Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/IV

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​Política de Dios, gobierno de Cristo​ de Francisco de Quevedo y Villegas
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No sólo ha de dar a entender el rey que sabe lo que da, mas también lo que le toman; y que sepan los que están a su lado que siente aún lo que ellos no ven, y que su sombra y su vestido vela.- Este sentido en el rey es el mejor consejero de hacienda, y el primero que preside a todos. (Matth., 9; Marc., 5; Luc., 8.)

Dicebat autem intra se: Si tetigero tantum vestimentum ejus, salva ero. Et sensit corpore quia sanata esset a plaga. Et statim Jesus in semetipso cognoscens virtutem quae exierat de illo, conversus ad turbam, ajebat: Quis tetigit vestimenta mea? Negantibus autem omnibus, dixit Petrus, et qui cum illo erant: Praeceptor, turbae te comprimunt, et affligut et dicis: Quis me tetigit? Et dixit Jesus. Tetigit me aliquis: nam ego novi virtutem de me exiisse.



«Decía entre sí: Con sólo tocar su vestido seré salva; y sintió en el cuerpo que había sanado de la plaga; y Jesús conociendo en sí mismo la virtud que había salido de sí, vuelto a la multitud, dijo: ¿Quién tocó a mí y a mis vestidos? Y negándolo todos, Pedro y los que con él estaban dijeron: Maestro, las olas de la multitud te bruman y afligen, y tú dices: ¿Quién me tocó? Y dijo Jesús: Alguno me tocó, porque yo conocí que salía de mí virtud».

El buen rey, Señor, ha de cuidar no sólo de su reino y de su familia, mas de su vestido y de su sombra; y no ha de contentarse con tener este cuidado: ha de hacer que los que le sirven, y están a su lado, y sus enemigos, vean que le tiene. Semejante atención reprime atrevimientos que ocasiona el divertimiento del príncipe en las personas que le asisten, y acobarda las insidias de los enemigos que desvelados le espían. El ocio y la inclinación no ha de dar parte a otro en sus cuidados; porque el logro de los ambiciosos, y su peligro y desprecio, está disimulado en lo que deja de lo que le toca. Quien divierte al rey, le depone, no le sirve. A esta causa los que por tal camino pueden con los reyes, se van fulminando el proceso con sus méritos; su buena dicha es su acusación, y hallan testigos contra sí los medios que eligieron, y se ven con tanta culpa como autoridad; y al que puede, en lo que había de respetar y obedecer de lejos, nadie le aconseja por bueno sino aquello que después le sea fácil acusárselo por malo: y en la adversidad la calumnia, que es de bajo linaje y siempre ruines sus pensamientos, califica por fiscales los cómplices y los partícipes. Así lo enseñan siempre a todos, no escarmentando alguno, las historias y los sucesos. Es el caso de este evangelio tal, que rey o monarca que no abriere los ojos en él, y no despertare, da señas de difunto, que tiene la reputación en poder de la muerte.



Tocó la pobre mujer la vestidura de Cristo. El llegar a los reyes y a su ropa basta a hacer dichosos y bienaventurados. Volvió Cristo, yendo en medio de gran concurso de gentes que le llevaban en peso, y con novedad dijo: ¿Quién me tocó? Dice el texto que los que le brumaban dijeron que ellos no eran. Esta respuesta siempre la oigo; y aquellos que aprietan a los reyes y los ponen en aprieto, dicen que no tocan a ellos. San Pedro, que no sufría desenvolturas, los desmintió, y respondió a Cristo: Maestro, estante apretando tantos hombres, que no hay alguno que no te toque y te moleste, y preguntas, ¿quién me tocó? Desmintió el buen ministro a aquellos que le seguían con ruido y alboroto, y decían que no le tocaban. Alguno me tocó, dijo Cristo, que yo he sentido salir virtud de mí. ¡Oh buen Rey, que sientes que te toquen en el pelo de la ropa (como dicen)! Y así fue. Ha de ser sensitiva la majestad aun en los vestidos. Nadie le ha de tocar, que no lo sienta, que no sepa que le toca, que no dé a entender que lo sabe. No ha de ser lícito tomar nadie del rey cosa que él no lo sepa ni lo sienta. ¿Qué será que haya quien tome de él para echar a mal, sin que lo eche de ver el rey, y lo diga? Quiere Cristo que sane la mujer, y que le toque; sintió que había salido virtud de él; sabía quién era la que le había tocado, y lo preguntó para desarrebozar la hipocresía de los que, apretándole más, dijeron que no le tocaban; para que San Pedro y los que con él estaban (que habían de suceder en este cuidado a Cristo, cada uno en su provincia, y Pedro en toda la Iglesia), abriesen los ojos, y conociesen cuánto cuidado es menester tener con los que acompañan, aprietan y tocan a los reyes; y que los monarcas de todo han de hacer caso, y con todo han de tener cuenta.



Llegue la necesidad recatada, y a hurto y muda, y remédiese; mas sepa el necesitado que lo sabe el príncipe, y que atiende a todo su poder, de suerte que sabe el que tiene, y el que da, y el que le toman. Distribuya vuestra majestad y dé a los beneméritos, que son acreedores de toda su grandeza, y tal vez negocie el oprimido por debajo de la cuerda: remédiese con tocar a la sombra de vuestra majestad, que no es más algún favorecido; mas sepa el uno y el otro, que vuestra majestad sabe la virtud que salió de su grandeza: entonces será milagro; si no, pasará por hurto calificado. Si los privados supiesen aprender a ministros del ruedo de la vestidura de Cristo, ¡cuán bien aseguraran la buena dicha! El ruedo sirve al señor, es lo postrero de la vestidura, anda a los pies, y sirve arrastrando: condiciones de la humildad y reconocimiento, que solamente son seguro de la prosperidad. Medre quien tocare al privado; mas de tal manera que lo sienta el rey en sí, y lo diga, sin que en él se quede alguna cosa. Y es tan peligroso en el seso humano ser instrumento de mercedes, que a lo que disponen dan a entender que lo hacen; y de criados, a los primeros atrevimientos, pasan a señores; y poco más adelante a despreciar al dueño. Y como Cristo mortificó aquí la presunción de la fimbria de su vestido, diciendo: -30- «Yo sentí salir virtud de mí», así lo deben hacer los reyes en todo lo que dispusieren, por su crédito y el de las propias mercedes y puestos y personas que los alcanzan; y es tener misericordia de sus ministros desembarazarlos de este riesgo tan halagüeño y de tan buen sabor a los desórdenes del apetito y ambición de los hombres; pues quien permite este entretenimiento a su criado, artífice es de su ruina.