Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/II

I
Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
II
III

II


Todos los príncipes, reyes y monarcas del mundo han padecido servidumbre y esclavitud: sólo Jesucristo fue rey en toda libertad

Tres cosas están a mi cargo para introducción de este discurso y desempeñarme de la novedad que promete este capítulo; y ordenadas, son: que fue rey Jesucristo; que lo supo ser solamente entre todos los reyes; que no ha habido rey que lo sepa ser, sino él solo.

Nace en la pobreza más encarecida, apenas con aparato de hombre: sus primeras mantillas el heno, su abrigo el vaho de los animales; en la sazón del año más mal acondicionada, donde la noche y el invierno le alojaron en las primeras congojas de esta vida, con hospedaje que aun en la necesidad le rehusaran las fieras. Y en tal paraje por príncipe de la paz le aclamaron los ángeles; y los reyes vienen de Oriente adestrados por una luz, sabidora de los caminos del Señor, y preguntan a Herodes5: «¿Dónde está el que ha nacido Rey de los judíos?». Reyes le adoraron como a rey, que lo es de los reyes; ofreciéronle tributos misteriosos; su nombre es el Ungido; y es de advertir que cuando nace le adoran reyes, y cuando muere le escriben rey. Que fue rey tienen todos; y si fue rey en lo temporal, disputa fray Alonso de Mendoza en sus Questiones quodlibéticas. Si fue rey6 los teólogos lo determinan. Él dijo que tenía reino7: «Mi reino no es de este mundo». Así lo dijo después San Pablo8: «Mas estando Cristo ya presente, pontífice de los bienes venideros por otro más excelente y perfecto tabernáculo, no hecho por mano, es a saber, no por creación ordinaria, etc.* ». Siguiose aquella pregunta misteriosa: «¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos11?». Gritaron otra vez, diciendo: «No a éste». Negáronle la soltura, y disimuláronle la dignidad, respondiendo a la palabra vuestro rey; si bien lo contradijeron, diciendo en otra ocasión: «No tenemos rey, sino a César», cuando Pilatos le intituló en tres idiomas rey en la Cruz, lo que mantuvo constantemente, diciendo: «Lo que escribí, escribí». ¡Qué frecuente andaba la profecía en la pasión de Cristo, ignorada de las lenguas que la pronunciaban!



Con gran novedad (tales son las glorias de Dios hombre) autorizan esta majestad las palabras del Ladrón en la cruz, diciendo: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Grande era la majestad que dio a conocer reino y poder en una cruz. No le calló la corona de espinas la que disimulaba de eterno monarca. Mejor entendió el Ladrón la divinidad, que los reyes. Ellos lo eran, y un rey, mejor conoce a otro. Tuvieron maestro resplandeciente, adestrolos el milagro, llevolos de la mano la maravilla. A Dimas no sólo le faltó estrella, más escureciéronsele todas en el sol y la luna, el día le faltó en el día; ellos le hallaron al principio de la vida, amaneciendo; y éste, al cabo de ella, espirando y despreciado de su compañero. Ellos volvieron por otro camino por no morir, amenazados de las sospechas de Herodes; y éste para ignominia de Cristo moría con él. Pues siendo esta majestad tan descubierta, y este reino tan visible en la cruz, y en el Calvario, y entre dos ladrones, ¿qué será quien le negare el reino a Cristo en la diestra del Padre Eterno, en su vida y en su predicación, en su ejemplo y en el santísimo Sacramento del altar? Éste a la doctrina blasfema de Gestas se arrima. En la Iglesia católica persevera este lenguaje de llamarle rey, y como a tal le señala la cruz por guión, cantando:



Vexilla Regis prodeunt.

San Cirilo, al hablar de cuando descendió a los infiernos, exclama: «¿Y no quieres que, bajando el rey, libre a su voz? Allí estaba David y Samuel y todos los profetas, y el mismo Juan Bautista». Y el propio santo padre Cirilo dice de Cristo: «Que es rey a quien ningún sucesor sacará del reino».

