Pensamientos (Rousseau 1824): 16

VIAGES.


No se abre un libro de viages en el que no se hallen descripciones de caracteres y de costumbres; pero causa estrañeza ver en él que esas gentes que tantas cosas han descrito nada mas han dicho que lo que ya cada uno sabia; y que no han sabido percibir al otro estremo del mundo sino lo que no hubiera dependido mas que de ellos mismos el notar sin salir de su misma calle; y que estos rasgos verdaderos que distinguen á las naciones, que hieren los ojos hechos para ver, se han escapado casi siempre á los suyos. De aquí ha venido aquel bello adagio de moral, tan rebatido por toda la turba filosófica, de que los hombres son los mismos

por todas partes: que teniendo por todas partes los mismos vicios y las mismas pasiones, es bien inútil tratar de caracterizar á los diferentes pueblos; lo que es razonar casi tan bien como si se dijese que no se podria distinguir á Pedro de Juan, porque ámbos tienen una nariz, una boca y unos ojos.

¿No se verá jamas renacer aquellos tiempos felices en que los pueblos no se metian á filosofar, pero en los que los Platones, los Tales y los Pitagoras, arrebatados de un deseo ardiente de saber, emprendían los mayores viages únicamente para instruirse, é iban lejos á sacudir el yugo de las preocupaciones nacionales, á aprender á conocer á los hombres por sus semejanzas y por sus diferencias, y á adquirir aquellos conocimientos universales que no son de un siglo ó pais esclusívamente, sino que siendo de todos los tiempos y de todos los lugares, son, por decirlo asi, la ciencia comun de los sabios?

Se admira la magnificencia de algunos curiosos que han hecho, á fuerza de grandes gastos, viages al Oriente con sabios y pintores para dibujar allí unas medidas, y descifrar y copiar inscripciones; pero me cuesta trabajo

concebir como en un siglo en que se hace alarde de bellos conocimientos, no se hallen dos hombres bien unidos, ricos el uno en dinero y el otro en genio, ámbos amantes de la gloria y aspirando á la inmortalidad, que el uno sacrifique veinte mil escudos de su riqueza, y el otro diez años de su vida, á un célebre viage al derredor del mundo, para estudiar en él no siempre las piedras y las plantas, sino una vez los hombres y las costumbres; y que, despues de tantos siglos empleados en medir y considerar la casa, se paren en querer conocer á los habitantes.

Hay muchas gentes á quienes los viages instruyen menos aun que los libros, porque ignoran el arte de pensar; pues á lo menos en la lectura es guiado su espíritu por el autor, y en sus viages nada saben ver por sí mismos.

De todos los pueblos del mundo el que mas viaja es el Francés; pero poseido de sus usos, confunde todo lo que no se les parece. En todos los rincones del mundo hay Franceses: en él no hay pais en que se encuentren mas gentes que hayan viajado, que en Francia. Sin embargo de esto, de todos los pueblos de Europa el que vé mas los conoce

menos. El Inglés viaja tambien, pero de otro modo; es preciso que estos dos pueblos sean contrarios en todo. La nobleza inglesa viaja, la francesa no: el pueblo francés viaja, el inglés no: los Franceses casi siempre tienen algun interes secreto en sus viages, los Ingleses nunca van á buscar fortuna entre las otras naciones sino es por el comercio y con las manos llenas cuando viajan por ellas, es para derramar allí su dinero, no para vivir de la industria; son demasiado orgullosos para ir á humillarse fuera de su casa. Esto hace que se instruyan mejor en el estrangero que lo hacen los Franceses, que tienen otro objeto en la idea. Los Ingleses tienen sin embargo sus preocupaciones nacionales, las tienen mas que nadie; pero estas preocupaciones dependen menos de la ignorancia que de la pasion. El Inglés tiene las preocupaciones del orgullo, y el Francés las de la vanidad.

Como los pueblos menos cultos son generalmente los mas sabios, los que viajan menos viajan mejor; porque estando menos adelantados que nosotros en nuestras investigaciones frivolas, y menos ocupados de los objetos de nuestra vana curiosidad, prestan

toda su atencion á lo que es verdaderamente útil. Yo casi no conozco sino á los Españoles que viajen de este modo. Miéntras un Francés recorre las casas de los artistas del país, un Inglés hace dibujar en él alguna antigüedad, y un Aleman va con su librito de memoria á casa de todos los sabios, el Español estudia en silencio el gobierno, las costumbres, la policía; y es el útiico de los cuatro que de vuelta á su casa trae de lo que ha visto alguna observacion útil á su país.

Los antiguos viajaban poco, leian poco, hacían pocos libros, y sin embargo se vé en los que de ellos nos quedan, que se observaban mejor unos á otros, que nosotros observamos á nuestros contemporáneos. Sin remontarnos á los escritos de Homero; el único poeta que nos transporta al país que describe, no se puede negar á Herodoto el honor de haber pintado en su historia las costumbres (aunque ella se vaya mas en narraciones que en reflexiones) mejor que lo hacen nuestros historiadores cargando sus libros de retratos y de caracteres. Tacito ha descrito mejor á los Germanos de su tiempo, que ningun autor lo ha hecho de los Alemanes del día. Incontestablemente los que estan

versados en la historia antigua conocen mejor á los Griegos, á los Cartagineses, á los Romanos, á los Galos y á los Persas, que ningun pueblo de nuestros días conoce á sus vecinos.

