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MIGUEL DE UNAMUNO

lógico, de su niñez, el catolicismo del ex secretario de la Congregación de San Luis. Yo, que también fuí á mis quince años secretario de esa misma Congregación, creo saber algo de esto.

Á Rizal se le tuvo por protestante y por germanófilo, y ya se sabe lo que esto quiere decir entre nosotros. En España y para españoles, pasar por protestante ó cosa así es peor que pasar por ateo. Del catolicismo se pasa al ateísmo fácilmente; porque, como decía Channing, y hablando de España precisamente, las doctrinas falsas y absurdas llevan una natural tendencia á engendrar escepticismo en los que las reciben sin reflexión, no habiendo nadie tan propenso á creer demasiado poco como aquellos que empezaron creyendo demasiado mucho. Es corriente oir en España declarar que, de no ser católico, debe serse ateo y anarquista, pues el protestantismo es un término medio que ni la razón ni la fe abonan. Y cuando alguien se declara protestante le creen vendido al oro inglés. El protestante aparece ante nosotros, más aún que como un anticatólico, como un antiespañol. El ateísmo es más castizo aún que el protestantismo. La herejía se considera un delito contra la patria tanto ó más que un delito contra la religión.

Y aquí era ocasión de decir algo sobre esa sacrílega confusión entre la religión y la patria, el desdichado consorcio entre el altar y el trono —no menos desdichado que aquel otro entre la cruz y la espada,— y las desastrosas consecuencias que ha traído tanto para el trono como para el altar. Pues es difícil saber si con semejante contubernio ha perdido la religión más que la patria ó ésta más que aquélla.

En la nota (387) correspondiente á la página 306 de este libro se hallará un estupendo ukase del gobernador que fué de Pangasinán, D. Carlos Peñaranda, en que conmina á los cabezas de barangay á que oigan misa los días de precepto, bajo la multa de un peso si no lo hicieren. Esto era un brutal atentado á la libertad y á la dignidad de aquellos ciudadanos españoles, y á la vez una impiedad manifiesta. Porque obligarle á un fiel cristiano católico á que cumpla los deberes religiosos de su profesión bajo sanción civil, no es más que una impiedad; es privar á aquella ofrenda de culto de su valor espiritual y es atentar á la libertad de la conciencia cristiana. Si los frailes que hacían de párrocos en Pangasinán hubieran tenido sentido religioso cristiano y católico, habrían sido los primeros en protestar de ese atentado.

Y luego, léase una vez más aquel deplorable resultando de la orden de deportación de Rizal por el general Despujol, aquel resultando en que se dice que descatolizar equivalía á desnacionalizar aquella siempre española —hoy ya no lo es— y como tal siempre católica