Palabras y plumasPalabras y plumasTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen el REY, RUGERO, y PRÓSPERO
REY:
Bien, Rugero, habéis salido
con nuestra cuerda invención;
yo me doy por bien servido.
De Matilde la traición
descubierta a tiempo ha sido;
pues cuando más confïado
el Anjou contra mí parta,
saldrá en vano su cuidado.
La firma de aquesta carta
hoy a Salerno os ha dado.
Muchos años le gocéis.
RUGERO:
Sirviéndoos, señor, a vos;
que aunque la guerra teméis,
Esperanza tengo en Dios
que pacífica gocéis
Esta corona, a pesar
de quien traiciones encierra.
REY:
Matilde no ha de quedar
con una almena en mi tierra.
RUGERO:
Y es muy justo. Secuestrar
toda su hacienda mandé;
y como tan descuidada
de su desgracia la hallé,
sin poder ocultar nada
pobre y triste la dejé;
y ha de perder el jüicio,
sin la hacienda, según queda.
REY:
Dará de lo que es indicio.
PRÓSPERO:
Cualquier mal que le suceda,
si anduvo en tu de servicio,
es, señor, bien empleado
REY:
Quitárale la cabeza,
como le quito el estado,
a sufrirlo la nobleza
que de mi sangre ha heredado;
mas salga desposeída
de Salerno, y sienta al doble;
que afrentada y perseguida,
es la pobreza en el noble
civil muerte de por vida.
Notificadle, Rugero,
que dentro de nueve días
salga del reino, que quiero,
atajando tiranías,
ser con clemencia severo;
y escarmiente en su cabeza,
Próspero, quien contra mí
a alterar mi reino empieza.
PRÓSPERO:
Toda mi vida serví
con lealtad a vuestra alteza.
REY:
No lo niego yo.
PRÓSPERO:
(Parece (-Aparte-)
que con palabras confusas
dudas contra mí encarece.)
REY:
Sospechoso es quien excusas,
sin darle cargos, ofrece.
No pasees más adelante;
que de vuestra lealtad
no estoy, Próspero, ignorante;
aunque amor y mocedad
ciegan, tal vez, un amante.
PRÓSPERO:
Yo confieso, gran señor,
que a Matilde le he tenido;
pero jamás el amor
destruye en el bien nacido
las deudas de su valor.
No supe mientras la amé
cosa en vuestro deservicio;
pero agora que lo sé,
dando de quién es indicio
mi lealtad, la olvidaré.
Y para prueba mayor
de que serviros deseo,
os suplico, gran señor,
que alentéis un noble empleo
en mejoras de mi amor.
Laura es de Rugero hermana,
y bastante su hermosura
a hacer la sospecha vana
que tenéis, si mi ventura
al yugo de Amor la allana;
pues de esta suerte mejoro
mi fe, cuando indicios claros
que os guardo el justo decoro,
y demás de aseguraros,
muestro lo que a Laura adoro.
REY:
Siendo Laura tan discreta,
no creo rehusará
amor que ansí la respeta.
RUGERO:
Mi hermana, señor, está
a vuestro gusto sujeta.
REY:
Si en el mío el suyo ha puesto,
Próspero su esposo sea.
PRÓSPERO:
Lo que os debo os manifiesto,
gran señor.
REY:
Muy bien se emplea
en vos Laura. Mas ¿qué es esto?
Sale MATILDE, de luto,
y se arrodilla
MATILDE:
Pues vengo a tus pies, señor,
en mi inocencia repara;
que no osa mirar la cara
de su rey el que es traidor.
La culpa engendra temor,
y siendo un dios en prudencia
el buen rey, con la presencia
que la verdad autoriza,
al pecado atemoriza,
animando a la inocencia.
De la poca turbación
con que mi lealtad pregono,
buenos testigos de abono
mi cara y mi lengua son.
Si da lugar la pasión,
en ellos verás sin duda
la verdad que anda desnuda,
pues cuando culpas declara,
hurta el color a la cara,
y deja la lengua muda.
A Salerno me has quitado,
y lo que es más, el honor,
que se restaura peor
que la hacienda y el estado.
Un papel solo ha bastado
a la sentencia crüel;
que la ambición cifra en él.
¿Cuándo el juez mas enemigo
condenó con un testigo,
y eso solo de papel?
MATILDE:
Bien lo puedo recusar,
pues habla en mi perjüicio;
que no se admite en jüicio
el que se deja cohechar;
pero si él pudiera hablar.
como se deja leer,
testigo viniera a ser
del traidor, que sabe en suma
hacer cohechos de pluma
y firmas contrahacer.
Mas aunque, sordo a mis quejas
no me des de ellas venganza,
porque en el rey la privanza
ensordece las orejas;
si libre el derecho dejas
que tengo a volver por mí,
fuerza es que escuches aquí
mi justicia; que esta vez,
pues siendo parte eres juez.
de ti apelo contra ti.
No que me perdones pido.
ni es ésa mi pretensión;
que no puede haber perdón
donde delitos no ha habido.
Si no es que estés avertido
que quien contra una mujer
traidor ha venido a ser,
aunque su lealtad afirmas,
como ha hecho falsas firmas
reyes falsos sabrá hacer.
RUGERO:
La fe que en mi abono alego
y vuestra traición contrasta,
respondiera, a no estar...
A RUGERO
REY:
Basta. A MATILDE
Salid de mis reinos luego.
Vanse el REY y RUGERO<poem>
MATILDE:
¡Ah lisonjas, que el sosiego
quitáis y hacéis tantos daños!
En un rey de pocos años,
¿qué importan verdades ciertas,
si al alma tomáis las puertas,
poniendo guardas de engaños?
Ya, príncipe, que ha cumplido,
en prueba de vuestro amor,
maldiciones el rigor
que habéis al cielo pedido;
ya que se incendió la casa
donde amante prometistes
favores que no cumplistes,
en fe que Amor no os abrasa;
ya, en fin, que el rey me ha quitado
la hacienda, el honor, la tierra,
y severo me destiera
de su reino y de mi estado;
si en el noble deuda son
palabras, que es bien que cobre,
no os espantéis de que pobre
haga en vos ejecución.
Aquí no hay que recelar
peligros, como primero,
si os amenaza el mar fiero,
ni el fuego os ha de abrasar,
ni de mi esposo y señor
os pide el sí mi ventura;
que hoy juzgaréis por locura
lo que ayer por gran favor.
