Pensamientos (Rousseau 1824): 15
En las grandes ciudades se necesitan espectáculos, en los pueblos corrompidos novelas.
Estas son quizá la última instruccion que queda por dar á un pueblo bastante depravado, para que toda otra le sea inútil. Seria pues muy á propósito que la composicion de esta especie de libros no se fiase sino á gentes honradas pero sensibles, cuyo corazon se pintase en sus escritos, y á autores que no fuesen superiores á las flaquezas de la humanidad, que no mostrasen de un golpe la virtud en el Cielo, fuera del alcance de los hombres, sino que se la hiciesen amar pintandola desde luego menos austera, y despues, desde el seno del vicio les supiesen conducir á ella insensiblemente.
Oimos quejarse de que las novelas trastornan las cabezas; yo lo creo muy bien: mostrando á los que las leen los pretendidos encantos de un estado que no es el suyo, les
seducen, les hacen tomar este con disgusto, y hacer de él un cambio imaginario por aquel que se les hace amar: queriendo uno ser lo que no puede, llega á ser otra cosa de lo que es; y he aquí como llega uno á ser loco. Si las novelas no ofreciesen á sus lectores sino pinturas de objetos que les rodean, deberes que pueden llenar, placeres de su condicion, no los harian locos, los harian sabios porque les instruirian interesandoles; y destruyendo las máximas falsas y despreciables de las grandes sociedades, les aficionarian, les adherirían á su estado. Pero una novela con estas cualidades, si está bien hecha, ó á lo menos si es útil, debe ser silbada, aborrecida, desacreditada por las gentes de moda, como un libro muy trivial, desagradable, estravagante y ridículo; y he aquí como la locura del mundo es sabiduria.Se leen muchas mas novelas en las provincias que en Paris, y mas en las aldeas que en las ciudades, y allí hacen mucha impresion. Pero estos libros que podrian servir á un mismo tiempo de diversion, de instruccion y de consuelo al aldeano, solamente desgraciado porque cree serlo, no parecen hechos, por el contrario, sino para disgustarle
de su estado, estendiendo y fortificando la preocupacion que se le hace despreciable: las gentes del gran tono, las mugeres de moda, los grandes y los militares, he aquí los actores de todas las novelas. La demasiada delicadeza de gusto de las ciudades, las máximas de la Corte, el aparato del lujo, la moral epicuriana, he aquí las lecciones que predican, y los preceptos que dan. El colorido de las falsas virtudes empaña el brillo de las verdaderas; el artificio de las contiendas se halla sustituido á los deberes reales; los bellos discursos hacen despreciar las bullas acciones, y la simplicidad de las buenas costumbres pasa por groseria. ¿Que efecto producirán semejantes pinturas en un caballero de aldea, que vé burlarse de la franqueza con que recibe á sus huéspedes, y tratar de fiesta brutal la alegria que hace reinar en su pueblo? ¿de su muger, que oye que los cuidados de una madre de familia no son dignos de las señoras de su rango? ¿de su hija, á quien los modales afectados y el lenguage de la ciudad hacen despreciar al honrado y rústico vecino con quien se hubiera casado? Todos de concierto, no queriendo ya ser unos simples aldeanos, se disgustan de su lugar, abandonan su viejo castillo, que muy luego es un edificio ruinoso, y van á la capital, en donde el padre con su cruz de San Luis, de señor que ántes era, se hace criado, ó tramposo y petardista: la madre establece una mesa de juego; la hija atrae á los jugadores, y muchas veces todos tres mueren de miseria y deshonrados.