Que fue rey; que le adoraron como a tal; que le aclamaron rey; que dijo que lo era, y él habló de su reino; que le sobrescribieron con este título; que la Iglesia lo prosiguió; que la teología lo afirma; que los santos le han dado este nombre, constantemente lo afirman los lugares referidos. Dejo que los profetas le prometieron rey, y que los salmos repetidamente lo cantan, y así lo esperaron las gentes y los judíos; aunque las sinagogas del pueblo endurecido le apropiaron el reino que deseaba su codicia, no el conveniente a las demostraciones de su amor. Y a esta causa, arrimando su incredulidad a las dudas de sus designios interesados, echaron menos en Cristo, para el rey prometido, el reino temporal y la vanidad del mundo, y (como de ellos dijo San Jerónimo) la Jerusalén de oro y de perlas que esperaban, y los reinos perecederos. Y aunque los más hebreos, con rabí Salomón, sobre Zacarías, esperan el Mesías en esta forma, con familia, ejércitos y armas, y con ellas que los libre de los romanos; -no faltan en el Talmud rabíes que lo confiesan rey y pobre mendigo, pues dijeron: Quod Rex Mesias jam natus est in fine secundi templi; sed pauper, et mendicus, mundi partes percurrit, et reperietur Romae mendicans inter leprosos. Confiesan que será rey, y pobre, y que andará entre los leprosos. Y en el Sanhedrin, en el capítulo Heloc, dicen: «Toda Israel tiene el padre del futuro siglo». Así lo hemos referido de Cristo con sus palabras. Por esto, ni los profetas ni los rabíes incrédulos no echan menos las riquezas del reino temporal para llamarle rey.



Y siendo esto así, le vieron ejercer jurisdicción civil y criminal. Diole la persecución, tentándole, lo que le negaba la malicia incrédula, como se vio en las monedas para el tributo de César, y en la adúltera. Obra de rey fue gloriosa y espléndida el convite de los panes y los peces. Ya le vieron debajo del dosel en el Tabor los tres discípulos. Magnífico y misterioso se mostró en Caná; maravilloso en casa de Marta, resucitando una vez un alma, otra un cuerpo; valiente en el templo, cuando con unos cordeles enmendó el atrio, castigó los mohatreros que profanaban el templo, y atemorizó los escribas. Cuando le prendieron, militó con las palabras; preso, respondió con el silencio; crucificado, reinó en los oprobios; muerto, ejecutorió el vasallaje que le debían el sol y la luna, y venció la muerte. De manera, que siendo rey, y pobre, y señor del mundo, en éste fue rey de todos, por quien era. Pocos fueron entonces suyos, porque le conocieron pocos; y entre doce hombres (no cabal el número, que uno le vendió, otro le negó, los más huyeron y algunos le dudaron) fue monarca, y tuvo reinos en tan poca familia, y sólo Cristo supo ser rey.



¿Quién entre los innumerables hombres que lo han sido (o por elección, o por las armas, o adoptados, o por el derecho de la sucesión legítima), ha dejado de ser juntamente rey y reino de sus criados, de sus hijos, de su mujer, o de los padres, o de sus amigos? ¿Quién no ha sido vasallo de alguna pasión, esclavo de algún vicio? Si los cuenta la verdad, pocos. Y éstos serán los santos que ha habido reyes. Prolijo estudio será referir los más que se han dejado arrastrar de sus pasiones; imposible todos. Bastará hacer memoria de algunos que fundaron las monarquías y las grandezas.