MATILDE:
A menos costa podéis
palabras desempeñar.
Mándame el rey desterrar.
La persecución que veis
me halló desapercebida,
de mi inocencia señal;
pues a no ser yo leal,
ya estuviera prevenida.
Embargáronme la hacienda
y hasta las ropas y el oro,
de mi persona decoro.
No tengo qué empeñe o venda,
sino el agradecimiento,
que siempre que vos gustéis,
en mí ejecutar podréis,
y aquí empeñaros intento.
Fuerza es salir desterrada,
y quisiera partirme hoy,
ya que no como quien soy,
al menos cual pobre honrada.
Dad en esta ocasión muestra
del valor que se os ofrece,
y salga como merece
quien ha sido prenda vuestra.
PRÓSPERO:
Sabe el cielo lo que siento
vuestra desgracia, señora,
y que si como os adora
mi constante pensamiento,
no temiera un rey airado,
y menor mi riesgo fuera,
dueño del alma os hiciera
como de mi principado.
El delito que os imputan,
sea mentira o sea verdad,
es de lesa majestad,
y por traidores reputan
los que amparan a traidores.
Estoy por vos, indiciado
con el rey; que no han sacado
otro fruto mis amores.
Si sabe que os favorezco,
su sospecha haré verdad,
y estimo en más mi lealtad
que el amor que os encarezco.
Lo que por vos podré hacer,
andando el tiempo, es hablarle,
disponerle y amansarle,
pues al fin ha de vencer
la verdad; y en cuanto a esto,
cuando mi lealtad entienda,
la vida, estado y hacienda
estoy a perder dispuesto
en vuestra defensa. Agora
perdonad el no atreverme
a ayudaros, que es perderme,
puesto que el alma os adora.
Si vos os servís que escriba
al de Mantua, mi deudo es,
y no dudo que el marqués
como quien sois os reciba.
Enviaréle un propio luego,
y prevenido estará,
para que en llegando allá
dé a vuestras penas sosiego.
Quedaos, señora, a Diós;
que han de culpar en palacio
mi lealtad, si tan de espacio
me ven hablando con vos.
MATILDE:
Esperad que mal restaura
vuestra fe mi amor primero...
PRÓSPERO:
Temo que salga Rugero,
que ha de casarme con Laura.
No me llames ni me nombres;
que estoy en buena opinion.
Vase PRÓSPERO
MATILDE:
Vete, traidor, que así son
todos los más de los hombres.
¡Ah, pelota del mundo, que no encierra
sino aire vil que se deshace luego!
¡De favor me das cartas, cuando llego
ofendida de un rey que me destierra!
Quien fe á palabras da, ¡qué de ello yerra!
Prueba tu amor el mar cuando me anego,
tu cobardía saca a plaza el fuego,
y hasta el favor me niegas de la tierra.
Tres elementos, bárbaro, han mostrado
que eres cobarde, ingrato y avariento
en el cuarto tu amor solo has cifrado.
¡Qué a mi costa, villano, experimento
que en palabras y plumas me has pagado!
Mas, quien de ellas fió, que cobre en viento.
Vase MATILDE.
Salen don ÍÑIG0, con gabán
y una escopeta, y GALLARDO
GALLARDO:
¡Buenos habemos quedado!
ÍÑIGO:
Paciencia mi daño apreste.
GALLARDO:
Como si Amor fuera peste,
la hacienda nos han quemado.
ÍÑIGO:
No tan malo, que una sala
en que dormir nos dejó.
GALLARDO:
De luto la entapizó
con el humo que señala.
A los privados presumo
que hoy el fuego a imitar prueba,
pues que la hacienda nos lleva
y solo nos paga en humo.
Ya es casa de esgrimidor
la nuestra. Una pobre cama
te dejó la voraz llama,
que cuando fuera mejor,
no importara; un arcabuz,
una espada y un broquel,
una imagen de papel,
dos monteras y una cruz,
un cuchillo, dulce en filos,
de monte...
ÍÑIGO:
No seas molesto.
GALLARDO:
... y el vestido que traes puesto;
Que en los huesos de sus hilos
muestra que en tales sucesos
la pobreza con quien topa,
por no perdonar a ropa,
la desentierra los huesos.
ÍÑIGO:
El cielo lo quiere ansí.
¿Qué he de hacer? Dábame pena
ver a mi hermana Sirena
tan pobre y triste por mí;
y tanto más lo sentía,
cuanto con su discreción
me ha puesto en obligación;
mas es hermana al fin mía.
Laura, viendo lo que pasa,
como su amistad estima,
de sus males se lastima,
y la ha llevado a su casa.
GALLARDO:
No ha sido ésa poca suerte.
ÍÑIGO:
Por notable la tuviera,
como Rugero no fuera
su hermano, y contrario fuerte
de Matilde.
GALLARDO:
¡Bien por Dios!
Cada loco con su tema.
La hacienda el fuego nos quema,
dejándonos a los dos,
por su ocasión, de la agalla.
¿Y en eso das todavía?
ÍÑIGO:
Crece mi amor de día en día.
Ya, Gallardo, sin amalla
no podré vivir.
GALLARDO:
¡Qué bueno
para el tiempo!
ÍÑIGO:
Una mujer
que se acostumbró a comer
desde pequeña veneno,
con cualquier otro sustento
sentía daño y pesadumbre.
Quiero ya bien por costumbre,
y mátame otro sustento.
GALLARDO:
Que ya eres dichoso digo;
pues cuando, a mi parecer,
no esperábamos comer,
traes la despensa contigo.
¡Pobre de aquél que sin llamas
no gasta esa provisión!
Trocara yo a un bodegón
toda una flota de damas.
¡Que sea tan estreñida
la tuya, señor, que agora,
viendo que te es deudora
por dos veces de la vida,
y que amando hasta lo sumo,
el fuego, y tu amor que abrasa
mas que él, abrasó tu casa,
pagando, cual duende, en humo,
ya no te haya socorrido!
ÍÑIGO:
Esta mañana partió
a la corte; ayer quemó
mí hacienda el fuego atrevido;
aun no es tarde.
GALLARDO:
¡Buena flema!
¿Pues había de aguardar
Matilde más que a llegar,
talando tu casa se quema,
a la suya, para hacer
muestras su agradecimiento
de quién es?
ÍÑIGO:
De oír me afrento
tu interés.
GALLARDO:
¡Al fin mujer!
