pongan en armas,
y los moros valencianos
con las gentes asturianas
traban una escaramuza
encendiendo nueva saña.
Corrido Martín Peláez
de las pasadas palabras,
hizo cosas aquel día
que al Cid admiran y espantan;

tanto, que aquel vencimiento
á Martín Peláez se daba.
Los moros su nombre temen,
con que ganó lauro y palma.