Hizo Dios a Adán señor de todas las cosas; púsole en el paraíso; criole en estado de inocencia; diole sabiduría sobre todos los partos de los elementos; y siendo señor de todo, y conociendo a quien lo había criado, y que en su sueño le buscaba compañía, y se la fabricaba de su costilla, -al primer coloquio que tuvo con Eva, su mujer, por complacerla, despreció a quien le hizo poco antes de tierra, y le espiró vida en la cara, y le llamó su imagen. Púsose de parte de la serpiente; obedeció a la mujer; tuvo en poco las amenazas que padeció ejecutivas. Tal es el oficio de mandar y ser señor, que en éste (que fue el primero a todos y el mayor, siendo hecho por la mano de Dios no sólo él sino la compañía suya y su lado), en dejándole Dios consigo, sirvió a la mujer con la sujeción y obediencia. ¿Qué se podrá temer de los que hacen reyes la elección dudosa de los hombres, o el acaso en la sucesión, o la violencia en las armas? Y no es de olvidar que habiendo de tener lado, y no siendo bueno que estén solos, -esta compañía, este lado, que llaman ministro, ellos se le buscan, y le dan a quien se le granjea. Y si allí no aprovechó contra las malas mañas del puesto, ser Dios artífice del señor y de su compañía, que es su lado, y de su lado, ¿cuál riesgo será el de los que son tan de otra suerte puestos en dignidad por sí propios, o por otros hombres? Las historias lo dicen, y lo dirán siempre con un mismo lenguaje, y la fortuna con un suceso, o más apresurado o más diferido, no por piedad, sino por materia de mayor dolor. Y no quiero olvidar advertencia (que apea nuestra presunción) arrimada a las palabras de Dios, para que conozcamos que de nosotros no podemos esperar sino muerte y condenación. Dijo Dios en el 2 del Génesis: «Dijo también el Señor Dios: No es bien que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda semejante a él». Luego le dio sueño, y de su costilla fabricó a Eva, ayuda semejante a él. Bien claro se ve aquí que del hombre y semejante al hombre, la ayuda será para perderse, como se vio luego en Adán. Señor, no sólo los reyes han de recelarse de los que están a su lado, siendo semejantes a ellos, sino de su lado mismo; que en durmiéndose, su propio lado dará materiales, con favor y ocasión del sueño, para fabricar con nombre de ayuda su ruina y desolación.



Lo que Dios propio hace para socorro del hombre, si con Dios y para Dios no usa de ello, de la carne de su carne y de los huesos de sus huesos debe recelarse, y tener sospecha porque no se deje vencer de alguna persecución mañosa, de alguna complacencia descaminada, de alguna negociación entremetida. Llámase Cristo hijo de David. A David llámanle todos el real profeta y el santo rey: débensele tales blasones, y fue rey de Israel; y en él fueron reyes el homicidio y el adulterio. Salomón supo pedir, y recibió sabiduría y riqueza: fue rey más conocido por sabio, que por su nombre; es proverbio del mejor don de Dios, y sus palabras son el firmamento de la prudencia, por donde se gobierna toda la navegación de nuestras pasiones; y siendo una vez rey, fue trescientas reino de otras tantas rameras. Si llegas el examen a los emperadores griegos, de más vicios fueron reino, que tuvieron vasallos. Si pasas a los romanos, ¿de qué locura, de qué insulto, de qué infamia no fueron provincias y vasallos? No hallarás alguno sin señor en el alma. Donde la lujuria no ha hallado puerta, que se ve raras veces (y fáciles de contar, si no de creer), ha entrado a ser monarca o el descuido, o la venganza, o la pasión, o el interés, o la prodigalidad, o el divertimiento, o la resignación que de todos los pecados hace partícipe a un príncipe. Cortos son los confines de la resignación a la hipocresía. Sólo Cristo rey pudo decir: Quis ex vobis arguet me de peccato? (Joann., 8.)