¡Un tigre que en ellas fíe!
ÍÑIGO:
Déjate: de eso, por Dios.
GALLARDO:
¿Qué hemos de comer los dos,
cuando nada nos envié,
pues no hay lienzos que vender,
ni vajilla que empeñar?
Si no damos en quitar
tapas, ¿qué habemos de hacer?
ÍÑIGO:
Pobre estoy. Sola una traza
mi necesidad previene,
mientras otro tiempo viene.
GALLARDO:
¿Y cuál es?
ÍÑIGO:
Salir yo a caza,
de que este monte está lleno.
GALLARDO:
Sin pan, ¿qué has de hacer con ella?
ÍÑIGO:
Tú puedes ir a vendella
a Nápoles.
GALLARDO:
¡Par Dios, bueno!
ÍÑIGO:
Diestro soy en la escopeta.
Aquí hay muchas codornices
y conejos.
GALLARDO:
¡Qué bien dices!
Mejor trazas que un poeta.
Como con eso socorras
nuestra hambre, pierde cuidado.
Mas yo en mi vida he andado
síno es a caza de zorras.
ÍÑIGO:
Sólo que lo vendas quiero.
GALLARDO:
¡Ay Dios! ¿Quién hubiera sido
mes y medio en Mollorido
pupilo de su ventero!
Mas no comerán sin pebre
lo que cazare tu mano.
Cázame tú un escribano,
venderé el gato por liebre.
ÍÑIGO:
Yo en sátiras no te ensayo,
sino sólo en cazador.
GALLARDO:
¿Y he de venderla, señor,
en figura de lacayo?
¡Que afrento mi profesión!
ÍÑIGO:
Allí queda otra montera.
¿No tienes capa?
GALLARDO:
Aguadera,
que es mi manta y mi colchon.
Págueselo Dios al fuego,
que sólo la chamuscó.
ÍÑIGO:
¿Qué te falta?
GALLARDO:
Tener yo
por amo un clérigo, o ciego,
para quedar gradüado
por Lazarillo de Tormes.
ÍÑIGO:
Son mis desgracias enormes.
GALLARDO:
Y yo soy tu acompañado.
Cumplido vengo hoy a ver
lo que mi madre decía.
ÍÑIGO:
¿Y fue?
GALLARDO:
Que ganar tenía
por la pluma de comer.
Yo que en dos años o tres
solo a firmar aprendí,
de sus dichos me reí,
siendo lacayo cual ves;
pero ya conozco en suma,
si llevo caza a vender,
que he de ganar de comer,
sin escribir, por la pluma.
Mas, pues ansí te dispones,
que en fin es noble ejercicio,
también tengo yo mi oficio
ÍÑIGO:
¿Y cuál es?
GALLARDO:
Hacer botones;
que los lacayos que dan
en curiosos, cuando tardan
los amos, siempre que aguardan
centinelas de un zaguán,
o calzas de aguja tejen,
o ya botoneros son.
Hormillas tengo y punzón.
Como seda me aparejen,
mientras cazando te pierdas,
te ayudaré con labrallos;
o descolando caballos,
haré botones de cerdas,
con que mejor te sustentes.
ÍÑIGO:
No hay español que sea ingrato.
GALLARDO:
Otro oficio mas barato sé.
ÍÑIGO:
¿Y es?
GALLARDO:
Hacer mondadientes.
¡Y acá no son menester,
bendito Dios! Un corito
respondió, "No tan bendito,
llevándolos a vender."
Tú cazando codornices,
yo palillos pregonando
y a la corte abotonando,
podrémos pasar...
ÍÑIGO:
Bien dices.
GALLARDO:
...porque esperar en tu dama
son esperanzas judías,
y ella su tardón Mesías,
pues no escucha a quien la llama.
Sale MATILDE, de pregrina,
y habla sin ver a los dos
MATILDE:
Aborrecida pobreza,
tan poderosa os mostráis,
que con no ser Dios, mudáis
la misma naturaleza;
que sois madre del olvido
pruebo en mis desdichas hoy,
pues despué que pobre estoy,
ninguno me ha conocido.
Ejemplos cl mundo ve
en mí de aquesta verdad:
ayer con prosperidad,
hoy peregrina y a pie.
Y pues ninguno me ampara,
no me conocen sin duda;
que en fin la pobreza muda,
como los años, la cara.
¡Ah, príncipe de Taranto!
Bien pude yo adivinar
en lo que había de parar
tan poco hacer y hablar tanto;
pues que pintó, en vuestra mengua,
y en prueba de esta verdad,
al amor la antigüedad
con manos, pero sin lengua.
Callando, hizo cuanto pudo
el noble español por mí,
que amó firme, y mostró en sí
que no hay amor como el mudo.
ÍÑIGO:
Gallardo, espera por Dios.
¿No es Matilde la que vemos?
GALLARDO:
Desde anteyer no comemos,
y ansí pienso que los dos,
de puro desvanecidos,
vemos lo que imaginamos.
En un pensamiento estamos
solamente en los vestidos
diversa el viento la pinta.
ÍÑIGO:
Ella es, no hay que decir.
GALLARDO:
Pues ¿a qué había de venir
de tal suerte a nuestra quinta?
ÍÑIGO:
¿Qué sé yo? ¡Matilde hermosa!
MATILDE:
¡Oh generoso español!
ÍÑIGO:
¿Cómo peregrino el sol?
GALLARDO:
¡Ella es, por Dios! ¿Hay tal cosa?
ÍÑIGO:
Declarad presto, señora,
la causa de ese disfraz.
MATILDE:
El rey perturba mi paz;
traidores me hacen traidora.
Del reino voy desterrada,
de mi estado desposeída,
de amigos aborrecida,
de Próspero despreciada,
y si más deciros quiero,
no podré.
ÍÑIGO:
¡Válgame Dios!
¡Desterrarla y pobre vos!
¿Anda por aquí Rugero?
MATILDE:
Él es quien al rey engaña,
y mis firmas contrahaciendo,
le persuade que le ofendo,
y en mi patria me hace extraña.
Como trabajos no sé,
hasta agora lo que son,
el quitarme la opinión
y el venir, cual veis, a pie,
me tienen tal, que imagino
que mi vida será corta.
ÍÑIGO:
Por lo que a la mía importa,
no quiera el cielo divino
dar a traidores venganza.
Pues ¿a dónde vais ansí?
MATILDE:
¿Dónde irá quien no va en sí
sin socorro ni esperanza?
