Pensamientos (Rousseau 1824): 27

Pensamientos
de Jean-Jacques Rousseau
Hombre salvage

HOMBRE SELVAGE.


Los deseos del hombre selvage no pasan de sus necesidades físicas: los únicos bienes que conoce en el universo, son el alimento, una muger, y la holganza ó el reposo; y los únicos males que teme, son el dolor y no la muerte, porque jamas sabrá el animal lo que es morir; y el conocimiento de la muerte y sus terrores es una de las primeras adquisiciones que ha hecho el hombre alejandose de la condicion animal.

El hombre selvage estando siempre solo, ocioso, y próximo al peligro, debe gustar de dormir, y tener el sueño ligero como los animales, que pensando poco, duermen,

por decirlo asi, todo el tiempo que no piensan. Formando su propia conservacion casi su único cuidado, sus facultades mas ejercitadas deben ser las que tienen por principal objeto el ataque y la defensa, ya para sujetar su presa, ya para garantirse de ser él mismo la de otro animal. Al contrario, los órganos que solo se perfeccionan por la molicie y la sensualidad, deben permanecer en un estado de grosería que escluya en él toda especie de delicadeza; hallandose dividídos sobre este punto sus sentimientos, tendrá el tacto y el gusto sumamente torpes, y la vista y el olfato de la mayor sutileza. Tel es en general el estado animal, y asi es, segun la relacion de los viageros, el de la mayor parte de los pueblos selvages.

Siendo el cuerpo del hombre selvage el único instrumento que él conoce, le emplea en diversos usos de lo que son incapaces los nuestros por falta de ejercicio; nuestra industria es la que nos quita la fuerza y la agilidad que la necesidad obliga á adquirir. Si hubiese tenido el selvage una hacha, ¿romperia con sus puños tan fuertes ramas? Si hubiese tenido una honda, ¿lanzaria con la mano una piedra con tanta fuerza? ¿Treparia

ria tan ligeramente sobre un árbol, si hubiese tenido una escala? ¿Seria tan veloz en la carrera, si hubiese tenido un caballo? Dejemos el tiempo al hombre civilizado para reunir al rededor de sí todas sus máquinas, no puede dudarse que con dificultad sobrepuja al hombre selvage; pero si queremos ver una lucha todavía desigual, pongamoslos desnudos uno enfrente de otro, y bien pronto conocerémos cual es la ventaja de tener incesantemente todas sus fuerzas á su disposicion, de estar siempre pronto á todo acontecimiento, y de llevarse siempre, por decirlo asi, todo entero consigo mismo.

Hay dos clases de hombres cuyos cuerpos estan en un ejercicio continuo, y que seguramente cuidan tan poco los unos como los otros de cultivar su espíritu, y son la gente del campo y los selvages. Los primeros son rústicos, groseros, y faltos de habilidad; los otros, conocidos por su gran sentido, lo son mas aun por la sutileza de su espíritu: generalmente, nada hay mas torpe que un rústico del campo, ni mas astuto que un selvage. ¿De donde viene esta diferencia? De que el primero, haciendo siempre lo que se le manda, lo que ha visto hacer á su padre

desde su juventud, no obra jamas sino por rutina; y en su vida casi autómata, empleado incesantemente en los mismo trabajos, el hábito y la obediencia ocupan el lugar de la razon.

Otra cosa sucede en cuanto al selvage: no estando adicto á ningun lugar, no teniendo obligacion alguna prescrita, no obedeciendo á nadie, sin otra ley que su voluntad, se vé forzado á raciocinar á cada momento de su vida; no hace un movimiento, no da un paso sin haber mirado ántes las consecuencias que puede seguirse. Asi, ilustra su espíritu: crecen á un tiempo su fuerza y su razon, y la una se estiende por la otra.