No demuestro en las personas estos afectos, por no disfamar otra vez todas las edades y naciones, y excusar la repetición a aquellos nombres coronados que hoy padecen en su memoria su afrenta. Dejemos esta parte del horror y de la nota, y sea así que nadie supo ser rey cabal, sin ser por otra u otras partes reino. Descansemos del asco de estos pecados, y veamos cómo Cristo supo ser Rey: esto se ve en cada palabra suya, y se lee en cada letra de los evangelistas. No tuvo sujeción a carne ni sangre. De su Madre y sus deudos curó menos que de su oficio; así lo dijo: «Mi Madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad de mi Padre». En Caná, porque (como diremos en su lugar) su Madre le advirtió en público que faltaba vino, la dijo: Quid mihi et tibi, mulier? Espirando en la Cruz, la llamó mujer, y madre de su discípulo, atendiendo sólo al oficio de redentor, y al Padre que está en el cielo. A los parientes no les concedió lo que pidieron, y así les dice que no saben lo que se piden. Una vez que se atrevieron a pedir su lado y las sillas, siendo rey y Dios, no se dedigna de decir: Non est meum dare vobis. «No me toca a mí dároslo». Otra vez les dijo que no sabían de qué espíritu eran, y los riñó ásperamente porque se enojaban con los que no los seguían. A San Pedro, su valido y su sucesor, porque le quiso excusar los trabajos y le buscaba el descanso, le llamó Satanás, y lo echó de sí. Éste fue grande acierto de rey. Quien se descuidare en esto, ¿qué sabe? También perderá el reino, la vida y el alma. Cristo rogó por sus enemigos; y a San Pedro, porque hirió al que le prendía y maltrataba, lo amenazó. No consintió que alguno, entre los otros, aun en su corazón pretendiese mayoría, ni quiso que presumiese de saber su secreto. Sic eum volo manere (respondió preguntándole de San Juan): Quid ad te? No admitió lisonjas de los poderosos, como se lee en el príncipe que le dijo magister bone; ni se retiró en la majestad a los ruegos de los necesitados; ni atendió a cosa que fuese su descanso o su comodidad. Toda su vida y su persona fatigó por el bien de los otros: punto en que todos han tropezado, y que conforme la definición de Aristóteles, sólo es rey el que lo hace; y según Bocalino, nadie lo hizo de todos los reyes que ha habido.



Cristo rey vivió para todos, y murió por todos: mandaba que le siguiesen: Sequere me. Qui sequitur me, non ambulat in tenebris. No seguía donde le mandaban; y como más largamente se verá en el libro, Cristo solo supo ser rey; y así sólo lo sabrá ser quien le imitare.

A esto hay dificultad, que da cuidado a la plática de este libro. Dirán los que tienen devoción melindrosa, que no le es posible al hombre imitar a Dios. Parece ése respeto religioso, y es achaque mal intencionado: imitar a Dios es forzoso, es forzosamente útil, es fácil. Él dijo: Discite a me.

Tres géneros de repúblicas ha administrado Dios. La primera Dios consigo y sus ángeles. Este gobierno no es apropiado para el hombre, que tiene alma eterna detenida en barro, y gobierna hombres de naturaleza que enfermó la culpa, por ser Dios en sí la idea con espíritus puros, no porfiados de otra ley facinerosa. El segundo gobierno fue el que Dios como Dios ejercitó desde Adán todo el tiempo de la ley escrita, donde daba la ley, castigaba los delitos, pedía cuenta de las traiciones e inobediencias, degollaba los primogénitos, elegía los reyes, hablaba por los profetas, confundía las lenguas, vencía las batallas, nombraba los capitanes y conducía sus gentes. Éste, aunque fue gobierno de hombres, le hallan desigual, porque el gobernador era Dios solo, grande en sí, y veía los rodeos de la malicia con que en traje de humildad y respeto descamina la razón de los ejemplares divinos. En el tercer gobierno vino Dios y encarnó, y hecho hombre gobernó los hombres, y para instrumento de la conquista de todo el mundo, a Solis ortu usque ad occasum, escogió idiotas y pescadores, y fue rey pobre, para que con esta ventaja ricos los reyes, y asistidos de sabios y doctos, no sean capaces de respuesta en sus errores. Vino a enseñar a los reyes. Véase en que frecuentemente hablaba con los sacerdotes y ancianos, y que en el templo le hallaron enseñando a los doctores; que el buen rey se ha de perder por enseñar, y hace más fuerza; que enseñar a cada hombre de por sí, no era posible, sin milagro; y este método no le podía ignorar la suma sabiduría del Padre, que era enseñar a los reyes, a cuyo ejemplo se compone todo el mundo. Y esto hizo, y sólo él lo supo hacer, y sólo lo acertará quien le imitare.