El duque de Milán es
mi primo, y en su favor
pudiera hallar mi rigor
alivio, y honra después;
pero sola y de esta suerte,
¿cómo podré caminar
hasta Milán, sin llegar
primero que yo mi muerte?
ÍÑIGO:
Avisémosle primero.
MATILDE:
¿Cómo, si sólo me ha dado
de término el rey airado
nueve días?
ÍÑIGO:
¡Caso fiero!
Ahora bien, señora mía,
para los trabajos son
el valor y el corazón.
Aquí os quedad este día;
que aunque se cifra mi hacienda
en este pobre solar,
a la corle iré a buscar
algun noble a quien lo venda.
Con lo que por él hallare,
compraré cabalgadura,
en que caminéis segura;
y por si alguno intentare
en el camino agraviaros,
que quien del estado os priva
tampoco os querrá ver viva
aquí, podré acompañaros;
que, pues vivo solo en vos,
fuerza es, contra el que os ofenda,
que en vuestra vida defienda,
princesa, la de los dos.
MATILDE:
En bronces del tiempo labras
la fama y valor que cobras.
ÍÑIGO:
Vamos, señora, a las obras,
y dejemos las palabras.
MATILDE:
(Si ansí Próspero lo hiciera, (-Aparte-)
su nobleza no afrentara.)
Don ÍÑIGO habla aparte a GALLARDO
ÍÑIGO:
Gallardo, mi amor ampara,
que solo en tu industria espera.
¿tienes algo que vender,
con que a Matilde regale?
GALLARDO:
La almohaza, que un real vale
y no la hemos menester;
el estiércol, que a la puerta
de nuestra caballeriza
llega, y para la hortaliza
de aquesta vecina huerta,
su dueño nos comprará;
un jarro y dos urinales;
que todo valdrá tres reales.
ÍÑIGO:
Necio estás; acaba ya.
GALLARDO:
Pues si no nos quedó nada,
si no es la caballeriza,
¿qué he de vender? La ceniza,
de nuestra quinta abrasada
lavanderas comprarán
para colada y lejías.
ÍÑIGO:
¡Qué extraño humor siempre crías! Quítase el gabán
Toma, vende este gabán.
GALLARDO:
¿Y en cuánto?
ÍÑIGO:
En lo que pudieres.
GALLARDO:
¡Bravo San Martín de amor!
¡¿Ya das la capa, señor?
ÍÑIGO:
Desnudo anda Amor. ¿Qué quieres?
GALLARDO:
Si por Dios hubieras hecho
lo que por esta mujer,
sin dormir y sin comer,
pobre, afligido y deshecho,
¿qué san Onofrc o san Bruno
se atreviera a aventajarte?
Bien puede canonizarte
Amor.
ÍÑIGO:
No sea, importuno.
Véndele, y algún regalo
trae, que cene la princesa.
GALLARDO:
¿Sin manteles, silla y mesa?
Mas al hambre no hay pan malo.
Ahora bien, dos gruesas tengo
de botones, y también
trescientos palillos.
ÍÑIGO:
Bien.
GALLARDO:
Entretenla miéntras vengo;
que si topo buena venta,
no faltará qué cenar.
ÍÑIGO:
¿Con qué te podré pagar?
GALLARDO:
Después harémos la cuenta,
si de estado y vida mudas,
pues no siempre ansí has de verte.
El gabán vuelve á ponerte. Vístese el gabán don ÍÑIGO
Toma, arrópate, que sudas;
y si Amor la ocasión goza,
asegura aquesta dita.
Mientras que vuelvo, desquita
lo que te debe esta moza.
ÍÑIGO:
¡Vive el cielo, descortés,
que estoy...
GALLARDO:
Ea, ¿ya empezamos?
Dame la muerte, y veamos
cómo cenaréis después.
Vase GALLARDO
ÍÑIGO:
No ha mucho tiempo, señora,
que otra vez os hospedé;
y, aunque pobre, no podré
lo que entónces hice, agora.
Una fortuna corremos
los dos, y en esto al Amor
soy solamente deudor,
que en algo nos parecemos.
De vuestro estado y sosiego
el rey severo os ha echado;
mi hacienda el fuego ha quemado
casi es uno el rey y el fuego.
Perdonad, señora mía,
mi pobreza y cortedad,
que con mas felicidad
nos verémos algún día,
y el amor con que os me ofrezco
estimad.
MATILDE:
Por no pagar
con palabras, con callar
esta merced encarezco.
Ejecutad obras cuando
mude mis desdichas Dios;
que quiero aprender de vos,
don Íñigo, a obrar callando.
Vanse los dos.
Salen LAURA y SIRENA
LAURA:
Demás de lo que intereso,
en que vos mi casa honréis,
y la amistad que profeso
viéndoos en ella aumentéis,
para cosas de mas peso,
me huelgo, Sirena mía,
de que en vuestra compañía
podamos tratar las dos
cosas, que de sola vos
el amor que os tengo fía.
SIRENA:
De esa manera os seré,
Laura, en dos cosas deudora;
una en que con vos esté,
y otra en que honréis desde agora
el crédito de mi fe.
Socorréis mi adversidad,
fiáisos de mi amistad,
y contra mi suerte escasa
me hospedáis en vuestra casa.
Mucho os debo.
LAURA:
Eso dejad,
que me afrentáis, por mi vida.
¿Qué tengo yo que no sea
vuestro, Sirena querida?
Mi amor en las dos desea
que no haya cosa partida.
Según esto, no gastemos
el tiempo en vanos extremos;
que la amistad y el amor,
cuanto mas llano es mejor,
y ansí la nuestra ofendemos.
¿Cómo quedó vuestro hermano?
SIRENA:
Eso imaginadlo vos.
Quejándose al viento en vano
de que nos trate a los dos
tan mal el fuego inhumano,
pobre, triste, y más amante
que nunca.
LAURA:
¡Extraña fineza!
De ver amor tan constante,
la misma naturaleza,
porque su valor quebrante,
parece que le persigue,
y de industria le empobrece.
SIRENA:
No hay desgracia que le obligue,
porque en los trabajos crece
el amor que al noble sigue.
LAURA:
¡Venturosa yo, si hallara
un hombre que ansí quisiera,
y desdeñado obligara!
SIRENA:
Ser esposo vuestro espera
Próspero, y el rey le ampara,
que es cortés y caballero.