Es preciso confesar tambien que borrandose de dia en dia los caracteres originales de los pueblos, se hacen por lo mismo mas difíciles de conocer. Al paso que se mezclan las castas y se confunden los pueblos, se ven desaparecer poco á poco las diferencias nacionales que en otro tiempo se percibían al primer golpe de vista. Antiguamente cada nacion permanecía mas encerrada en sí misma, habia menos comunicacion, menos viages, menos intereses comunes ó contrarios, menos uniones políticas y civiles de pueblo á pueblo, ninguna de tantas contiendas reales llamadas negociaciones, ningunos embajadores ordinarios ó residentes continuamente; eran raras las grandes navegaciones, habia poco comercio con países remotos, y el poco que habia se hacia por el Príncipe mismo que se servia para él de estrangeros, ó por gentes despreciadas que á nadie daban el tono, ni atraían las naciones. Hay cien veces mas union ahora entre Europa y Asia que en otro tiempo entre la

Gaula y la España: la Europa sola estaba mas desparramada que la tierra entera lo está en el día.

Añadase á esto que mirandose los antiguos pueblos como autoctonos ú originarios de su propio país, lo ocupaban hacia muy largo tiempo para haber perdido la memoria de los siglos remotos en que sus antecesores se habían establecido en él, y para que el tiempo hubiese dejado al clima hacer sobre ellos impresiones durables; en vez de que entre nosotros, despues de las invasiones de los Romanos, las recientes emigraciones de los Bárbaros todo lo han mezclado, todo lo han confundido. Los Franceses del dia no son ya esos grandes cuerpos rubios y blancos de otro tiempo; los Griegos no son ya esos hermosos hombres hechos para servir de modelos al arte; la figura de los mismos Romanos ha mudado de carácter, asi como su natural; los Persas originarios de Tartaria cada día pierden de su fealdad primitiva por la mezcla de la sangre circasiana. Los Europeos no son ya Galos, Germanos, Liberianos, Alobroges; no son mas que Escitas diversamente degenerados en cuanto á la figura, y mas aun en cuanto á las costumbres.

He aquí por que las antiguas distinciones de las razas, las cualidades del aire y del terreno, demarcaban mas fuertemente de pueblo á pueblo los temperamentos, las figuras, las costumbres y los caracteres, que todo lo que se pueden demarcar en nuestros dias, en que la inconstancia europea no deja tiempo á ninguna causa natural para hacer sus impresiones, y en que cortados los bosques, desecados los pantanos, y cultivada la tierra con mas uniformidad, aunque mas mal, no permiten ya, ni aun á lo físico, la misma diferencia de tierra á tierra y de pais á país.

Quizá con semejantes reflexiones nos miraríamos mas en ello para criticar á Herodoto, Ctesias y Plinio, por haber representado á los habitantes de diversos países con unos rasgos originales y unas diferencias señaladas que ya no vemos en ellos. Seria necesario volver á hallar los mismos hombres para reconocer en ellos las mismas figuras: seria necesario que nada les hubiese hecho mudar para que hubiesen permanecido los mismos. Si pudiésemos considerar á un tiempo á todos los hombres que han existido, ¿puede ponerse en duda que no los hallaríamos

mas diversos de siglo á siglo, que lo que se les halla en el dia de nacion á nación?

Al mismo tiempo que las observaciones van haciendose mas difíciles, se hacen con mas negligencia y mas mal; y esta es otra razon del poco fruto de nuestras investigaciones en la historia natural del género humano. La instruccion que se saca de los viages es relativa al objeto que los hace emprender. Cuando este objeto es un sistema de filosofía, jamas vé el viagero lo que quiere ver: cuando este objeto es el interes, absorve toda la atencion de aquellos que se entregan á él. El comercio y las artes que mezclan y confunden los pueblos, les impiden tambien estudiarse: cuando saben la utilidad que pueden sacar uno de otro, ¿que mas tienen que saber?

Hay una notable diferencia entre viajar para ver el país, ó para ver los pueblos. El primer objeto es siempre el de los curiosos; el otro no es para ellos mas que accesorio. Debe ser lo contrario para todo el que quiere filosofar. El niño observa las cosas con la esperanza de observar á los hombres. El hombre debe principiar por observar á sus

semejantes, y despues observar las cosas si tiene tiempo para ello.

Para llegar al conocimiento de los pueblos, es preciso principiar por observarlo todo donde uno se halla, asignar en seguida las diferencias á medida que se recorren los otros países, comparar por ejemplo la Francia con cada uno de ellos, como se describe el olivo por un sauce, ó la palmera por el abeto, y esperar, para juzgar del primer pueblo observado, á que se hayan observado los demas.

No convienen los viages sino á muy pocas gentes: no convienen sino á los hombres bastante fuertes por sí mismos para oir las lecciones del error sin dejarse seducir, y para ver el ejemplo del vicio sin dejarse arrastrar por él. Los viages llevan el natural á su inclinacion, y acaban de hacer bueno ó malo al hombre. Cualquiera que viene de correr el mundo, es á su vuelta lo que será toda su vida.