LAURA:
¡Ay amiga! No me nombres
amante tan palabrero
si ansí son todos los hombres,
Sirena, a ninguno quiero.
El galán que es hablador,
ser papagayo de amor,
y no firme amate intente,
pues habla lo que no siente,
con tanta pluma y color.
Una urraca puede ser
con propiedad su mujer,
porque hablar con él presuma.
Toda ave de mucha pluma
tiene poco que comer.
Un cisne en la consonancia
música y plumas, alegra;
más, es de poca importancia,
pues su carne dura y negra
ni es de gusto, ni sustancia.
Don Íñigo, sí, que es todo
quinta esencia del amor;
más a amarle me acomodo.
SIRENA:
De tu parte ese favor
le agradezco.
LAURA:
Esto es de modo,
que a no ver que ausente está
Matilde, no descubriera
la pena que amor me da.
SIRENA:
La ausencia, que es novelera,
su firmeza mudará;
y el no verse agradecido
ha de hacer en tu favor;
que engendra, en quien ha sufrido
la ingratitud, desamor,
y la ausencia causa olvido.
LAURA:
Quiera Dios que hagan en él
milagros estos efetos;
pues si estima mi amor fiel,
los más ilustres sujetos
menospreciaré por él.
SIRENA:
Como declararle intentes
esa voluntad por mí,
no hay duda de que violentes
la de Matilde.
LAURA:
Hazlo ansí.
Sale GALLARDO pregonando
GALLARDO:
¡Palillos y mondadientes!
LAURA:
¿Qué es esto?
GALLARDO:
(¿El primer encuentro Aparte
es Laura? Llámole azar.)
LAURA:
¿Hasta aquí os habéis de entrar?
GALLARDO:
Yo donde hallo abierto me entro;
pero ¿hay más que nos salgamos?
SIRENA:
¡Gallardo!
GALLARDO:
Señora mía,
¿Aquí estás, y no te veía?
Pero tan flacos andamos
tu hermano y yo de cabeza
desde la desgracia acá,
que un buey no verémos ya.
¡Mal haya tanta pobreza!
LAURA:
¿Quién es éste?
SIRENA:
De mi hermano
un crïado, extraño humor.
LAURA:
Pues ¿dónde vais?
GALLARDO:
Mi señor,
que aunque pobre, es cortesano...
(¿Qué diré para encubrir (-Aparte-)
que me ha enviado a vender
palillos para comer?
Ya se me olvida el mentir.
No soy yo quien ser solía.)
Digo, pues, que mi señor,
que aunque pobre, tiene amor...
LAURA:
(¡Si fuese yo a quien le envía!) (-Aparte-)
GALLARDO:
Como con él se sustenta,
palillos no ha menester;
y ansí por agradecer
el mucho regalo y cuenta
que a Sirena hacéis, se atreve
y os envía estos regalos,
que es como daros de palos;
mas nadie, señora debe
de dar más de lo que tiene.
SIRENA:
Necio, ¿estás fuera de ti?
¿Mi hermano afrentas ansí? Habla GALLARDO aparte a SIRENA
GALLARDO:
¿Pues qué? ¿he de decir que viene
Gallardo por la ciudad
mondadientes a vender,
para darle de comer?
Pues si lo digo, es verdad.
SIRENA:
Éste no está en su jüicio.
GALLARDO:
Porque no ande por el mundo,
cual yo, mi amo vagamundo,
hemos aprendido oficio.
SIRENA:
Anda, loco.
GALLARDO:
Pues, ¿de qué
nos hemos se sustentar?
Mi amo vive de amar;
pero yo ¿qué comeré,
si no gasto esa hortaliza?
Todo el fuego lo asoló,
y antes con antes llegó
el miércoles de ceniza.
A vender vengo botones
si algunos son menester
en casa, yo los sé hacer;
y no siendo camaleones,
aunque le pese a la llama,
he de buscar provisión;
que aun para ser cama-león,
me quemó el fuego la cama.
LAURA:
¡Válgame el cielo! ¡Que a tanto
la necesidad obligue
a un caballero!
GALLARDO:
Nos sigue
la pobreza, que es espanto.
LAURA:
Ahora bien, los mondadientes
que traéis, quiero compraros.
GALLARDO:
Con ellos podéis limpiaros,
quo allá son impertinentes.
¡Ved qué lisos y amarillos!
Que como sin casa estamos
con palillos procuramos
hacer casas de palillos.
LAURA:
Dadle, amigo. esta cadena;
mas no le digáis que es mía. Toma LAURA los palillos y da a GALLARDO una cadena
GALLARDO:
Con otra tal cada día,
me volviera yo alma en pena.
LAURA:
Cuando se la deis, decilde
que a hallar voluntad en él,
no fuera Laura crüel,
si fue diamante Matilde.
Dadme también los botones.
GALLARDO:
Si amor os quita el sosiego,
botones serán de fuego.
LAURA:
Tomad vos estos doblones.
GALLARDO:
¿Qué mármol no ablandarás?
A no doblonarme ansí,
doblar pudieran por mí.
Doblado mereces más
que la princesa doblada
que al rey hizo trato doble;
mas larga eres que ella al doble
y adiós, que hay cena doblada. Vase GALLARDO
SIRENA:
¿Con qué, agradecer podré
tu noble y liberal pecho?
LAURA:
Sirena, el Amor lo ha hecho.
Ámole, y no sé por qué,
pues ni voluntad le debo,
ni amor jamás apetece
el amante que empobrece.
SIRENA:
Que es oro en quilates pruebo,
pues tanto más es de ley,
cuanto menos liga tiene.
Pero escucha, que el rey viene.
LAURA:
¡Jesús! ¡En mi casa el rey!
Sale el REY
REY:
No será la vez primera
ésta que un rey haya entrado
en casa de su privado,
y más, Laura, cuando espera
tan bello recibimiento
como el que vuestra hermosura
me hace.
LAURA:
Tanta ventura
no cabe en mi atrevimiento
tan corto, ni estas paredes
merecen tanto favor;
mas vuestra alteza, señor,
siempre entra haciendo mercedes.
Dame tus pies.
REY:
Esta dama,
¿quién es?
LAURA:
Una amiga mía.
REY:
El sol siempre lo es del día.
¿Quién es, y cómo se llama?
LAURA:
De don Íñigo es hermana
de Avalos, el blasón
de la española nación.
REY:
Y la lealtad castellana.
LAURA:
Sirena, señor, se llama.
REY:
Muy bien el nombre conforma,
Laura, con su bella forma.
SIRENA:
Tus pies beso.
REY:
¡Hermosa dama!
Ruy López de Ávalos fue
de mi padre gran privado,
y don Íñigo es soldado
de valor, prudencia y fe.
Pobre me dicen que está,
porque el fuego y el amor
han probado su valor. De cuando en cuando mira el REY a SIRENA
LAURA:
Muestras del que tiene da
en los nobles sufrimientos
con que lleva esta desgracia.
REY:
Y Sirena tiene gracia
de arrebatar pensamientos.
Yo, Laura, he venido a veros
y de camino a emplearos
en quien vive de adoraros
y busca reyes terceros.
Suplícame el de Taranto
que suyo agora lo sea;
y por lo bien que se emplea
tal belleza en valor tanto,
el parabién de princesa
pienso que os podemos dar.
Determínole envïar
por general de esta empresa
contra el conde y he creído
primero obligar su amor
porque siempre es vencedor
quien ama favorecido.
LAURA:
(¿Qué es esto, esperanza vana? (-Aparte-)
¿Quién vuestro amor desordena?)
REY:
En fin, ¿que vos sois Sirena,
y de don Íñigo hermana?
SIRENA:
Soy vuestra esclava.
REY:
Enterrada
en esta ciudad está
otra Sirena que da
nombre y fama celebrada
a nuestra Nápoles bella.
De Parténope tomó
principio, que aquí murió;
mas vos, más hermosa que ella,
su fama podéis borrar.
SIRENA:
Besoos los pies.
REY:
Más se honrara
si Sirena se llamara
como vos. ¿Podréle dar
a Próspero el parabién,
Laura?
LAURA:
Gran señor, primero
Lo trataré con Rugero.
REY:
Cuerda sois. Advertís bien;
mas él ha comprometido
en mí su gusto.
LAURA:
(¡Qué extraña (-Aparte-)
confusión!)
REY:
Sirena, España
su Hermosura ha reducido
en vos. ¡Dichoso el amante
que de vuestros pensamientos
es dueño! Merecimientos
tendrá muchos. ¿Es constante?
¿Es galán? ¿Tiene nobleza?
SIRENA:
Hasta agora, gran señor,
ignoro lo que es amor.
REY:
¿Por qué causa?
SIRENA:
La pobreza
divierte el fuego amoroso
que en sólo el vicio consiste,
y amor de ordinario asiste
en el próspero y ocioso.
REY:
¡Ah, sí! Ya no me acordaba
de Próspero. Divertido,
Sirena, me habéis tenido.
SIRENA:
Mucho honráis a vuestra esclava.
REY:
Dadme, Laura, la respuesta
que de mi intercesión fío.
LAURA:
Siendo vuestro gusto el mío... Mirando a SIRENA
REY:
(¿Hay belleza más honesta?) (-Aparte-)
LAURA:
Por fuerza he de obedcer
lo que vos, señor, gustáis...
REY:
En fin, Sirena, ¿no amáis?
LAURA:
...pero no habéis de querer...
REY:
¿Por qué no he de querer yo?
¿No tienen amor los reyes?
¿No los oprimen sus leyes?
LAURA:
Señor, no hablo de eso.
REY:
¿No?
Pues proseguid adelante.
(¿Hay mas hermosa mujer?) (-Aparte-)
LAURA:
No habéis, señor, se querer,
si siendo rey sois amante,
usar de la autoridad,
dando al príncipe favor
en ofensa de mi amor,
suprema.
REY:
Decís verdad.
LAURA:
El príncipe de Taranto
merece por su nobleza...
REY:
(¡Sin amor y con belleza. (-Aparte-)
Sirena! ¡De vos me espanto.)
LAURA:
...otro más alto sujeto
que yo; pero amor sin ley... Mirando a SIRENA
REY:
¿No es alto sujeto un rey?
Pues si yo amaros prometo...
LAURA:
¡Vos, señor, amarme a mí!
REY:
Yo a vos no, Laura. Creía
que a Sirena respondía.
LAURA:
(¿Qué es esto, cielos?) (-Aparte-)
REY:
Decí.
LAURA:
(Bien quiere el rey a Sirena.) (-Aparte-)
REY:
Proseguid, que atento estoy.
LAURA:
Digo pues, que el sí que doy
a vuestra alteza, es con pena
de darle sin libertad,
porque de mi pensamiento,
perdone mi atrevimiento,
señor, vuestra majestad,
es dueño solo el hermano
de Sirena.
REY:
¿Cómo es eso?
LAURA:
A don Íñigo, os confieso
que por noble y cortesano,
con honesto fin se ordena,
señor, mi amor declarado.
REY:
Don Íñigo es gran soldado,
y hermano, en fin, de Sirena.
¿Qué importa que no consiga
Próspero su pensamiento?
Yo las almas no violento;
sólo el Amor las obliga.
Después, Laura, que entré aquí,
sé la fuerza con que abrasa
Amor, y lo que en vos pasa,
puedo yo sacar por mí.
Para la guerra que aguardo,
don Íñigo es conveniente,
que hará un general valiente,
sabio, animoso y gallardo.
No tengo satisfacción
que a Próspero tanto obligue,
ni del conde sé si signe
en secreto la opinión.
Propondrélo a mi consejo,
y haréte luego elegir,
y porque este cargo ha de ir
Laura, a vuestra boda anejo
si Próspero os es odioso
y al español guardáis fe,
a un tiempo lo llamaré
yo general, vos esposo.
Entre tanto vos, Sirena,
decid a la que me abrasa,
que por entrar en su casa.
un rey no merece pena.
Y si ignoráis a quien deis
la embajada con que os dejo,
decídselo a vuestro espejo,
que en él mi dama veréis.
Vase el REY
LAURA:
¿Qué es esto , Sirena mía?
SIRENA:
Palabras, Laura, serán
de un rey mancebo y galán,
dichas más por cortesía,
que porque amorosas llamas
tan presto pena le den.
LAURA:
No, amiga, él te quiere bien.
SIRENA:
Anda, que siempre a las damas
hablan los reyes así,
cuando son mozos.
LAURA:
No sé.
En tus ojos le miré
suspenso y fuera de sí.
Plegue a Dios que tu hermosura
te dé lo que yo deseo;
que en ella cifrada veo
mi esperanza y tu ventura.
SIRENA:
Si que me corra pretendes,
dime, Laura, de eso más.
LAURA:
En buen punto, amiga, estás.
Ganarás, si el juego entiendes.
Buena parte le ha cabido
a tu hermano de esta empresa
como olvide a la princesa,
y quiera a quien le ha querido.
El cargo de general tengo
en dote que ofrecerle.
SIRENA:
Tu esposo estimo en más verle
que con la corona real.
LAURA:
Sospecho que ha de llamarle
el rey. Porque a su presencia
pueda ir con la decencia
que es justo, quiero enviarle
caballos, joyas y galas.
SIRENA:
Tu nobleza satisfaces;
mas por ti misma lo haces,
pues a tu valor le igualas.
LAURA:
En fin, tu amor no perdona
los reyes, Sirena bella,
pues a tus piés atropella
de Nápoles la corona.
SIRENA:
Déjalo ya.
LAURA:
Ya lo dejo;
mas pues se fue enamorado,
anda y llévale el recado
que el rey te mandó a tu espejo. Vanse las dos. Salen don ÍÑIGO y GALLARDO
ÍÑIGO:
Pues, Gallardo, ¿qué tenemos?
¿Traes algo?
GALLARDO:
Haz cuenta que nada.
ÍÑIGO:
¿No vendiste los botones?
GALLARDO:
La corte esta abotonada
sin haber ojal vacío
no hay tienda, calle, ni plaza
libre de mi diligencia;
pero no dan una blanca
por botones ni palillos.
ÍÑIGO:
¡Que a esto lleguen mis desgracias!
¿Qué hemos de dar a Matilde?
GALLARDO:
Botones en ensalada,
pues dos docenas hay verdes;
otra docena guisada,
creerá que son arverjones;
una cazuela atestada
de botones y de hormillas,
dirémosle que son habas;
botones por aceitunas,
que si traen de suela el alma,
vendrán a ser zapateras,
en lugar de sevillanas;
y por postres mondadientes,
que hartos hay, al cielo gracias,
y habrá en Nápoles hidalgos,
a fuer de Guadalajara.
ÍÑIGO:
¡Buena cena!
GALLARDO:
¡Y cómo bena!
¿No hubo señor en España,
que a su zapatero hizo
darle sus botas guisadas?
Pues de botas a botones,
¿Qué va?
ÍÑIGO:
Si el gabán llevaras...
GALLARDO:
Antes que llegara allá,
los gabanes no se usaran.
ÍÑIGO:
Si quieres que me dé muerte,
di mas disparates.
GALLARDO:
Mata
el hambre, y harás mejor.
Llamóme una cortesana
con media vara de boca,
y al fin para abotonarla,
una gruesa me compró;
mas como era tan ancha
no han de bastar veinte gruesas.
Dióme seis reales en plata,
di con ellos y conmigo
en una hostería...
ÍÑIGO:
Acaba
de decirlo, pues.
GALLARDO:
Compré
morcillas negras y blancas,
en buen romance, mondongo.
ÍÑIGO:
Anda, vete enhoramala.
GALLARDO:
Para ti y para Matilde,
con su caldo y con su panza,
un pan, rábanos y queso.
ÍÑIGO:
¡Vive Dios! Si no mirara
que eres un loco bufon...
GALLARDO:
¿Qué querias que comprara?
ÍÑIGO:
Un ave.
GALLARDO:
El Ave María,
[puedes dar, si quieres, que hartas
tiene tu rosario ya,]
porque esotras valen caras.
ÍÑIGO:
¿Quién hace caso de ti?
GALLARDO:
Vuelve acá, la burla basta.
Un pavo traigo manido,
con más pechugas que un ama,
dos gallinas, tres conejos,
de vitela una empanada,
ostiones en escabeche,
una bota calabriada
de Chipre y de Malvasía,
medio tinta y medio blanca,
diacitrón y confitura
hay para postre, dos cajas.
ÍÑIGO:
¿De veras?
GALLARDO:
Y tan de veras,
que una bestia está cargada
a la puerta de la quinta.
Vuelve la vista, y verásla.
ÍÑIGO:
Ya la veo, y ya te doy,
Gallardo, brazos y gracias.
GALLARDO:
Dime, amores, por tu vida,
¿sacarás luego la daga?
¿Tendrémos cuerpo presente
o enviarásme enhoramala,
cuando soy mantenedor,
mejor que tú, de tu casa?
ÍÑIGO:
¿Quién te socorrió tan presto?
GALLARDO:
Si te dijera que Laura,
la que a mi señora hospeda,
y de Rugero es hermana,
¿qué dijeras?
ÍÑIGO:
Anda, necio.
GALLARDO:
Si en fe que te adora y ama,
mondadientes y botones
en doblones me trocara,
y haciendo tu amor la costa.
socorriera nuestras faltas,
yel alma misma te diera
porque a Matilde olvidaras.
¿Qué hicieras? Digo otra vez.
ÍÑIGO:
A ser verdad lo que hablas,
te abrasara a ti y a ella.
GALLARDO:
Y después, ¿con qué cenaras
ÍÑIGO:
Acabemos ya, Gallardo,
que son burlas muy pesadas
las tuyas para este tiempo.
Si lo que traes dio Laura,
vete con ello, y no vuelva
a verme jamás la cara;
que no socorre cortés
quien interesable agravia.
¡Yo olvidar a la princesa!
No ha pintado la mudanza
al temple en mí su hermosura
sino en bronces y medallas.
No quiero ya tus regalos.
GALLARDO:
Pan perdido, vuelve a casa,
que todo esto es chilindrina.
Sirena es quien te regala.
ÍÑIGO:
¿Vióte Laura?
GALLARDO:
Ni por pienso.
ÍÑIGO:
¿Pues cómo hablaste a mi hermana?
GALLARDO:
Cuando pasé por la calle,
me llamó de la ventana,
y dándome seis doblones,
de tus penas lastimada,
dijo que a poder con ello.
te diera también el alma.
ÍÑIGO:
¿Sabe que está aquí Matilde?
GALLARDO:
Yo en eso no hablé palabra;
y si es que ella lo sospecha,
es tan cuerda que lo calla.
¿Qué es de nuestra peregrina?
ÍÑIGO:
Por llorar después, descansa.
GALLARDO:
¿Y adónde!
ÍÑIGO:
¿Tengo yo mas
que una mal compuesta sala?
GALLARDO:
Y una cama sola en ella,
aunque no rica, aseada.
Págueselo Dios al fuego,
que nos la dejó de gracia.
¿Dónde piensas dormir tú?
ÍÑIGO:
¿Ha de faltar una tabla?
GALLARDO:
Recoleto eres de Amor;
los zuecos solo te faltan.
Voy a dar traza en la cena;
y a fe que no fuera mala,
si se la diera cocida;
cenárala en casa asada. Vase GALLARDO. Salen RUGERO y TEODORO y hablan los dos sin reparar en don ÍÑIGO
RUGERO:
¿Si le hallarémos aquí?
TEODORO:
No sale sino es a caza;
que dicen que se sustenta
con ella.
RUGERO:
¡Qué hermosa casa
aquí mi envidia abrasó!
TEODORO:
Y de qué sirvió abrasarla,
no saliendo con tu intento?
RUGERO:
Sacó, en brazos, de las llamas
a Matilde el español,
siendo Eneas de su dama,
y acreditó su nobleza
en el fuego y en el agua.
Pero, Teodoro, ¿no es éste?
TEODORO:
El mismo.
RUGERO:
Si por mi hermana
olvida a mi opositora,
desde hoy cesan sus desgracias. Llegando a él
Dadme, don Íñigo, albricias
El rey, mi señor, os llama
para honrar vuestro valor,
y hacer de vos confïanza.
Muchos parabienes tengo
que darosm y por mi causa
todos ellos.
ÍÑIGO:
¡Oh Rugero!
¿Qué es, pues, lo que el rey me manda?
RUGERO:
Quiere haceros general
en la guerra que amenaza,
y de vuestro esfuero fía
su reino, su vida y fama.
Pero esto con condición
que siendo esposo de Laura,
aseguréis las sospechas
que vuestro crédito agravian.
Ya sabéis que va Matilde
de Nápoles desterrada,
porque contra su lealtad
hallaron no sé qué cartas
en que convida al de Anjou
con su estado, hacienda y armas
para que en Nápoles reine,
de quien es apasionada.
ÍÑIGO:
Bien.
RUGERO:
Como el rey ha sabido
las muestras trasordinarias
que a costa de vuestra hacienda
lo que la queréis declaran
aunque conoce el valor
que invencible os acompaña,
y que en la ocasión presente
si su ejército os encarga
ha de salir con victoria,
recela que vuestra dama
tras sí la lealtad os lleve,
del modo que os lleva el alma.
Para asegurarse de esto,
con Laura, mi hermana, os casa,
dándoos título de conde,
y en su consejo os aguarda
de guerra; y aunque merecen
más que esto vuestras hazañas,
la merced que os hace el rey,
pienso que ha sido a mi instancia.
TEODORO:
Laura también os espera,
no como Matilde, ingrata,
sino juzgando por siglos
las horas que en veros tarda.
Y porque con la decencia
que hombre de tanta importancia
como vos, ahablar al rey,
don Íñigo noble, vaya,
en fe del amor que os tiene.
Llenando un baúl quedaba
de joyas y de vestidos,
curiosidades y galas.
RUGERO:
No me da lugar mi prisa
para que aguarde las gracias
que queréis darme por esto,
por mandarme el rey que parta
tras Matilde y que la prenda;
que los deudos que en Italia
tiene, si la ven ansí,
han de procurar vengarla.
Id, don Íñigo, a la corte,
donde la dicha os aguarda
que vuestro valor merece,
y adiós. Vanse RUGERO y TEODORO
ÍÑIGO:
Tentaciones vanas,
no habéis de ser poderosas
para vencer la constancia
de mi amor firme en Matilde.
Aunque agradecido a Laura
--¡Vive Dios!--que aunque pusiera,
porque a Matilde olvidara,
en mis sienes su corona
quien me ofrece su privanza,
agora que todo el mundo
ingrato la desampara,
estimo mas el servirla
que ser el mayor monarca.
Sale MATILDE
MATILDE:
Don Íñigo, desde aquí,
Temerosa [y escondida,]
escuché a mis enemigos
que el rey don Fernando os llama,
que os hace su general,
y con Laura hermosa os casa,
que os da título se conde,
y vuestra fortuna ensalza.
No es mucho que lo aceptéis,
viéndoos pobre por mi causa,
mal pagado vuestro amor,
vuestra lealtad mal premiada...
ÍÑIGO:
Matilde, yo no encarezco
lo que os quiero con palabras,
que el amor que es verdadero
poca retórica gasta.
Agora veréis quién soy.
¡Gallardo! Sale GALLARDO, con mandil y un cucharón
GALLARDO:
¿Hay hambre? ¿Qué mandas?
ÍÑIGO:
Cierra esas puertas.
GALLARDO:
Bien dices
cenar a puerta cerrada
es cordura.
ÍÑIGO:
Date prisa;
y escucha.
GALLARDO:
Ya eché la tranca.
ÍÑIGO:
¿Qué cabalgadura es ésa
qe trujiste ahora, cargada
cn la cena, de la corte?
GALLARDO:
Ahí es de un camarada.
ÍÑIGO:
Ocasión se ofrece agora,
en que muestres que me amas
GALLARDO:
Cenemos, si es que me obligas
a hacer alguna jornada.
ÍÑIGO:
Aparéjala....
GALLARDO:
¿Qué intentas?
ÍÑIGO:
Y aquel repostero saca
que nos quedó.
GALLARDO:
¿Para qué?
ÍÑIGO:
Ponle de suerte que vaya
la princesa mi senora,
en él mas acomodada.
Caminando cenaremos;
que no ha de cogerme en casa
el presente con que inenta
Laura vencer mi constancia.
Guarde sus cargos el rey,
y con ellos merced haga
a quien, cual yo, no antepone
a su valor su privanza;
que vos y yo, mi princesa
como nos da ser un alma,
corremos una fortuna,
y es necio quien nos aparta.
Venid, y no repliquéis.
MATILDE:
¡Oh blasón y honra de España!
GALLARDO:
Voy a recoger la cena.
Haré alforjas de mi capa,
que lleve nuestro rocín
en el arzón de tu dama.
ÍÑIGO:
Ea, pues, démonos prisa.
GALLARDO:
En fin, ¿hemos de ir a pata?
ÍÑIGO:
Tiene Amor alas y vuela.
GALLARDO:
¡Bueno! Atente tú a sus alas,
y depáreme a mí Dios,
aquí debajo unas ancas.